Tierra Adentro
Certificado de nacimiento de Joseph Haydn. (Rohrau, Austria). Zátonyi Sándor (ifj.). CC-BY-SA.

Joseph Haydn fue considerado el mayor compositor de su tiempo. De origen humilde y tras pasar muchos años de penurias, su talento lo llevó a convertirse en el director de orquesta (Kapellmeister) de la corte de la familia Esterházy —una de las más acaudaladas de Europa—. Para hablar de la sinfonía como género, Haydn es un músico imprescindible.

Cuando Haydn cumplió seis años de edad, sus padres lo enviaron a vivir con unos tíos para que tuviera una educación musical. En poco tiempo se convirtió en uno de los niños cantores del coro de la catedral de Viena. Para complementar esta formación, Haydn aprendió de manera autodidacta a tocar varios instrumentos musicales y a realizar ejercicios de composición. Compuso más de cien sinfonías, todas con un carácter propio. Además de su prolijidad, fue uno de esos raros compositores cuyo sentido del humor queda manifiesto en varias de sus obras.

En 1762 murió el príncipe Paul Anton, quien había contratado a Haydn como compositor de la corte; su hermano Nikolaus, heredero del principado, mantuvo la orquesta con Haydn a su servicio. Sin embargo, este nuevo príncipe gustaba de pasar largas temporadas en Eszterháza, donde la familia tenía un palacete. A pesar de ser un lugar enorme, todas las personas al servicio del príncipe (músicos incluidos) debían ir sin compañía alguna; las familias y amistades de todos debían permanecer en Eisenstadt.

Haydn compuso su sinfonía 45 en fa sostenido menor en 1772. Fue compuesta e interpretada por primera vez bajo la dirección del propio Haydn en Eszterháza ese mismo año. Se le conoce como la sinfonía de Los adioses porque buena parte de la servidumbre y de los músicos estaban hartos de pasar tanto tiempo en el retiro involuntario que les resultaba Eszterháza; querían volver a Eisenstadt y le pidieron ayuda a Haydn para que intercediera por ellos y hablara con el príncipe. La respuesta del músico fue componer una sinfonía que a su vez sirviera de mensaje y mostrara la inconformidad de todos. En esta obra, en vez del acostumbrado final súbito de las sinfonías anteriores, la música continúa en un adagio o movimiento lento hasta desaparecer poco a poco a modo de despedida. En la interpretación original, los músicos apagaron uno a uno las respectivas velas de sus atriles en el último movimiento de la obra, se levantaron y se fueron. Al final sólo quedaron dos violinistas, el maestro de conciertos Luigi Tomasini y el propio Haydn. El príncipe entendió el mensaje y la corte volvió a Eisenstadt al día siguiente.

La fama de esta sinfonía no se debe únicamente a la anécdota que le dio nombre; es una de las sinfonías más reconocidas e interpretadas de las más de cien que compuso Haydn. En una época en la que no era común componer sinfonías en tonalidades menores, Haydn compuso algunas de sus mejores obras en la década de 1770, a la que corresponde Los adioses, la cual no sólo está compuesta en un tono menor sino en fa sostenido menor, lo cual la hace todavía más rara. (Se le tuvo que pedir al herrero de Eszterháza que hiciera modificaciones a los cornos de la orquesta para que se pudiera tocar el minueto en fa sostenido). Los instrumentos que conformaban la orquesta original de Haydn eran dos violines, una viola, dos oboes, un contrabajo, dos cornos y un clavicordio.

 

El primer movimiento, allegro assai, se interpreta con fuerza y rapidez; el tema (arpegio) y los acompañamientos sincopados marcan un brío y una alegría que no sorprenden a nadie acostumbrado a las obras de Haydn excepto porque un segundo tema, completamente nuevo, se abre paso justo cuando uno espera la resolución del primero. En la forma tradicional sonata (la forma estructural de las sinfonías convencionales, de muchos cuartetos, sonatas, etcétera) propone un tema A, su resolución, un puente y luego un tema B. En este movimiento el tema B inicia cuando aún no se resuelve el A, como si Haydn hiciera una suerte de malabarismo con los temas. Esto sin dejar de desarrollar las frases musicales incluso después de que la recapitulación de los temas ha quedado clara. Estamos frente a una innovación formal y, por ende, de expresividad.

