Tierra Adentro

Titulo: In the Dream House

Autor: Carmen María Machado

Editorial: Graywolf Press

Lugar y Año: Minneapolis, 2019

La escritura de la memoria suele ser un buen punto de partida para el análisis. Recordar desde un lugar de resistencia implica un esfuerzo por reinterpretar el pasado individual o colectivo. Carmen María Machado estructura la memoria como una Casa de los Sueños, en la que ensaya, escribe y desarticula la experiencia traumática de una relación tóxica lésbica. Es una exposición exhaustiva del yo y de las fallas sociales sobre las que tuvo que reflexionar para entender lo que vivió. En su nueva novela In the Dream House (2019), la escritora se impone el reto de re-estructurar la narrativa interna que creó a causa del abuso psicológico.

María Machado vence una y otra vez las restricciones que se han impuesto sobre y desde las experiencias que vivió. A pesar de que la violencia y el silencio parecen duplas difíciles de separar, la memoria de Machado se enuncia desde un lugar en el que se ha vuelto necesario visibilizar los efectos del amor romántico tóxico entre una pareja de la comunidad LGBT+.

Como ejercicio literario, In the Dreamhouse se proclama desde su introducción como una memoria un tanto huérfana de tradición, de referentes inmediatos con los cuales dialogar para establecer un punto de partida; denuncia esta orfandad como un círculo de mutismo:

[…] el abuso doméstico entre parejas que comparten la identidad de género es posible y común, y puede ser parecido a esto. Yo hablo dentro del silencio. Lanzo la piedra de mi propia historia dentro de una enorme grieta; mido el vacío a través del leve sonido que produce.[1]

No obstante, en las páginas subsecuentes, Machado logra trazar una genealogía de la agresión dentro de la comunidad lésbica. Encuentra referentes en la música, en textos ensayísticos, en la reflexión en torno a la manera en que han funcionado batallas legales para analizar desde dónde se coloca la sociedad frente estos casos de abuso. El ensayo y la búsqueda de los antecedentes son, por lo tanto, las maneras que encuentra la autora para hacer frente al silencio.

En estos recuentos, analiza agudamente las prácticas heteropatriarcales; también las reticencias de la comunidad queer con respecto a la verbalización de estos sucesos. A través del análisis de los casos de abuso, la novela evidencia las luchas que aún faltan por librar para que la comunidad LGBT+ sea aceptada realmente, puesto que no se puede permitir la omisión de estos “villanos queer”, como los llama Machado, por la necesidad latente de “buenas relaciones públicas”. Para la autora la representación de estos personajes antagónicos es igual de necesaria porque:

Queers de la vida real no merecen representación, protección y derechos porque sean puros moralmente o personas intachables. Sino que merecen todas esas cosas porque son seres humanos, y eso es suficiente.[2]

De manera que hace una crítica constante al manejo social de la violencia doméstica a través de ejemplos de pleitos legales, la invisibilización a la que ha sido sometida, la falta de terminología para definirla y clasificarla en todos sus matices; todo desde una postura crítica de la hegemonía patriarcal, así como de la identidad LGBT+.

Este análisis va de lo colectivo a lo individual y de regreso, su relación tóxica se vuelve la metonimia de un vasto número de problemas sociales y el detonante para una exploración profunda de las fallas sistémicas que se manifiestan en los síntomas de una relación afectiva. Fallas que tienen que ver con la idealización del amor romántico y la consecuente normalización de distintos tipos de violencia psicológica, una que es difícil de nombrar y de denunciar.

Machado hace énfasis constantemente en el hecho de que la mayoría de las agresiones que se cometen en la vida de pareja son legales, imposibles de procesar y de demostrar.

Cada línea escrita, además, es una subversión en contra del terror impuesto por las amenazas de la antagonista: la Mujer en la Casa de los Sueños, quien dice después de su primer episodio violento: “No tienes permitido escribir sobre esto, […] No te atrevas a escribir sobre esto. ¿Me pinches entiendes?”.[3] En otro momento la cuestiona de manera pasivo-agresiva para saber quién sabe sobre ellas, si existe una historia que denuncie su  comportamiento violento. La memoria se manifiesta, de esta manera, como un acto de valentía.

La estructura de In the Dreamhouse admite dos lecturas: la fragmentación inevitable de la narrativa —personal y, por tanto, en la forma de escritura— o bien, la forma en que el trabajo de la escritora encuentra sus propios mecanismos para expresarse, a pesar del peso de las agresiones vividas. El reto es complejo, como dice la autora: “Expresar a través del lenguaje algo para lo que careces de un lenguaje no es una tarea fácil”.[4]

Es así que el libro se crea como una búsqueda constante de la manera de expresar ese lugar sin-lenguaje; nos presenta una memoria hecha de apartados, con una lógica interna individual, la cual está cifrada en el título de cada uno: “Casa de los Sueños como una Bildungsroman”, Casa de los Sueños como la taxonomía de un cuento tradicional”, “Casa de los Sueños como colección”, “Casa de los sueños como Barbazul”.[5] Pasa de esta manera por varios géneros, desde capítulos que podrían ser cuentos redondos y casi independientes, hasta ensayos, analogías, análisis de piezas musicales, un “escoge tu propia aventura”, notas bibliográficas y otros más.

