Etiopía después de Selassie, problemas y realidades
Uno de los casos paradigmáticos del desarrollo independiente nacional en el territorio de África es Etiopía, que, junto con Liberia —fundada por esclavos repatriados de Estados Unidos y con el apoyo de esta nación—, mantuvo la soberanía y fue inmune al ominoso mandato colonial ejercido por Reino Unido y Francia, principalmente, en el continente durante el siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX. La influencia de esta dominación ha forjado líneas totalmente arbitrarias durante todo el proceso de descolonización, por el cual se han establecido, en su mayoría, Estados con un bajo nivel de institucionalización gubernamental, proclives a golpes de Estado y a una inestabilidad política crónica.
Sin embargo, el ejemplo etíope no es el caso, ya que, gracias a la independencia interna y externa, se estableció un Estado de carácter imperial, consolidado desde finales del siglo XIX con el mandato de Menelik II (1889-1913) y dirigido después, bajo los mismos términos, por Ras Tafari Makonnen, por el conocido como Haile Selassie I, negusä nägäst1 (posterior a su coronación) o Emperador de Etiopía.
A propósito de los 50 años de su derrocamiento, me gustaría recuperar ciertos aspectos relevantes que surgieron durante su reinado y que ayudarán a nuestros lectores a entender la posterior transformación del país en una República Socialista (1974-1987) y su colosal fracaso, que dio paso a una República Federal (1995 en adelante), así como exponer una serie de reflexiones en torno al difícil proceso de institucionalización estatal en un territorio tan diverso étnicamente como Etiopía, común denominador en toda África.
El Imperio de Haile Selassie, modernización y caída: 1930-1974
Al momento de asumir Haile Selassie la titularidad del Imperio etíope, dos factores establecidos por su predecesor, Menelik II, permitieron mantener la estabilidad política interna y continuar el proceso de modernización estatal y militar. Aunque estos factores fueron efectivos contra los continuos movimientos separatistas durante el reinado de Menelik II, eventualmente precipitaron su caída y la de subsecuentes configuraciones nacionales.
El primer factor está relacionado con el rechazo diplomático y militar a las ambiciones coloniales en Etiopía, especialmente las italianas, que Menelik II había asociado anteriormente con los intereses de Reino Unido y Francia en la región del Cuerno de África.2 Debido a estas, se firmó el Tratado de Wuchale en mayo de 1889, en el que se perdió el territorio de la actual Eritrea hasta 1945 a cambio del establecimiento de relaciones pacíficas y comerciales con Roma.
Lo anterior nos lleva al segundo factor, ya que, gracias al freno de las ambiciones territoriales en Etiopía, los poderes coloniales (Reino Unido y Francia, principalmente) reconocieron la integridad nacional de Etiopía en 1908. Como consecuencia, se establecieron relaciones de cooperación e intercambio con los dos grandes poseedores de los territorios y las rutas marítimas y terrestres del continente africano.
Una vez solucionado esto, el proyecto de Selassie —mucho antes de ser coronado emperador, pues asumió el poder en 1926, aunque sin la titularidad imperial— ejecutó nuevas regulaciones administrativas y leyes influenciadas en parte por el modelo europeo estatal. Se crearon ministerios administrativos con titulares determinados por el grado de lealtad al emperador y, para prolongar esto, se fundaron escuelas y universidades que se encargaron de formar a la futura clase burocrática.
Adicionalmente, se fundó el primer banco central, se designó el Birr como moneda nacional3 y se creó la primera línea aérea nacional. Además, Selassie desarrolló una actividad mucho más dinámica que sus antecesores en el panorama internacional, pues realizó visitas de Estado y una amplia actividad diplomática, que le ayudó a obtener el apoyo internacional durante la ocupación italiana (1935-1945) y a adquirir centralidad regional, gracias al establecimiento de la sede de la Organización de la Unidad Africana (hoy Unión Africana) en Addis Abeba, desde 1963.
Otro elemento crucial para la legitimidad y unificación política en el país fue la alianza mantenida con la Iglesia ortodoxa etíope, encargada de mantener el cristianismo en el territorio desde el siglo IV y de sustentar la autoridad divina de Selassie a partir del Kebra Negast (Gloria de los Reyes), que rastrea la línea de descendencia de los emperadores etíopes desde la unión de la Reina de Saba con el Rey Salomón (figura central en la tradición religiosa judeocristiana).
A su vez, la Constitución de 1931 estipuló la centralidad avasallante de la figura imperial en todos los aspectos del Estado etíope. En aquel documento, el control y nombramiento institucional del gobierno central y local, así como los poderes legislativo, ejecutivo, judicial y militar, recayeron en el emperador. La centralidad gubernamental personalizada es quizá el legado más duradero dentro de la configuración política-estatal nacional, después de la revolución de 1974 y su sustitución en 1995.
