Tierra Adentro

Titulo: El ajedrez es un juego tan siniestro y personal

Autor: Hugo Roca Joglar

Editorial: Los libros del perro

Lugar y Año: 2020

 

En cuanto me enteré que el huracán Delta amenazaba golpear con fuerza la península de Yucatán, al mismo tiempo que ordenaba en una aplicación veinte latas de atún, galletas de animalitos y dos veladoras, imprimí tu último libro de crónicas “El ajedrez es un juego tan siniestro y personal”, publicado recientemente por Los libros del perro. Me preocupaba quedarme sin electricidad y fallar el compromiso de presentarlo. Me visualicé heroico, en medio de la tormenta leyéndote y haciendo apuntes en los márgenes a la luz de una veladora.

El ajedrez que te enseñó tu padre te ha ayudado a protegerte. Te permitió defenderte de seres despreciables como Polo, un compañero de primaria con un lunar en la mejilla derecha del tamaño de una moneda de cinco pesos, que te molestaba por tartamudear. Al retarte conseguiste ganarle en tan solo tres movimientos.

Y algo aún más fundamental, el ajedrez te ayudó a entender tu entorno, te enseñó que, en el tablero de la vida, sobre todo entre las enormes casillas de concreto que conforman la ciudad de México, la única estrategia posible para sobrevivir es arriesgándolo todo y jugar a matar o morir. La misma estrategia que se necesita para escribir.

En tu libro propones que retratar lo humano va más allá de los fines periodísticos, sino que es necesario que exista en el discurso de nuestros gobernantes para erradicar el terrorismo del crimen organizado. Para salir del abstracto y humanizar el horror, propones que el futuro presidente diga :

“No es el hijo de Sicilia, es Juan Francisco, jugaba futbol de medio creativo y le desgarraron los pulmones. No son los estudiantes de cine: Es Javier Salomón Aceves Gastélum, lucía una larga barba rojiza de marinero eslavo y su imaginación partía del mar y del ritmo; es Marco Francisco García Ávalos, usaba gorra azul y su imaginación tendía hacia un misterio hermético; es Jesús Daniel Díaz García, sonreía ante recuerdos de nieve y su imaginación se exaltaba desde el frío. Construir juntos una película era lo único que querían. Los asfixiaron con sogas y disolvieron sus cadáveres en ácido.”

Para quienes crecieron en un contexto más amable, tus recuerdos de la infancia jugando ajedrez probablemente contrasten con los terribles crímenes que mencionas en algunas crónicas, pero para quienes crecimos en la Ciudad de México, o en cualquier ciudad violenta del mundo, nuestros recuerdos de la infancia están permeados por el horror. 

Pienso que ese es uno de los mayores aciertos de tu libro, estructuralmente es una radiografía de cómo fuimos constituidos quienes pertenecemos a las generaciones de los 80s y 90s. Radiografía en la que aparecen en un mismo esqueleto nuestros anhelos, recuerdos del colegio, reuniones familiares y las noticias de violaciones, secuestros y feminicidios. Radiografía aún más exacta de quienes crecimos en la clase media y también acudimos a citas con terapeutas para que dieran con un diagnostico que corroborara el más grande temor de nuestros padres: que no éramos normales.  

Tu búsqueda es mediante las palabras traducir el horror para sacarlo de la abstracción y poder enfrentarlo. En “Un nuevo salón México” dibujas, como en un pentagrama, la melodía del horror en el que está sumido nuestro país:

“Luego, un largo silencio. Se derrumba un edificio. Claxon de motocicleta. Organillero. Ruido de nariz que esnifa. Pitido virtual que avisa sobre un nuevo mensaje de facebook. Vibra una campana. Y de nuevo la trompeta; de su histérico grito surgen aires de mariachi, pero nunca terminan por crearse, pues son interrumpidos por una niña que lee sin expresión: 

Fragmentos de dos cuerpos humanos fueron encontrados en bolsas de plásticos bajo el puente Nonoalco, en Tlatelolco. La policía capitalina cree que se trata de un ajuste de cuentas entre bandas de narcotraficantes que se pelean el control de la plaza Garibaldi. Se descubrió el tatuaje de un Bugs Bunny cargando una metralleta en un pedacito de antebrazo”.

 En tus crónicas propones contar el horror y la brutalidad desde la ternura. Como en “Siempre preferí a los niños”. En la que narras un intento de violación, pero también el proceso en el que la abuela del violador lleva a su nieto a terapia y con el apoyo de su nieta inicia una búsqueda para deconstruirse y entender que el hermetismo e insensibilidad de su nieto, no eran una virtud como antes ella creía, sino que fueron la base por la que llegó a perpetrar el crimen. Estoy seguro que muchos cronistas habrían optado por el camino fácil y únicamente retratar la brutalidad del intento de violación, pero al incluir las reflexiones de la abuela, y mencionar que su nieta la acompaña e instruye en su proceso de deconstrucción, humaniza a esa familia no para justificarla, sino para dejar en claro que cualquier hombre es un violador en potencia. 

En la última crónica “Todo lo que Ernesto no dice”, una madre de un hijo encarcelado por asaltar combis encuentra consuelo sabiendo que, a pesar de las violaciones, motines y el crimen organizado al que se enfrenta su hijo dentro del penal, hay cursos de música, presentaciones de teatro y talleres de escritura que lo ayudan sortear el horror y mantienen viva la esperanza de su reinserción a la sociedad.

Las violaciones, motines y crimen organizado al que se enfrenta  Ernesto en el penal no son para nada ajenas para quienes habitamos en esta enorme cárcel llamada México de la que quizá nunca logremos escapar. Pero es la música, el teatro y literatura como la de “El ajedrez es un juego tan siniestro y personal”, la que nos recuerda que otro México es posible. Que no somos más que peones, sí, pero a un par de casillas de coronarnos y ganar la partida.

El huracán disminuyó significativamente su fuerza antes de tocar tierra, así que contrario a mi fantasía, te leí con aire acondicionado, atacándome de galletas de animalitos, que tardé más tiempo en digerir que lo que duró el huracán. Aunque la realidad no me permitió escribir este texto con el trepidar de mis ventanas y la amenaza de que, según un video de Facebook, al romperse los vidrios me alcanzaran como proyectiles arrojados por el viento, encendí una veladora para emular mi fantasía.  Como dato inútil, “El ajedrez es un juego tan siniestro y personal” puede leerse cuidadosamente durante el tiempo que dura en consumirse tres cuartos de veladora. 

 

 

Este texto apareció originalmente en MEMORIAS DE NÓMADA, y lo publicamos con permiso del autor.

Autores
(Ciudad de México, 1992) Becario del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) 2019-2020. Becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) 2017-2018. Ganador del Premio Estatal de Cuento Corto "El Espíritu de la Letra", Yucatán, 2015. Mención honorífica en el Premio Nacional de cuento Joven FILEY 2015. Segundo lugar en el 17º Concurso Nacional de Cuento “Letras Muertas” 2016, organizado por la UNAM en homenaje a Rufino Tamayo. Segundo premio en el 51º concurso nacional de cuento de la revista Punto de Partida 2020. En diciembre del 2019 la Secretaria de la Cultura y las Artes del Gobierno del Estado de Yucatán le otorgó un reconocimiento por su destacada labor y aportación literaria más allá de nuestras fronteras estatales y nacionales. Actualmente se encuentra trabajando en su primera novela “El inconcluso” e imparte un taller intensivo de narrativa en la ciudad de Mérida y en modalidad en línea.