No hay que olvidar que el formato híbrido y fragmentario es algo que funciona bien en la narrativa de Carmen María Machado. En su libro anterior, Her body and other parties, vemos la versatilidad de la autora para escribir narraciones en formatos distintos, como inventarios o sinopsis de capítulos de una serie televisiva. Curiosamente, en In the Dream House, Machado menciona que esos experimentos, si bien justificables dentro de su propia lógica, respondían en realidad al estado fragmentado en que se encontraba su vida en ese momento. Pareciera ser que los grandes aciertos estilísticos de su estructura no lineal responden al incentivo de la fractura que representó para ella la agresión de su pareja.

Junto con las escenas en las que de manera explícita la Mujer en la Casa de los Sueños agrede a la protagonista, la novela nos traza una especie de reglamento. Se interrumpe, de esta manera, la lectura lineal para hacer acotaciones; en las notas a pie de página se referencia el libro Motif-Index of Folk-Literature; las entradas tienen que ver con resaltar la ruptura de un tabú, como las siguiente: “Type C961.2, Transformation to stone for breaking taboo; Type C481, Taboo: singing”.[6] Así, remarca aún más la dinámica de prohibiciones que plagaba la relación, para hacernos conscientes de las consecuencias que se desprendían de todo aquello que ella no podía hacer ni podía ser, pero también de la re-estructuración que sufrió su personalidad y su vida cotidiana.

Es una lectura brutal y dolorosa que nos atraviesa de lleno. La elección del narrador en segunda persona, nos empuja a una relación íntima con la protagonista, nos acerca de golpe al personaje, obligándonos a vivir más íntimamente lo que le acontece. El resultado es que aprendemos a caminar de puntitas en la Casa de los Sueños, pues la repetición constante de los tabúes en las notas a pie de página, y la construcción magistral de los personajes, nos hacen adelantarnos a las reacciones, a tener miedo por anticipado.

Además de esto, la segunda persona en sí misma nos devela gran parte del proceso de escritura. Carmen María Machado la introduce de la siguiente manera:

Tú no fuiste siempre solo un “tú”. Yo estaba completa —una relación simbiótica entre mis mejores y mis peores partes— y entonces, en uno de los sentidos de la definición, estaba escindida: un corte limpio que separó la primera persona —esa mujer confiada, segura, la chica detective, la aventurera— de la segunda, alguien que estaba siempre ansiosa y temblando como un perrito de una raza muy pequeña. [7]

De esta manera, vemos cómo la voz narrativa necesita de un desdoblamiento para contar la historia, porque de otra manera no podría lidiar con ella. La escisión va construyendo la experiencia demoledora de los daños que ejerció sobre su personalidad la violencia a la que fue sometida. Y termina por hacer énfasis en la necesidad de romper con el silencio autoimpuesto, que también viene del trauma. Lo que hace en esta novela es el ejercicio contrario a las re-escrituras que hacía de los momentos violentos de su relación, para presentarla ante los demás:

Mientras el suelo se aleja cada vez más, te juras a ti misma que vas a decirle a alguien lo terrible que es, vas a dejar de actuar como si nada de esto estuviera sucediendo, pero en el momento en el que el suelo se está acercando a ti de nuevo, ya terminaste de pulir la historia.[8]

En la novela, separa esas ficciones del pasado para reconstruir un recuento necesario.

La tensión está construida perfectamente, no de manera progresiva ni lineal, sino profunda, heterogénea, y se va alimentando poco a poco de cada una de las pistas, los cambios de estructura y la reflexión constante en torno a la socialización de la violencia de pareja.

La arquitectura de In the Dreamhouse encierra a su lector, hace evidente la complejidad de su propio proceso de escritura: la versatilidad del texto híbrido para explicar experiencias límite, para desmenuzarlas poco a poco y facilitar su acceso al lenguaje.

También llama la atención sobre la necesidad de visibilizar la violencia dentro de cualquier grupo, así como la urgencia de replantear la manera de vivir los afectos.

Inevitablemente, es un libro que requiere regresos constantes para entender nuevas aristas de su planteamiento. Es, quizá, la guía que la escritora no tuvo para lidiar con su dolor, para recordar todo aquello que es una falla sistémica, tanto en la percepción de la minoría, como en el establecimiento de las relaciones, la exposición de los focos rojos que nos advierte alejarnos de eso: la existencia angustiante en la Casa de los Sueños.

[1] Machado, Carmen María, In the Dream House, Graywolf Press, Minneapolis, 2019, p. 14.

[2] Ibid, p. 56. “Queers—real-life ones—do not deserve representation, protection, and rights because they are morally pure or upright as a people. They deserve those things because they are human beings, and that is enough.”

[3] Ibid, p.  53. “You’re not allowed to write about this,” she says. “Don’t you ever write about this. Do you fucking understand me?”

[4] Ibid, p. 142. “Putting language to something for which you have no language is no easy feat”.

[5]“Dream House as Bildungsroman”, “Dream House as Folktale Taxonomy”, “Dream House as Menagerie”, “Dream House as Bluebeard”…

[6] Ibid, pp. 93, 113.

[7] Ibid, p. 22. “You were not always just a You. I was whole —a symbiotic relationship between my best and worst parts— and then, in one sense of the definition, I was cleaved: a neat lop that took first person —that assured, confident woman, the girl detective, the adventurer— away from second, who was always anxious and vibrating like a too-small breed of dog”.

[8] Ibid, p. 140. “And as the ground gets farther and farther away you swear to yourself that you’re going to tell someone how bad it is, you’re gonna stop pretending like none of these things are happening, but by the time the ground is coming toward you again you are already polishing your story”.