Durante el reinado de Selassie, dos eventos trataron de acabar con su liderazgo al frente del país. Uno, la invasión italiana a Etiopía de 1935 a 1941, la cual, gracias al apoyo británico y la activa participación de Selassie en medios internacionales para denunciar el hecho, logró enfrentar, no solamente salvando su gobierno, sino recuperando el territorio de Eritrea y una temporal salida al Mar Rojo desde 1952 hasta 1991. El segundo fue un primer Golpe de Estado en 1960, por parte del coronel Mengistu Haile Mariam, durante el cual varios líderes políticos imperiales fueron asesinados. Con ello inició el declive político de la era de Haile Selassie.
Por su parte, el estancamiento político y las presiones independentistas regionales, particularmente en Eritrea, la región de Oromo y Tigray, comenzaron a ejercer un peso considerable en contra del gobierno imperial, una vez terminada la intervención italiana, extendiéndose e incrementándose conforme el país avanzaba a la segunda mitad del siglo XX. Durante este periodo, y a pesar de una reforma constitucional en 1955, Selassie rehusó descentralizar el poder político hacia las regiones que demandaban mayor autonomía. Esto, aunado al propio paso del tiempo en la vida del emperador, generó un estancamiento económico en el proceso de modernización, que se agravó aún más con la hambruna nacional de 1974-1975, lo que marcó el inicio del fin del régimen imperial con la revolución militar del Comité Coordinador de las Fuerzas Armadas, la Policía y el Ejército Territorial, también conocido como Derg(comité o consejo), entre junio y septiembre de 1974.
La revolución y el Derg, los años perdidos: 1974-1991
Adoptando una aproximación política de carácter socialista, el régimen del Derg subvirtió en sus años de gobierno todas las instituciones, arreglos y leyes de Selassie, a quien apresó el 12 de septiembre de 1974 y autorizó su asesinato el 26 de agosto de 1975.
Quizá las medidas más desastrosas de esta administración fueron la relacionadas con los campos social y económico. Una reforma radical en 1975 nacionalizó toda la tierra rural, abolió las grandes tenencias de tierra y puso a cargo a los campesinos de la ejecución de una política de modernización y desarrollo agrícola colectiva —similar a la desempeñada en la URSS—, con nulos resultados en el país. Además, los bancos, las instituciones financieras y las grandes empresas fueron estatalizadas, con la particular excepción del comercio y la venta privada, así como los sectores de importación y exportación.
En el campo social, la ruptura de los lazos con la Iglesia ortodoxa etíope fue otro golpe, pues desde la perspectiva ideológica del régimen, la religión era incompatible con el proyecto socialista y debía ser desterrada de la conciencia y práctica colectivas. Así se fragmentó un lazo unitario de 1600 años de antigüedad, que había logrado dar cierto grado de cohesión a todos los ciudadanos de Etiopía, sin considerar su adscripción étnica o de lenguaje.
En términos políticos generales, el gobierno del Derg optó por mantener el camino de la centralización encabezado por Mengistu, empleando métodos violentos y represivos para mantener la unidad nacional, mientras los movimientos regionales independentistas de Eritrea, Tigray y Oromo, principalmente, siguieron activamente trabajando en sus comunidades en la lucha contra la opresión y la construcción de una alternativa organizativa a la radical instaurada en 1974.
Otro ejemplo de la ruptura social y la violencia ejercida por Mengistu para consolidar el poder político en el territorio fue el periodo llamado Terror Rojo, el cual, entre septiembre de 1976 y marzo de 1978, cobró la vida de 100 mil personas, acusadas de oponerse al gobierno. Durante aquel violento periodo de terror político, se evidenció otra característica definitoria de ese gobierno: la utilización de todos los medios económicos a su disposición —producto de las anteriores estatalizaciones— para financiar al ejército y a los organismos de seguridad, considerados herramientas principales en la supresión armada de todo intento de separación nacional.
Adicionalmente, su control rebasó las fronteras. Entre 1977 y 1978, las fuerzas de Mengistu y Siad Barre, dictador Somalí, se disputaron la región nacional del Ogadén, resultando vencedor el gobierno de Addis Abeba, en una de sus pocas victorias militares. Sin embargo, esta victoria fue gracias al apoyo financiero soviético y al personal cubano, que estuvieron altamente activos en el continente hasta 1991 y, en cierta medida, ayudaron a la supervivencia del régimen de Mengistu.
