Estética y objetividad: dos ejes del documental
Objetividad y verdad son conceptos estrechamente vinculados al documental. Considerando que nadie puede abarcar ni conocer la totalidad, serán la ética y la estética particulares del realizador las que rescaten al filme de un posible naufragio en la ficción.
Hay un término delicado que nos compromete al momento de hablar o realizar un documental: la objetividad, sobre todo si nos preguntamos qué tanto de ésta se pone en juego cuando un realizador cuenta o no con apoyos o financiamiento de entidades públicas y privadas.
Históricamente, el documental cinematográfico ha sido un medio vinculado con “la verdad”. En él, como afirma el realizador, escritor y académico Michael Chanan, las ideas se debaten y se forman opiniones. Por lo tanto, durante su realización, el apego a una ética es imprescindible y, en dicho contexto, ésta debe entenderse como un sistema que sobrepasa los juicios morales del realizador. Se trata de una ética comprometida con la sociedad y con los espectadores. A través de la historia que cuenta, el documentalista se vuelve “guardián” y portavoz de quienes forman parte de ella. Como tal, debe preocuparse tanto por los participantes como por la audiencia: en ello radica precisamente el rigor ético.
Si entendemos, con Pat Aufderheide, al documental como una referencia simbólica de la realidad o, tal como lo definiera el realizador Robert Flaherty, como una representación artística de ésta, entonces lo que observamos es el punto de vista del documentalista según su propia objetividad: palabra compleja vinculada con la ética del artista, no con la verdad, pues esta última es una cuestión de perspectiva, de la manera en que entendemos e interpretamos el mundo, de nuestro universo de creencias. El espectador se acerca al documental ofreciéndole un voto de confianza. Quizá cuestione la veracidad de la información, pero más importante es cuestionar la objetividad. Si ésta dependiera de la verdad, entonces habría que dilucidar cuáles son los parámetros bajo los cuales aceptamos que una afirmación es verídica. ¿Es por la presencia de datos duros y entrevistas a figuras públicas o “autoridades” en un tema? Entonces De panzazo (2012), de Juan Carlos Rulfo y Carlos Loret de Mola, presumiría de ser harto objetivo, mientras que Los herederos (2008), de Eugenio Polgovsky, carecería de toda objetividad al no presentar cifras, entrevistas con especialistas o incluso diálogos. La objetividad y la construcción de la verdad son asuntos distintos.
¿Cómo entender la objetividad en el documentalismo? Intentar resolver esta cuestión desde la perspectiva periodística nos obliga a enfrentar dos géneros diferentes tanto en su expresión como en su percepción. Si la objetividad es, como en el periodismo, sinónimo de neutralidad, de no trastocamiento de la imagen, los documentales serían desabridos, sin espíritu. No habría lugar para los simbolismos, la estética, las reflexiones personales. La objetividad se manifiesta, más bien, según la forma en que el artista construye su legitimidad dentro del documental, en el modo de hacer explícito quién es y dónde está el ojo que observa y captura los hechos, como afirma Garnet Butchart.
La objetividad no proviene, entonces, de la anulación del creador o de esconder su punto de vista. Al contrario, deriva de manifestar su existencia, de indicar a sus participantes —y por ende, a la audiencia— desde dónde y para qué observa. Esto a su vez da credibilidad al documental, pues permite identificar la intención del realizador y darle sentido a la narración sin que la obra se convierta en algo frígido, invitando al documentalista a presentar —inventar, innovar— una estética que integre la presencia de una cámara.
Ser objetivo no significa matar la estética, eliminar los simbolismos o las posibilidades poéticas que puedan desarrollarse en el documental. No se trata de plantear preguntas y responderlas a manera de juicio. Consiste en mostrar una intencionalidad, la cual debe ser clara para quienes aceptan participar en el documental, y que puede o no ser revelada a la audiencia. De esta forma, la objetividad debe entenderse como el total respeto al participante. Si bien este género suele ser una palestra para presentar y dar voz a los que han sido ignorados por los medios y, por ende, relegados de la agenda de discusiones públicas, la obligación ética del documentalista, plantea Butchart, consiste en presentarlos no como víctimas sino como personajes que actúan de forma específica en una situación determinada: con libre albedrío. Así, por ejemplo, Los que se quedan (2008), de Juan Carlos Rulfo, muestra a sus personajes no como víctimas de la pobreza y la negligencia política durante décadas de mala administración pública, sino como individuos autónomos que toman la decisión de salir del país en busca de las oportunidades económicas que históricamente se les han negado. Esta definición de la objetividad no merma las posibilidades de acción o la significación política que pueda darle el espectador, pero la no victimización ofrece dignidad a los participantes.
El documental mexicano contemporáneo parece estar felizmente comprometido con esta objetividad. Mercedes Moncada presenta en El inmortal (2005) a personajes entrevistados frente a una cámara narrando una historia familiar, acompañando el relato con imágenes de la Nicaragua rural contemporánea. Carolina Rivas y Daoud Sarhandi discuten la migración centroamericana en nuestro país en Lecciones para Zafirah (2011), un relato que combina imágenes documentales originales de migrantes, entrevistas, imágenes de archivo, una mise en scene de la hija de los directores que observa las imágenes filmadas, y una narración fuera de cuadro. En La canción del pulque (2003), Everardo González se adentra en la cultura del pulque y de la vida en las pulquerías a partir del ámbito específico de una de ellas: “La Pirata”; intercala entrevistas y escenas de la cotidianidad de los personajes, quienes se muestran cómodos y familiares con la presencia de González y su cámara.
Con su propia estética, el documental ofrece distintas formas de narrar historias, por lo que, en este dominio, la objetividad no proviene de un formato estricto, de un conjunto de reglas o instrucciones que ayuden a diferenciar lo que es objetivo de lo que no lo es —como bien han planteado Elena y Mara Fortes, quienes han trabajado en el tema desde el campo de la divulgación—. El documental da voz, narra un acontecer, cuestiona y discute, y al mismo tiempo llama a la reflexión. Inspira y sensibiliza. Es arte. Por ello, no matemos la estética en nombre de la objetividad.