Hablemos sobre ventanas eléctricas
Todo se queda justo donde lo dejaste
Todo se queda, pero aun así cambia.
Rebecca Sugar
A veces sentimos que algunos miedos abren puertas que creíamos cerradas. Miedos que surgen desde el fantasma del niño que fuimos, como si en esos momentos regresáramos a ser aquella criatura desprotegida, que siente al mundo lanzar sus colmillos sobre él; seguro de que va a eliminarlo con un simple movimiento, porque solo es un chico que no tiene el “poder” o la “fuerza” de un adulto.
Remarco esto en comillas porque la verdad es que los mayores casi nunca tenemos tales cualidades. Y por eso, en esos instantes, los años de preparación y estabilidad emocional parecen escaparse entre nuestros dedos, como si fueran agua. Uno regresa a aquellos días tranquilos en los que incluso las pequeñas cosas lucían como grandes amenazas. Entonces, deja subir ese llanto incontrolable hasta los ojos y se desmorona la adultez.
Recuerdo muchos momentos viendo TV. Gran parte de mi educación escolar fue realizada gracias a ella; no toqué un libro hasta que cumplí once años. Aún hoy, mientras hay algunas tardes en las que no leo ni una sola página de los libros que se apilan sobre mi escritorio, no pasa un día en el que no vea, al menos un fragmento o un capítulo de una serie televisiva.
Guardo en mi memoria aquellas tardes infinitas, en las que me sentaba frente a la ventana eléctrica de la televisión y me adentraba en Nickelodeon, Cartoon Network y Fox Kids hasta que anochecía; ni siquiera me preocupaba ver más de una vez el mismo episodio.
Cada canal tenía una oferta diferente (a esa edad ya solía diferenciar los estilos). En ese aspecto, Cartoon Network, y sus programas, me brindaron muchas experiencias que solo podría haber encontrado ahí, porque estaba echo con todas las posesiones estelares y sobrantes de Warner Bros.
Aunque creo recordar, que hubo un tiempo en el que era demasiado aburrido mirar, porque todo lo que transmitían era Pokémon y repeticiones constantes de Las aventuras animadas de ayer y hoy, o de las mismas tres caricaturas estrella: La vaca y el pollito, Las chicas super poderosas y El laboratorio de Dexter.
Me parece curioso cómo conservo en mi mente con mayor claridad aquellas caricaturas un poco surrealistas (muchas veces sin moraleja), en comparación con las de Nickelodeon, en donde cada capítulo tenía una lección o aprendizaje. De hecho, algunos episodios de Cartoon Network podían ponerse muy rudos, como aquella escena en la que Vaca y pollito comen traseros servidos en platos, por ejemplo.
Ahora, con mi pensamiento que prejuzga muchas cosas, me encuentro con aquellas escenas y me digo como buen adulto disfuncional y como muchos amigos que ya son padres, que eso no tendría que haber estado ahí. Y, en ese momento escucho a una amiga regañarme.
A ella, una vez le sugerí un libro que, para mí, tenía mucho de interés por los temas que aborda. Lo leyó y aunque no le disgustó, me dijo que de todo eso se hablaba con más seriedad y más atino en la literatura infantil: “No te imaginas lo inteligentes que son los niños para entender las situaciones”, sentenció y luego me habló de toda una pila de obras infantiles que hablaban desde el duelo hasta al abuso sexual.
Material que, muchas veces, es descartado por los “escritores serios”, como si no involucrara la misma cantidad y horas de trabajo que cualquier otro proyecto; salvo que aquí hay una diferencia: es contenido que busca llegar hacia los niños y quedarse ahí, así como ayudarles a comprender con mayor amplitud nuestro mundo. Ahora que pienso en Cartoon Network y en lo que significó para mi infancia, le doy la razón a mi amiga, ya que ahí, fue donde empecé a ver mis primeros animes como Card Captors Sakura, que no era de los que se transmitían en televisión abierta.
Uno cree que los años pasan y lo alejan del niño que uno lleva dentro, pero cuando abro el libro Clow que aún tengo en mi librero y miro las cartas —no sé cómo le hice para conservarlas en buen estado—, recuerdo estar viendo la televisión y apreciar los enfrentamientos, todas estas coreografías bien animadas que de niño me llenaban de energía.
