Historias en hoteles de paso
Titulo: Hoteles de paso. Secretos, amores prohibidos, caricias de seda de amantes clandestinos
Autor: Juan Manuel Gómez (Comp.)
Editorial: Cal y Arena
Lugar y Año: México, 2014
El cuento, se dice y se repite, actualmente es un género literario difícil de publicar, la queja permanente es que pocas editoriales apuestan por él (a menos, claro, que sea un autor consagrado que se puede tomar la libertad de entregar a su editorial un libro completo de cuentos). El asunto se complica cuando se trata de antologías en las que varios autores, consagrados o no, son reunidos para practicar este género y con esa diversidad de plumas es más difícil llamar la atención sobre él. Sería interesante saber cuáles fueron las razones para que el cuento dejara de tener la importancia que tuvo a finales del siglo XIX y cedió su lugar al género preponderante de la actualidad: la novela.
A contracorriente de esa idea, la editorial Cal y Arena ha publicado desde hace años una colección de antologías de cuento en las que invita a un puñado de escritores dándoles un tema en específico para armar sus historias. Así, han aparecido las antologías Un hombre a la medida, compilada por Claudia Guillén; Almohada para diez, que estuvo a cargo de Mauricio Montiel o Yo es otr@, que compiló Ana Clavel. La antología más reciente dentro de esa colección es Hoteles de paso, que coordinó el poeta Juan Manuel Gómez. Esta curiosa mecánica, de invitar a autores dándoles un tema, puede parecer interesante pero también tiene sus desventajas. Y es que sucede que al darles sólo una línea de acción el resultado puede resultar desigual entre los cuentistas convocados.
En el caso de Hoteles de paso, cuya indicación lógicamente fue que una historia se desarrollara en un hotel, resultan decepcionantes los cuentos de la narradora y poeta Jennifer Clement (autora de La viuda Basquiat, una novela fascinante sobre la amante del pintor neoyorquino), pues la traducción no es afortunada y es inverosímil por varios detalles; el de Laura Emilia Pacheco por ser demasiado elemental y previsible y el de Alberto Ruy-Sánchez por un supuesto erotismo que recurre a una especie de realismo mágico como salida fácil. Incluso el del poeta Juan Carlos Bautista parece repetitivo para quienes hemos seguido sus libros, desde el Cantar del Marrakech hasta Paso del Macho el tema del travestismo está presente y uno pensaría que un cuento por encargo podría ser una buena oportunidad para contar otra cosa. O el de Guillermo Fadanelli, quien entrega un cuento muy menor a lo que nos tiene habituados a sus lectores.
De esa manera, los mejores cuentos en Hoteles de paso, sin duda, son los del peruano Alonso Cueto, el de Miriam Mabel Martínez y la chilena Carla Guelfenbein. El relato de Cueto juega con la autorreferencialidad para luego desdoblarse en algo inesperado (y más sorpresiva es todavía la reacción del propio narrador ante lo que le ha sucedido en el hotel en el que pasó unas noches). Miriam Mabel recurre al juego de voces y construye un relato que resulta una escena cercana, porque seguramente varios lectores se han visto en la circunstancia adolescente de ir en busca de un hotel con el novio teniendo a la hermana menor de chaperona. El de Guelfenbein es envolvente por su ambiente lúgubre y fantasmagórico, lleno de personajes que parecen estar pero que desaparecen inesperadamente y quien en realidad está parece un fantasma. Estos tres cuentos son los que vale la pena leer en Hoteles de paso.