Aunque lo más importante para mantener a flote a la administración del Derg, sin duda, fue la constante e intensa explotación económica de la población y la producción nacional, a expensas del aparato bélico estatal, lo cual gradualmente erosionó y debilitó al aparato productivo del país, a niveles de inactividad y paralización nunca antes vistos. Esta situación puso en peligro, de 1983 a 1985, a 7 750 000 personas y causó la muerte de más de 300 000, en la peor crisis alimentaria de su historia.
Lo anterior, evidentemente, no podía asegurar una larga duración de aquel proyecto político expoliador y destructor de instituciones. Para finales de la década de 1980, aunado a los problemas de la hambruna nacional de 1983-1985, este régimen comenzó a verse superado por los movimientos armados independentistas regionales.
Ante el casi total agotamiento de las arcas nacionales y el colapso del bloque socialista en 1991, los cimientos políticos del Dergcedieron el 21 de mayo del mismo año, ante la invasión de fuerzas del Frente de Liberación de Eritrea (ELF) y del Frente de Liberación de Tigray (TLF), lo que puso fin a una desastrosa etapa en la historia nacional.
La transición y la República Federal de Etiopía: 1991-
El Frente de Liberación de Tigray, principal grupo constituyente del Frente Democrático Revolucionario Popular de Etiopía (EPRDF) y comandado por Meles Zenawi (1991-2012), tuvo en primer lugar que atender dos cuestiones vitales para la supervivencia del Gobierno transicional de Etiopía, entre 1991 y 1993: la pacificación del país y la resolución del problema en Eritrea.
Respecto al primer punto, el gobierno tuvo que recurrir a las viejas herramientas de centralización política, para tratar de aglutinar en la plataforma política del EPRDF a todas las facciones agraviadas por el régimen del Derg. Sin embargo, desafortunadamente, también tuvo que recurrir a la represión por medio de las fuerzas armadas; como muestra, el rechazo a la inclusión política transicional del grupo regional en Oromo, que eventualmente fue suprimido con violencia por las autoridades centrales.
Relacionado con el segundo elemento, el gobierno de Zenawi no tuvo otra opción —dadas las catastróficas condiciones en las que se encontraba el Estado etíope en términos militares, políticos, económicos y sociales— que aceptar la independencia de Eritrea, producto de un referéndum, y su posterior declaración en 1993, con lo cual se terminó el acceso centenario del país al Mar Rojo, lo que lo convirtió en un Estado cercado completamente por límites terrestres.
Resueltas aquellas cuestiones elementales y terminado el periodo del gobierno transicional, se inició la fase de recuperación económica y estatal a cargo de Zenawi y el EPRDF. Ambos gozaron hasta el año 2000 de mayoría política efectiva nacional, que permitió la elaboración y promulgación de una nueva constitución en 1995, con lo que se reemplazó la República Democrática Popular de Etiopía, emanada de la revolución del Derg, por la República Democrática Federal de Etiopía, configuración gubernamental que hoy en día sigue vigente.
Sin embargo, con la entrada en vigencia de este documento, se evidenció una desconexión entre la ley suprema constitucional y el ejercicio político real del régimen de Zenawi, ya que, atendiendo las demandas regionales largamente aplazadas por las administraciones de Selassie y Mengistu, la nueva república federal estableció nueve regiones a partir de patrones de asentamiento, identidad y lenguaje, con el consentimiento de la población involucrada. Sin embargo, esta división territorial sólo atendió a los elementos lingüísticos, mientras que las demandas de autonomía regional fueron canalizadas al robusto aparato burocrático y estatal centralizado del EPRDF. El objetivo de esta política fue liberar presiones en contra del gobierno, mientras este continuaba un ejercicio del poder y administración —inclusive económica, aunque no al nivel del régimen precedente—, sin embargo, los vicios del pasado estaban lejos de desaparecer.
Independientemente de aquellos obstáculos, además de la guerra con Eritrea (entre 1998 y 2000), Etiopía pudo encarrilarse en un proceso de recuperación económica favorable, impulsado con ayuda de Estados Unidos y otros países europeos, así como por remesas de migrantes. Esto le ha permitido al país mantener el más alto nivel de crecimiento del PIB en el continente, desde que Zenawi asumió el poder.
Posterior a la muerte de Zenawi en 2012, el EPRDF fue sustituido por un gobierno de coaliciones políticas más amplias que trataron sin éxito de recuperar su legado y enfrentaron severos retos y retrocesos que persisten hasta nuestros días.
El primero de los desafíos fue el conflicto en la región del Tigray entre 2020 y 2022, derivado de la disolución del EPRDF como coalición étnica política que comandaba la región. El conflicto comenzó con protestas en 2018, pero, con el apoyo Eritreo para la causa insurgente, se generó una nueva guerra con el gobierno central. Afortunadamente, y gracias a la mediación de la Unión Africana, cesaron las hostilidades entre las partes involucradas y se estableció una autoridad interina administrativa en la región del Tigray, que si bien no se encuentra separada del territorio nacional, presenta hasta la actualidad un elemento en pleno desarrollo para conceder mayor autonomía regional (cuestión toral histórica para la estabilidad política en el Estado etíope).
