Fotografía y prostitución
La fotografía exhibe el rostro de una mujer, el corte en primer plano muestra sólo su cara y sus hombros, la mirada y la boca expresan un gesto de desaliento reforzado por el abatimiento que se percibe en sus ojos. El cabello lacio y despeinado cae sobre la playera blanca que pasa a segundo término; la mujer es una prostituta. El fondo se pierde pero deja ver lo suficiente para mostrar que está dentro de una habitación. El plano excluye su cuerpo y su formato a blanco y negro nos adentra en su mundo como a través de un filtro: vela un poco nuestros ojos y al mismo tiempo, nuestra conciencia. Se trata de una imagen que forma parte de la serie Plaza de la Soledad realizada por la fotógrafa mexicana Maya Goded. En ella aparece el trabajo realizado durante cinco años por la artista, quien se adentró en la vida cotidiana de las prostitutas que trabajan en el antiguo barrio de La Merced en el centro de la ciudad de México.
La fotografía documental de Goded retrata a estas mujeres en soledad, con su tristeza, en familia y con sus hijos. La prostituta es esa mujer pública, ésa que, pareciera, pertenece a la calle y por ello se sabe poco de su vida privada. Goded presenta imágenes en las que se ve a la trabajadora, a la madre, a la anciana, a la mujer que es más que sólo un cuerpo. Sin embargo, esta figura sigue siendo excluida por transgredir los principios de las instituciones que rigen la sociedad, entre ellas la familia y la Iglesia.
Sin duda, la forma en la que la fotografía muestra este oficio dice mucho de la manera en que sus trabajadoras han sido concebidas durante diferentes lapsos históricos de nuestro país. Goded revela una búsqueda por redefinir y moldear la figura de la prostituta, mostrarla como lo que es: una mujer. Sin embargo, las prostitutas no siempre fueron retratadas desde el ojo de un fotógrafo documentalista. El primer registro fotográfico de estas mujeres que se conoce —por lo menos en el centro del país— pertenece a la época del segundo imperio mexicano y cumplía la función de identificación, es decir, servía como un soporte visual de quienes se dedicaban a dicha profesión. Fue en 1865 que bajo el mandato de Maximiliano de Habsburgo, se expide el Registro de Mujeres Públicas conforme al reglamento establecido por S.M el Emperador. En estas fotografías se muestran —en su mayoría— portando vestidos de gala, y a su vez, el fotógrafo componía una escena colocando el atrezzo a modo de fondo y haciendo posar a las modelos. Algunas de ellas incluso portan objetos tales como instrumentos musicales. Los gestos no son similares a los descritos al inicio de este texto en la fotografía de Maya Goded, de ven más serias e incómodas que tristes.
La mayor parte del registro contiene fotografías en plano completo porque a la prostituta debía conocérsele de cuerpo entero para fines de identificación, a diferencia de los reos de las prisiones de la ciudad de México (que comenzaron a ser registrados visualmente en 1855) que se fotografiaban en primer plano o close up. La elección de este plano sólo permite una cosa: identificar únicamente el rostro del criminal. El hecho de que el registro de prostitutas debiera incluir imágenes de cuerpo completo (el cuerpo está imbuido de relaciones de poder que operan sobre él ) muestra que funcionó como un medio por el cual se ejercía poder sobre ciertos sectores.
La fotografía de identificación en la segunda mitad del siglo XX aparece como un medio por el cual la autoridad gubernamental ejerce el poder sobre los anormales e indeseables. Todo ello en una época en la que era necesario realizar una mejora al sistema carcelario y al sistema de salud pública. Al mismo tiempo, tal control se desempeña por medio de los nuevos profesionales liberales. Aparecen los “funcionarios ilustrados” tales como el médico y el boticario, dando paso también al fotógrafo, quien deja detrás sus dotes como artista para relegarse al papel de mero operario. Se trata de figuras de autoridad intentando definir y diagnosticar al otro. La medicina y la jurisprudencia del siglo XIX juzgaron las causas de un delito, enmarcaron y clasificaron a los criminales: surgieron así los “inadaptados”, los “perversos”, las “anomalías psíquicas”, que gracias al trabajo del fotógrafo comenzaron a tener rostro.
Durante este periodo la fotografía se enmarca dentro de la corriente positivista en la que el poder y el control se ejercen por medio de métodos estrictos y del uso de la razón. El fotógrafo es uno más de los técnicos del siglo XIX y expone al reo y a la prostituta, compromete a la familia, contrapone lo público y lo privado; lo que ha de ser castigado y lo que ha de ser definido y vigilado. El fotógrafo actual ya no se acerca a los sectores más excluidos (como lo hicieron los fotógrafos durante el segundo imperio), pues la fotografía que se hace de estos sectores —entre ellos el de la prostitución— ya está dirigida más a una función documental o artística que a una función de identificación. A pesar de ello, la fotografía de identificación se sigue usando en los expedientes de los reos, al igual que se usa para otro tipo de documentos de carácter gubernamental.