Huxley a través del espejo
Aldous Huxley ya tenía algunos años instalado en la costa oeste de California aquella mañana en que encontró, polvoriento y olvidado en uno de los estantes de alguna librería local, un pesado volumen titulado Phantastica (1924), publicado por el farmacólogo alemán Louis Lewin como tratado etnobotánico y manual de usuario. El escritor pagó el precio del libro y se fue con él a su estudio en las colinas de Hollywood.
La obra era una especie de enciclopedia sobre las drogas: el opio y sus derivados modernos, morfina y heroína, cocaína y peyote mexicano, hachís de la India y Medio Oriente; agaric de Siberia; betel de las Indias Orientales; el alcohol desde entonces universal; éter, cloral, veronal del Occidente contemporáneo… No faltaba ninguna: todas las drogas conocidas estaban ahí, tan al alcance de la mano como en el mercado negro y, pronto, en las puertas de la casa del ya célebre autor de Brave New World (1932).
Para cuando Huxley llegó a la última página de Phantastica —un libro que consideró ilegible por su prosa y estilo literario—, en su cerebro se había almacenado información acerca de la historia, la distribución geográfica, los diferentes modos de preparación, así como de los efectos fisiológicos y psicológicos de todos los venenos deliciosos, en palabras del autor, por medio de los cuales los hombres han construido, en un mundo hostil, sus paraísos breves y precarios: “Unas vacaciones fuera del espacio, fuera del tiempo, en la eternidad del sueño o del éxtasis”.
Aldous Huxley comprendió entonces por qué en cada momento y lugar de la historia hombres y mujeres han buscado, y luego encontrado, medios para tomarse unas «vacaciones de la realidad» de sus existencias generalmente aburridas y con frecuencia desagradables.
El 7 de abril de 1937, Aldous, su esposa Maria y su hijo Matthew, se embarcan en el Normandie desde las costas británicas hasta Nueva York. En septiembre de ese mismo año, los Huxley fijan su residencia cerca de Hollywood, en California, donde habitan temporalmente Santa Mónica hasta adquirir, a mediados de febrero de 1942, un nuevo domicilio en el rancho de Llano del Río, a unos 80 kilómetros al norte de Los Ángeles, en pleno desierto de Mojave.
Aldous Huxley se encontraba entre la práctica de la hipnosis y el estudio de la farmacología, además de su trabajo literario, cuando la salud de su esposa comenzó a empeorar. Él mismo practica varias sesiones de hipnosis a Maria tras el diagnóstico de un tumor mamario en 1952, cuyo germen del cáncer acabaría con su vida el 12 de febrero de 1955.
En gran medida, la inminente muerte de Maria y una historia familiar profundamente ligada con la depresión y el suicidio —Trevenen, uno de los tres hermanos mayores de Aldous se ahorcó colgándose de un árbol en 1914, cuando Huxley todavía estudiaba en el Balliol College de la Universidad de Oxford—, convencieron al escritor de contactar al psiquiatra británico Humphry Osmond, famoso por sus innovadores métodos de aplicación de la mescalina con fines terapéuticos.
Avecindados en Canadá, el doctor Osmond y su grupo de investigadores trabajaban desde el Saskatchewean Hospital, en Weyburn, con pacientes esquizofrénicos y alcohólicos para desarrollar un estudio sobre los aparentes beneficios de la mescalina sintética y el LSD (dietilamida de ácido lisérgico), un derivado del cornezuelo del centeno. El término «psicodélico» se le atribuye a Osmond, precisamente, por sus experimentos controlados a partir de drogas alucinógenas inoculadas en sus pacientes.
También conocida como «trimetoxifeniletilamina», la mescalina es un alcaloide de origen vegetal con propiedades alucinógenas y psicodélicas. Según Williams James en Las variedades de la experiencia religiosa —a quien Huxley acudió para abordar ciertos aspectos metafísicos de la adicción—, el cactus del peyote que florece en el norte de México y el suroeste de Estados Unidos contiene un principio activo de la mescalina que “estimula las facultades místicas de la naturaleza humana”.
En su búsqueda de la intoxicación divina y la experiencia mística, Aldous Huxley argumenta que el peyote produce autotrascendencia de dos formas reconocibles: por un lado, induce al consumidor a Otro Mundo de experiencia visionaria; y por otro, le brinda un sentido de solidaridad con sus correligionarios, con los hombres en general, y con la naturaleza divina de las cosas.
