Tierra Adentro

Hay adioses que llegan con naturalidad, mientras otros llegan forzados y luego de varios intentos. Las despedidas son tan únicas como las historias mismas. Todos los días nos despedimos de alguien suponiendo que lo veremos al día o a la semana siguiente, sin tener nunca tener la certeza. Otros días le decimos adiós a una época porque es necesario, porque tenemos guardar distancia, alejarnos y poner puntos finales. Estas despedidas son largas, exhaustivas y complicadas, primero son físicas y luego emocionales. Pocas veces somos conscientes del inicio o el fin de una época mientras lo vivimos, en ocasiones éstos cobran sentido cuando se guarda distancia o se significan con el paso del tiempo. Las nociones de principio y final son parte de la construcción de nuestra narrativa personal.

Hay lugares cargados de adioses y en los que se respiran aires de cambio. Son los aeropuertos esos lugares que anuncian posibilidades, que despiden a miles pero saludan a muchos otros. Sitios que se explican a sí mismos sólo a través de una noción de tránsito y se entienden como lugares provisionales. En Los aeropuertos,[1] del autor colombiano Jairo Buitrago con ilustraciones de Juan Mayorga, se cuenta la historia de un hombre que, harto de estar en una sala de espera, decide salir a pasear y se encuentra con un perro. Ambos pasan la tarde juntos, pero tienen que despedirse, pues el hombre tiene que volver para tomar su vuelo. Un relato que se construye a partir de la idea de lo efímero, de un adiós que se anuncia desde el primer hola y que está condicionado por los tiempos de un viaje. Una historia que no da un giro de tuerca, que respeta los planes de vuelo y se sabe transitoria desde el inicio, la crónica del mientras tanto.

Mientras tanto, La vida sin Santi,[2] de Andrea Maturana con ilustraciones a cargo de Francisco Javier Olea, plantea otra noción de despedida. Ahí se cuenta el relato de dos amigos: Maia y Santi. Son un par inseparable que debe decir adiós cuando el padre de Santi es contratado en un lugar lejano. Maia, al quedarse sin su amigo, se siente sola y con un gran vacío. Poco a poco conoce a nuevos amigos que ganan un lugar en su vida. No el lugar que dejó Santi, uno distinto. Es la historia de una despedida repentina y dolorosa, que implica un tránsito emocional pero también abre la posibilidad a nuevas experiencias para ambos. Un relato que está marcado por la pérdida, que se entiende sólo a partir de ella. El adiós entre Maia y Santi es un adiós forzado pero no definitivo, una amistad que cambia pero se conserva. Un adiós físico, pero no emocional, una despedida como punto y coma, no punto final.

No estoy segura de cómo terminar este texto sin sentir que lo más indicado sería anunciar su final o despedirme formalmente. Sé que el final de la página lo anuncia, como las primeras palabras anunciaron el inicio. Sin embargo, no tengo forma de saber si alguien llegó hasta este punto o si decidió despedirse de mí en el párrafo anterior. Suponiendo que alguien esté leyendo esta línea, me despido y agradezco por llegar hasta aquí. Me quedo con la tranquilidad de saber que hay finales incuestionables,  que llegan naturalmente y sin lugar para dudas: el cierre de un telón, las últimas páginas de un libro o los créditos en una película. Mientras, en nuestra narrativa personal los finales y las despedidas muchas veces son “hastaprontos” que nos dejan una sensación de ambigüedad, pero también de posibilidad.

[1] Buitrago, Jairo, Los aeropuertos, México, , Ediciones Castillo, 2012.

[2] Maturana, Andrea, La vida sin Santi, México, Fondo de Cultura Económica, 2014