 

 

En el segundo movimiento, el adagio, el tono de la voz permanece bajo, pero las modulaciones son de gran complejidad. Después viene un minuet que hay que escuchar con atención por los múltiples giros inesperados en la armonía y el ritmo. De hecho es hasta este movimiento que suena el contrabajo por primera vez, mientras el trío de cornos cita una melodía de la liturgia de la Semana Santa que Haydn había utilizado algunos años atrás en su sinfonía de las Lamentaciones, número 26 (una vez más vemos que tomar música previa propia o de otros compositores es una práctica común).

 

 

La dinámica del final denota un carácter de urgencia y al momento en que uno esperaría que terminara, Haydn da un giro con el cual da la sensación de que va a volver a comenzar, pero a esto sigue un silencio que se interrumpe por un adagio en la mayor (el mismo tono que el adagio del segundo movimiento, pero que aquí es totalmente inesperado). Y luego de un pequeño pasaje para los alientos, el primer oboe y el segundo corno guardan silencio abruptamente. Para evitar que quedara alguna duda, Haydn escribió “nichts mehr” (nada más) en la partitura.

La música continúa y uno a uno los músicos tocan solos de despedida y se retiran: el fagot, el segundo oboe, el primer corno, el contrabajo, cuyo solo es más elaborado que el del resto y que transporta la música hacia su armonía final; fa sostenido menor. Los que van quedando vuelven a tocar el tema, que cada vez suena más enfático en su hartazgo y parece más lento. Después desaparece el cello; luego se van la viola y los violines (salvo dos). Los dos violines que quedan de pronto enmudecen como si fueran las dos velas restantes. De hecho en la mayoría de las interpretaciones actuales, como puede apreciarse en los videos enlazados en este artículo, los músicos se retiran físicamente, lo que se presta a más de una broma entre ellos mismos y el público. En el video de la versión dirigida por Adam Fischer puede apreciarse cómo él se retira simulando que los dos violines restantes no se darán cuenta (alrededor del minuto 25 y medio) y aquí:

 

 

podemos ver cómo Daniel Barenboim, en su papel de director, hace del final una broma más que abierta hasta quedarse dirigiendo la obra sin un solo músico.

A final de cuentas, la obra termina de manera súbita, pero no por un fuerte acorde que conjuga el sonido de todos los instrumentos en una nota que reafirma su tonalidad sino por su inesperada manera de repetirse hasta apagarse. La progresiva desaparición de los instrumentos es la primera invitación a escuchar de nuevo la sinfonía completa, ya que a través de la familiaridad con la obra se descubre la sutileza del artificio empleado por Haydn en esta broma orquestada.

Versiones recomendadas:

  • La versión con la Orquesta austro-húngara Haydn, dirigida por Adam Fischer (Brilliant Classics: 2002) es una interpretación dinámica con un tempo acaso más alegre y brillante que el esperado por la época y condiciones de la obra; una versión que refleja muy bien el sentido del humor de Haydn.
  • La interpretación de la Filarmonía Hungárica dirigida por Antal Doratti (Decca: 1996) es una de las más populares debido al sello particular de Doratti, quien se ocupó de dirigir todas las sinfonías de Haydn con esmero. Las dinámicas son cuidadas y el resultado es una visión estándar, anecdótica.
  • La Orquesta de cámara de Stuttgart, dirigida por Denis Russel Davies (Sony Classics: 2009) hace de ésta y todas las sinfonías de Haydn un conjunto de auténticas joyas. Russel Davies hace a un mismo tiempo un elogio a Haydn y nos regala una visión verdaderamente personal de su obra; una interpretación equilibrada.