Esa luminosa mañana del 4 de mayo de 1953, antes de las 11:00 horas del día, Aldous Huxley decidió experimentar en carne y mente propias la sensación de 14 decigramos de mescalina disuelta en agua y se sentó a esperar en su estudio bajo la supervisión del doctor Osmond. Se conectó un dictáfono. El psiquiatra revolvió los cristales plateados del fármaco en el fondo de un vaso.
La sustancia tardó en hacer efecto, pero la sesión se prolongó exitosamente durante ocho horas en las que Huxley y Osmond registraron cada detalle de ese experimento que influyó en el plano mental y físico del escritor, y desde luego, en los estudios y posteriores investigaciones del científico.
Aldous Huxley sabía que en la cultura mexicana ancestral se procuraba la visión beatífica alimentándose con cactus venenosos, que un hongo llenaba de entusiasmo a los chamanes de Siberia otorgándoles el don de lenguas, y así muchos otros casos en las más diversas latitudes de este planeta. Quería acercarse al conocimiento de las religiones primitivas y sus experiencias con la divinidad.
El experimento quedó plasmado en The Doors of Perception (1954) y Heaven and Hell (1956). Apenas un mes después de su primera experiencia con la química espiritual, Aldous Huxley le escribió una carta a su amigo Harold Raymond en la que, detalles aparte, el escritor británico expresa una absoluta confianza en las capacidades de esta droga en pos de la apertura de la conciencia humana y una suerte de fusión con la naturaleza: “Se trata sin duda alguna de la más extraordinaria y crucial experiencia al alcance de los seres humanos, este plano de Visión Celestial, que espeja un sinfín de problemas filosóficos, arroja una luz intensa, y muestra todos los argumentos de los dominios de la estética, la religión, la teoría y el conocimiento”.
“¿Es agradable?”, le preguntó alguien durante el primer experimento con el doctor Osmond, en esa parte en la que se registraban todas las conversaciones en el dictáfono que habían instalado en la habitación, y Aldous Huxley contestó: “Ni agradable ni desagradable. Simplemente, es”, con la certeza de quien logró, por un momento, interesarse primordialmente no en las medidas y las colocaciones, sino en el ser y el significado.
“Se diría que hay tiempo de sobra”, era todo lo que contestaba Aldous Huxley a Humphry Osmond cuando el doctor le preguntaba acerca de lo que sentía por el tiempo. “Había mucho tiempo de sobra, pero no importaba saber exactamente cuánto”.
Era 19 de mayo de 1956 en Yuma, Arizona, cuando Aldous Huxley se casó con Laura Archera, amiga de la familia, violinista y psicoterapeuta italiana, algunos años más joven que el escritor, con quien además compartía el interés por el estudio y desarrollo de la mente humana. Ella fue testigo de la primera ingesta de 75 miligramos de LSD por parte de Huxley a finales de 1955.
Desde entonces el escritor abogó por un uso justificado, que no apologético, de vehículos artificiales o «transformadores de la mente» en pos de conseguir estados de conciencia superiores, desde luego, en personas sanas y siempre bajo estricto control médico. En cada uno de sus experimentos, no obstante, se lamentó de no poseer una facultad de visualización creativa o de ser poco imaginativo, incluso envidió a visionarios, médiums o genios musicales.
Aldous Huxley continuó indagando en las profundidades de la mente humana, buscando esa «conciencia superior», hasta la noche del 21 de noviembre de 1963. Al siguiente medio día, el presidente John F. Kennedy circulaba por las calles de Dallas, Texas, en su limusina descapotable Lincoln Continental del 61.
Cinco horas más tarde, Aldous murió de cáncer de lengua en su casa del 3276 Deronda Drive en Los Ángeles, California, no sin antes pedirle por escrito a Laura que le suministrara una última dosis de 100 miligramos de LSD que ella misma se encarga de inyectarle mientras le recita al oído el Bardo Thodol.
Quizás lo único que Huxley anhelaba en ese momento era una ración extra de soma, la eufórica, narcótica y alucinante súper droga que imaginó como un «cristianismo sin lágrimas» en Brave New World y que lo ayudaría a cruzar, por fin, las puertas de la percepción.