Godard y hacer bizcos
La idea es simple: una mujer casa y un hombre se conocen. Se aman, discuten, se golpean. Un perro vagabundea por la ciudad y el campo. El hombre y la mujer se encuentran. El perro está entre los dos. El uno es el otro, el otro es el uno y son tres. El exesposo arruina todo. Una segunda película empieza: la misma que la primera, y no. De la raza humana la metáfora. Esto termina en un ladrido y en un llanto.
Jean-Luc Godard
A mi sobrina, la grande, le encanta hacer bizcos. Juega a eso desde que tenía meses. Parece que le satisface ver el mundo encimado sobre sí mismo; cierra un ojo y escoge qué mirar desde un ángulo ligeramente distinto.
A un tal Charles Wheatstone le gustaba tanto hacer bizcos que a partir de ellos, en 1839, descubrió el cine en 3D, o mejor dicho, el inicio de él: la visión estereoscópica.
Los animales con dos ojos frontales (como los depredadores) ven dos imágenes ligeramente distintas, una con cada ojo; el cerebro corrige los errores de una con la otra, completa informaciones faltantes y reconstruye una imagen con la cual puede calcular los volúmenes de los objetos y, por lo tanto, las distancias entre ellos.
La incapacidad del cerebro de realizar esta acción se le llama estereoceguera. Las personas que la sufren ven con un sólo ojo (o alternan entre ambos) y calculan las distancias con la comparación relativa de los tamaños: se han acostumbrado a saber que lo más grande está más cerca y que lo más pequeño está más lejos o confían en “guiños visuales” como la distribución entre luces y sombras, la superposición de imágenes, la relación con el punto de fuga, etcétera.
(Un buen libro para comprender la estereovisión y el funcionamiento conjunto entre el cerebro y los ojos es el libro de Susan R. Barry Fixing my gaze).
Para que una imagen plana (en 2D) pueda ser vista con profundidad (porque para los ojos la profundidad es una ilusión) se tiene que dar a cada ojo una imagen diferente y superponerlas. El más básico de estos procedimientos es el anaglifo: se toman dos fotografías ligeramente distintas de un objeto; a una se le filtran los rojos, a otra los verdes y azules. Se empalman y el espectador se pone unos lentes con el lado izquierdo con un lente rojo y el derecho con un azul verdoso.
Así nació el cine en 3D: cada fotograma era doble y los bordes de las imágenes, por la superposición, se ven rojos y verdes (aunque que el anáglifo no fue el primer procedimiento para producir cine con profundidad).
Adeu au language (Godard, 2014) postula un uso del 3D más allá de la espectacularidad. La intención de haberla grabado así es, según el director y el fotógrafo (Fabrice Aragno), explorar las posibilidades narrativas del 3D.
No creo que se haya logrado. O por lo menos no en el sentido que Godard esperaba. El uso del 3D sigue estando del lado de la espectacularidad. La innovación al lenguaje cinematográfico está en la misma moneda pero en la cara contraria.
Hay por lo menos tres secuencias en Adieu au language que empalman imágenes. Vistas con los lentes de 3D o sin ellos, son incómodas: no se distingue qué está sucediendo en pantalla. El truco está en cerrar un ojo; entonces, dependiendo de cuál se cierre se ve una u otra secuencia. Con el ojo derecho, se ve a un hombre al lado derecho de una cocina; con el izquierdo, a una mujer sentada a la izquierda. Cuando el hombre y la mujer están cercanos, la imagen es tradicional, cuando el hombre se aleja, las imágenes se empalman y uno puede alternar los ojos.
La imagen del hombre está hecho sólo para el ojo derecho; la imagen de la mujer para el izquierdo. Estas secuencias apuntas a separar la visión estereoscópica, radicalizar la diferencia de imagen de cada ojo hasta hacerlas incompatibles. Godard utilizó la estereoceguera como elemento narrativo del cine.
La película da espacio para que el espectador decida su montaje: cuánto dura la mujer en escena, cuánto el hombre, qué cortes hacer. Tales acciones, personales e intransmisibles, convierten a Adieu au language en muchas, es una suerte de esas novelas juveniles donde uno escoge qué capítulo seguir.
Estas imágenes, cuando se ven con los dos ojos, es como hacer bizcos, es negar la capacidad de ver con profundidad. Se elige qué ojo podrá ver, se elige renunciar a la profundidad y a la simultaneidad por la narración.
Mi sobrina sospecha, como Godard, que a veces hay que ser ciegos para ver ciertas cosas. Que hacer bizcos y luego cerrar un ojo puede ser una experiencia igual de rica que tener los dos abiertos.
NOTA: aquí un artículo con una idea bastante similar; no sé si lo leí y lo olvidé.