En la pandemia, volví a ver la serie y me encontré con un montón de situaciones que de niño ni me preocuparon: por ejemplo, la compañera de Sakura que tiene una relación con el profesor. O que el papá de Sakura haya sido el maestro de su mamá. O que su hermano haya andado con una mujer mucho mayor que él. Sin embargo, procesé aquella información y no me afectó. Los niños son más inteligentes de lo que uno cree, dice mi amiga.
Actualmente se transmite la nueva ola de caricaturas de Cartoon Network, entre las que destaca Steven Universe. Otro niño mágico, igual que Sakura. Otra caricatura donde las relaciones amorosas son distintas de lo usual. Otro protagonista que es orillado a enfrentar una amenaza más grande de lo que puede comprender.
Ahí está el detalle: Steven y Sakura se encuentran con problemas que superan su entendimiento, pero están rodeados por grupos de amigos que buscan ayudarlos e incluso los protegen. Aunque, eventualmente, ambos tienen que crecer y resolver las amenazas que suelen venir de un pasado que desconocen, y que suelen ser las consecuencias de la generación que estuvo por encima de ellos.
También podemos mencionar, por ejemplo, Regular show. No es sobre niños mágicos, sino sobre dos chicos que trabajan en un parque, mientras no hacen nada con sus vidas: Mordecai y Rigby, quienes para evitar el trabajo o cualquier otra responsabilidad, se meten en problemas que sí tiene consecuencias mágicas. El coche de golf que conducen cobra vida, se pelean con un grupo de patos que rapean, acaban formando parte de algún culto raro; rompen el tiempo y el espacio. Y entre todo eso, a veces también suben al techo de su edificio a tomar refresco y amanecen con cruda.
No he dejado de consumir caricaturas en toda mi vida, aunque ahora lo hago con las conocidas como “caricaturas para adultos”. Bojack Horseman, Rick and Morty y F for family. Y entonces me pregunto, ¿cuál es la diferencia? ¿Siguen enseñándonos a gestionar situaciones y emociones a los adultos, a través de otro tipo de historias? ¿Somos una generación que no entiende ciertas lecciones si no las ve dibujadas?
Como dice Leopoldo María Panero, “todos nosotros somos niños muertos, clavados en la balaustra como por encanto”. Todos nosotros arrastramos miedos infantiles que, en el día a día, nos separan de nuestra postura adulta, en la que podemos luchar contra todo. A veces incluso me parece que están esperando en algún rincón de nuestra mente.
Rebecca Sugar en dos ocasiones, primero en Hora de aventura y luego en Steven Universe, ha compuesto canciones sobre el miedo que tuvo de haber extraviado un objeto querido. “Se trataba de un conejo de peluche. “Cuando estaba dibujando a Spinel en el jardín me dije: oh no, es la misma historia que este juguete. Y (para ese entonces) ya había escrito esa canción para Hora de aventura llamada: Everything stays.
Cuando niña, dejé el conejo en el pasto y lo olvidé por completo, aunque era mi juguete favorito. Y lo encontré como un año después, solo que estaba de cabeza y el sol había decolorado su estómago. Ahora tenía el abdomen blanco.
Mi primera crisis emocional ocurrió al darme cuenta que, cuando dejé este objeto solo, había cambiado sin mi intervención, y ahora estaba permanentemente dañado; no iba a volver a ser como lo recordaba. Aunque ni siquiera se veía peor. No había nada mal con que tuviera el vientre blanco por el sol, solo era distinto. Quizá un poco de eso está en Spinel y en mi culpa por haber olvidado algo que pensé amar tanto1.
Al volver a cometer esos errores infantiles es cuando, me parece que, experimentamos nuevamente esa corriente de emoción que nos transforma en niños. Al igual que cuando sentimos el miedo de estar enfrentándonos, como Sakura, Steven Universe o Mordecai y Rigby a un mundo que no comprendemos y que tiene una serie de reglas que no siempre podemos aprender.
Sin embargo, detrás de ellos hubo todo un equipo de ilustradores, creativos y animadores que tuvieron la idea de enseñar algo mediante esos programas para que nosotros, como niños sentados frente a aquella ventana eléctrica, nos dejáramos envolver por la historia y saliéramos de ella con una herramienta en la mano; lista para usar en el futuro y para que cuando volviéramos a sentir que encontramos el conejo de peluche, tuviéramos otra forma de enfrentar esa tristeza.