Inerte Discusión
Es inerte la discusión entre teatro como palabra o teatro como acción, entre teatro de representación o teatro de presentación. Es inerte porque generalmente, se trata más de una lucha entre artistas y no un profundo entendimiento de lo que significa cada concepto. Pasa lo mismo con el drama y el teatro. Es la lucha del lenguaje que trata de matizar, de profundizar, pero que después, todos banalizamos. Claro que esta discusión es fundamental porque de ahí se deriva nuestra vida en comunidad: no es lo mismo hablar de humano que de hombre, porque si hablo de hombre también tendría que hablar de mujer; en el teatro sucede lo mismo, cuando hablamos de teatro, la primera imagen que impacta en la mente del que lee la palabra es, quizás, una caja italiana con personajes dentro de ella, y alguien moviendo las manos en gesto de explayar aquello que aprendió de memoria y que tiene que decir de forma “natural”, o de exagerar aquello que está intentando comunicar y por lo tanto llevar adelante una historia en vivo entre un espectador y un actor o comediante.
Es curioso que en francés la palabra para denominar a un actor sea la de comediante más no la de actor, es curioso que en inglés actuar sea jugar y que el teatro sea siempre el lugar arquitectónico donde una ficción en vivo sucede. Pero al mismo tiempo, como sucede con todo el lenguaje, si nos ponemos a pensar un poco más en profundidad sobre qué es el teatro, encontramos que quizás el primer espectáculo que vimos en nuestra vida no era nada parecido a la caricaturización de la idea que tenemos. Quizás fue una obra de teatro clásico realista, alguna obra de Chéjov, o como a mí me sucedió, una obra de clown, donde el actor que no tiene una ficción cerrada logra llevarnos a lo que se llama un espacio poético.
Si indagamos más, encontramos que quizás nos hemos topado también con las fiestas de carnaval, con las máscaras animalescas colgadas en las paredes de las casas mexicanas, o hicimos alguna vez alguna pastorela para la escuela o en la familia. ¿Quién no jugó a Star Wars cuando era niño? O a repetir la comedia musical que veíamos en la televisión todas las tardes con los amigos. Jugar es hacer teatro, y el teatro cuando uno es adulto también sigue siendo lo mismo. ¿Entonces por qué tanta seriedad con respecto a hablar de él, o tratar de clasificarlo, o entenderlo? Porque entender el teatro que hacemos nos ayuda a entender el mundo. Porque el teatro, como cualquier expresión artística que existe actualmente, es una parte de la psique de quienes expresan cómo ven lo que otros dicen y hacen.
Entonces encontramos que el teatro no es esa horrible imagen de un entremés de teatro escolar al que nos obligaban a ir a ver cuando éramos pequeños. Que la diversidad de formas, actores, de estilos, lenguajes y dramaturgias es basto y que aunque hablen de que el teatro nunca será una bella arte, o nunca tendrá el lugar de la música o las artes plásticas, por supuesto que podemos saber que igualmente todos, o casi todos, tenemos una noción muy acartonada de lo que es teatro, el teatro es mucho más que eso, o lo puede ser.
¿Por qué hablar de teatro?
Porque el teatro es ese conjunto de experimentos, ese universo donde uno de pronto entra y aunque quiera salir por alguna razón, vuelve. Porque el teatro es también lo que pasa en la cotidianidad, porque el teatro es ese lugar extraño donde algunos siguen jugando a crear, aunque ya exista el 3D o el 4D, a crear una realidad virtual y ficciones pero de forma analógica. Porque el teatro es como esa idea del científico que inventa una nueva televisión sin microchips, sólo por el gusto de que cueste más trabajo, de encontrar una nueva forma de hacer lo mismo que se viene haciendo hace cientos de años.
Quizás el teatro existirá siempre por la necesidad del humano de experimentar con el pasado. Utilizar lo inservible, lo que nadie quiere para hacer un juego, para poner a funcionar una caja de historias, o una caja de movimientos, o un objeto casi visual con cuerpos, y en el extremo una visión casi sin objetos ni cuerpos, quizás voces, es decir, ese espacio que está ahí, que en realidad se delimita con la imaginación del espectador y que no necesita de un espacio arquitectónico para explorar lo que nuestros miedos y limitaciones no nos dejan realizar, lo que nuestra imaginación proyecta pero que no podemos vivir pues somos seres en tercera dimensión, todavía.
