Escritores de Tijuana se despiden de Federico Campbell
Federico Campbell nació en Tijuana en 1941. Hizo lo que muchos jóvenes de su tiempo —y aún antes— hacían para procurarse una mejor educación: dirigirse hacia el centro del país. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, y en 1967 estudió periodismo en el Macalester College (Saint Paul, Minnesota, EU). Periodista, narrador, ensayista, traductor y editor, Campbell creó una obra literaria que, lejos de olvidar su origen, contribuyó a fortalecer el puente hacia una ciudad, una península, una región y las múltiples atmósferas de la productiva y versátil literatura del norte a través del tiempo y el contexto social.
Campbell paseó, convivió y conversó con su ciudad natal aún en la distancia. Sus novelas y relatos dan cuenta de ello: la Tijuana de los años cincuenta, sesenta; la Tijuana de su padre telegrafista, la de los años treinta; la Tijuana-mujer-amante-esposa-madre-hermana representada en un personaje de nombre norteamericano. Más allá de ilusiones ópticas o de un desmantelamiento inane, a la par de otros autores (pienso en Abigael Bohórquez, Jesús Gardea, Daniel Sada o Rosario Sanmiguel), la obra de Campbell precisa y demarca la continuidad de una geografía política y cultural específica: la frontera norte.
Luego de haber ingresado en un estado de salud grave con duración de varias semanas en un hospital de la Ciudad de México, el sábado 15 de febrero falleció, a los 72 años de edad, el escritor Federico Campbell debido a un derrame cerebral masivo. Es La hora del lobo en la que algunos escritores y escritoras de la región escriben sobre la obra de uno de sus autores más emblemáticos:
Es innegable que la obra de Federico Campbell ha alcanzado un lugar destacado en el escenario de la literatura mexicana, por ya no hablar del papel referencial que ha jugado, desde los años setenta hasta la actualidad, en la construcción del imaginario peninsular. Tal vez sin buscarlo, se convirtió no sólo en una de las primeras aportaciones destacadas de eso que la crítica denomina el “nomos del Norte” (aludiendo al concepto griego de organización territorial), sino también en una de las apuestas más complejas por rescatar los perfiles de un paisaje humano que, independientemente de su ubicación, resulta tan entrañable como el que más.
Javier Hernández Quezada
A mí me gusta su prosa. No sólo por la presencia de mi ciudad favorita y natal en su obra, también porque sus textos son como pequeñas burbujas cuya delgadísima membrana es la nostalgia y remembranza. A mi generación le corresponde reventar esas burbujas y aprender de ellas. Mi favorita es Todo lo de las focas. Desde ahí puedo ver y recrear historias que desde niña nadie ha podido contarme. No hay mucha historia concreta sobre Tijuana en la mente de los de mi edad. La obra de Federico Campbell aminora ese vacío.
Patricia Binôme
A mi parecer uno de los libros esenciales de Federico Campbell es Infame turba. Entrevistas a pensadores, poetas y novelistas en la España de 1970, trabajo poco referido por la crítica y el lector, y, sin embargo, crucial para comprender la transición estética y cultural de la España franquista a la España democrática y libertaria. La obra reúne conversaciones de Campbell con Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald, Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma, Pere Gimferrer, Félix Grande, Ángel González, Luis Goytisolo, Juan Marsé, Leopoldo María Panero, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, realizadas durante los años que el escritor tijuanense radicó en una Barcelona (finales de los sesenta, principios de los setenta) animada por la psicodelia de la época y sobre todo por un pujante e impostergable afán renovador. Como un testigo privilegiado de esa coyuntura, Federico Campbell amalgama con inteligencia y empatía sus dos grandes pasiones, sus dos amores eternos: la literatura y el periodismo, ejes de un espíritu tan curioso y cordial como informado y analítico.
Jorge Ortega
Federico Campbell llevó el norte a la literatura; fue uno de los principales autores que volteó la tradicional relación norte-centro, donde el segundo resultaba productor y el primero receptor de contenidos culturales. De él leí Transpeninsular, una novela que ocurre en esa carretera desierta que pareciera no ofrecer historia alguna. Campbell le dio leyenda a un terreno sin prehistoria. Por otro lado, Tijuanenses posee descripciones de la ciudad, un tono anticosmopolita o casi local, ese tono que se reconoce oralmente en muchos tijuanenses. En este cuento Campbell regresa a las historias de los famosos norteamericanos que visitaban la ciudad y a los cerros que la rodean, habitados por personajes de maldad media. El norte ya no sería ignoto.
Sidharta Ochoa
En Tijuanenses ya se vislumbraba la importancia que la memoria tendría en la obra de Campbell, y es éste uno de los primeros desplantes narrativos que dieron carta de naturalización a los habitantes de Tijuana dentro de la literatura. Campbell fue el primero en retratar esos parajes físicos y mentales que hablan de “las innumerables tijuanas superpuestas” y exhiben al autor ocupado en registrar esa “vida que se nos iba de las manos”.
Javier González Cárdenas
Tijuanenses, lo familiar de lo extraño. La prosa de Federico Campbell, respetuosa del detalle, rasgó las formas intocables de nombres, familias y lugares tijuanenses de la segunda mitad del siglo XX. Como la buena literatura, de forma insólita surcó la experiencia localizada en calles y carreteras o en las colinas de la Tijuana de cien mil habitantes, de una clase media bien caracterizada, elaborando una nómina propia de la ciudad moderna, americanizada.
En Tijuanenses, aún los inmigrantes pueden reconocerse o, al menos, emplazar su experiencia sobre esas letras que acogen también a los extraños, presentes y venideros.
Vianett Medina
Yo no sabía casi nada de Tijuana antes de vivir en ella. Nada sino algunas canciones, las noticias y la narrativa de Campbell. Con todas ellas me construí un pasado familiar, una relación de cercanía con la ciudad. A lo largo de estos casi seis años como residente, ha sido satisfactorio reconocer una calle, una escuela, una esquina de la ciudad presente, y de la que ya sólo existe en fotografías, a partir de sus escritos. Un juego inocente y a la vez identitario que quise agradecerle alguna vez en persona. Hacernos amigos, llegar a tutearnos, decirle entre risas y mis miles de preguntas: si no es por ti, Federico, tal vez nunca me llegaría a sentir de Tijuana.
Sheherazade Bigdalí