Finalmente, otros elementos más amplios de carácter estructural que enfrenta el gobierno liderado desde 2018 por Abiy Ahmed son el económico y el político. Respecto a este último punto, es necesario no solamente descentralizar el modelo gubernamental a uno que dé más elementos autonómicos a las regiones, sino también reorientar el proceso de elección democrática a uno que incluya a más sectores de la sociedad, especialmente los más relegados por los proyectos de élite/étnicos, desarrollados desde épocas imperiales.
En el aspecto económico, el crecimiento —por increíble e incompatible que parezca a algunos analistas, debido a las cifras oficiales y las independientes— es indiscutible desde que asumió el poder el EPRDF. No obstante, los líderes contemporáneos deben localizar mucho mejor los recursos. En esto también entra en juego la descentralización fiscal, pues, de contar los gobiernos regionales con mayor presupuesto, podrán destinarlos a los programas que determinen pertinentes en orden de necesidad hacia sus comunidades.
También es necesario establecer un programa de diversificación y modernización económica —en el aparato productivo general nacional, pero especialmente en la agricultura—, que permita disminuir el nivel de dependencia de las importaciones y afrontar condiciones climáticas extremas —como sequías, inundaciones, etc.— que vulneran la seguridad alimentaria. Esto, entre muchos otros temas, es lo que enfrenta el recién creado Estado federal etíope a casi 30 años de su fundación.
Conclusión: Etiopía y los retos del Estado multiétnico
Todo estudioso o interesado de algún país en el continente africano debe de tomar en cuenta la vasta diversidad étnica, lingüística, cultural y religiosa que presenta. Este es quizá el elemento fundamental y de inicio para conocer esa región, desde una perspectiva económica, social o política integral y comprensiva, pues es a partir de esta característica que las poblaciones y grupos se establecieron, forjaron dinámicas particulares en cada región y fueron trastocados por el colonialismo europeo durante los siglos XIX y XX.
Es también a partir de lo anterior que el arbitrario trazado colonial —con la ligera, pero no inalterada situación de Etiopía— conglomeró a numerosos grupos étnicos dentro de un territorio colonial determinado que, luego del proceso de independencia en la segunda mitad del siglo XX, se hizo válido para un Estado y un gobierno determinados.
Además, de este agrupamiento multiétnico forzado han derivado la mayoría de los problemas políticos en los Estados africanos contemporáneos de recién creación, los cuales en muchos casos quisieron emular el ejemplo europeo, pero se condenaron con ello a la inestabilidad política por la falta de conceptos homogeneizadores y unificadores, como nación, lengua, cultura o religiones afines.
A partir de lo anterior, surgieron las diferencias y, en vez de conciliarlas para obtener acuerdos constructivos, se ha establecido como dominante cierto grupo étnico de un grupo político particular. Algunos casos resultaron exitosos, como el gobierno étnico de Tigray, adherido al EPRDF, sin embargo, casos más violentos y extremos derivaron en las numerosas dictaduras por las cuales se ha hecho tristemente famoso el continente, o en el primer genocidio de la segunda mitad del siglo XX en Ruanda.
Por lo tanto, es fundamental que los nuevos procesos de institucionalización estatal —no solamente en Etiopía, sino en todos los países del continente africano que se encuentran en plena reconfiguración y reforma, luego del penoso periodo de las dictaduras alineadas a uno u otro polo durante la Guerra Fría— consideren la conformación de un Estado multiétnico, federal y democrático, el cual busque realmente conciliar y equilibrar de mejor manera los intereses de la población gobernada, para evitar repetir los errores de inestabilidad política y conflictos que ojalá algún día puedan ser superados.
Referencias
Asserate, Asfa-Wossen, King of Kings: The Triumph and Tragedy of Emperor Haile Selassie I of Ethiopia, Londres, Hus Publishing, 2015.
Gedamu, Yohannes, The Politics of Contemporary Ethiopia: Ethnic Federalism and Authoritarian Survival, Londres, Routledge, 2021.
Haggai, Erlich, Ethiopia and the Challenge of Independence, Boulder, Lynne Rienner Publishers, 1986.
- Traducido como “Rey de Reyes” y también similar al término Atse, que significa “Emperador”.
- Que hoy consiste en los países de Etiopía, Somalia, Eritrea y Yibutí. Esta región, junto con la parte yemení de la Península Arábiga, configuran la entrada al Mar Rojo, a través del cual hoy circula aproximadamente entre 10% y 15% del comercio internacional global.
- Actualmente en circulación.