Y así como idealista que soy, a veces escucho que un actor lo que quiere es ser famoso, y siento, como en los cuentos de hadas, que una obra de teatro con un personaje entrañable pero quizás grotesco y ambiguo, que no será del gusto del público de masas, se va al limbo de las obras más serias, del que nunca volverá. Cuando escucho que un director sólo quiere tener mucho presupuesto para montar su obra, siento que otra obra se va al limbo de las obras con bajo presupuesto para nunca salir de ahí. Me pasa constantemente, cuando escuchó por el contrario a grupos de teatro que quieren hacer pero que no logran reunirse nunca, siento que ahí va más una obra teatral que podría haber sido llevada y materializada que queda en el limbo de las obras que no se logran por el poco trabajo puesto en ellas.
Y cuando esto sucede, aquí en México, entonces me pongo a la tarea de hablar de teatro, por una necesidad de hablar de lo imposible, o tratar de que menos obras queden en el limbo, porque definitivamente un mundo con muchas obras —aunque sean vistas por diez o veinte personas, como pasa un poco con los libros— es un mundo donde la imaginación de esa persona que lo hace y esa persona que lo mira se vuelve un poquito más interesante que mirar sólo los postes, los baches y una que otra película de Hollywood.
Ahora, esto no quiere decir, que todo lo que se lleva a escena sinceramente sea algo que nos cambie la vida para siempre, en general, y sobre todo en un país como el nuestro, donde la tradición teatral no es común, aunque algunos juren que sí, y quieran morir por ello; aunque muchos digan que los grandes maestros de teatro son lo máximo, (sí, son lo máximo porque nos permitieron a un montón de jóvenes intentar hacer teatro de la mejor manera posible), pero todo eso no quiere decir que haya miles de vacíos entre espectadores y creadores, que no haya falta de comunicación, falta de visión por parte de instituciones y escuelas de teatro, que no sea casi imposible en los días que nos tocan, ponerse como el científico a crear su televisión de bulbos y que funcione, o simplemente hacer un teatro tecnológico que pueda hacernos sentir que vivimos en el siglo XXI, aunque nuestro país siga andando en mula, habemos futuristas. Habemos personas a las que nos encantaría poder crear un paisaje en tercera dimensión y usarlo como escenografía para nuestras obras, también nos encantaría una máquina de olores para realmente hacernos pensar que estamos en la pocilga de tal actor, y también nos gusta pensar en artefactos que se muevan solos en el escenario. Porque la imaginación siempre es más poderosa que nuestras manos, o nuestra capacidad de hacer: pero hemos visto cómo algunos lo han logrado. Y por qué no, darnos a la tarea.
Esta columna quizás trate entonces de actos fallidos, de actos inservibles, de sueños sin materializar, de lo que queríamos lograr pero no lo logramos, de lo que queríamos montar pero nos salió otra cosa, o distinta, o será una columna para empezar a reírnos de nosotros mismos por seguir intentando. Reírnos y jugar un poco más, con los conceptos, intentar imaginar cómo sería hacer esto de otra manera, aquí, con lo que tenemos, de improvisar en la escena y en la vida. De enojarnos y frustrarnos con razón, porque la pasión nos lleva, porque si no somos nosotros, ¿quiénes?
Porque claro que me gusta hablar de teatro de presentación y teatro de representación, por las diferencias y las posibilidades estéticas que abren, ambas; porque claro que me gusta profundizar sobre las textualidades en el teatro contemporáneo porque creo que ahí hay toda una selva de exploración del lenguaje; porque pienso que el teatro y los que escriben textos para teatro, los que actúan y no quieren hacer lo mismo de siempre, los que intentan otra vez hacer una nueva versión sobre un clásico, o los que simplemente dejaron de contar historias para poner cosas y hacer que nosotros las unamos como un acertijo, son posibilidades de pensar el mundo, de pensarnos a nosotros mismos, y de ayudarnos a imaginar nuevas formas que nos hagan sentir más contemporáneos y no viviendo en una caverna donde el único teatro que se conoce es el teatro de sombras (por cierto, es de los que más me gustan, ése y el de máscaras); porque hablar de conceptos, teoría y dramaturgia no es hablar de los últimos descubrimientos sobre física cuántica, es mucho más sencillo, porque se trata —tal y como habíamos dicho—, de que el teatro es un poco anticuado por naturaleza, le gusta ir para atrás y ponerse en contra en mucho de la realidad. Porque le gusta imaginar otros mundos, no parecidos a éste, porque le gusta darle cachetadas a los espectadores, cómo diciendo: «¿Mira bien?, ¿pero mira bien, ahí, ya viste? Ah, a qué no lo habías visto antes de esa manera».