Vulnerar las fronteras
Titulo: Paraísos vulnerables
Autor: Edgar Yepez
Editorial: Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: México, 2013
Tres ensayos terrestres, uno vulnerable y cuatro autobiográficos componen Paraísos vulnerables de Edgar Yepez. El ensayo remite tanto a un género como a “probar, reconocer algo antes de usarlo”. De ambos modos el autor ensaya la escritura. Su libro está formado por escritos que no dependen del conjunto; acumulados bajo la apariencia de la unidad, se concretan en el título del libro. El ensayista dice: “Escribo y tengo nostalgia del presente. Formatear la memoria es menos armar un rompecabezas que diseñar cada pieza en su geometría y contenido parcial. Poco importa si en realidad pertenecen a una imagen total”. Proyectar su superficie justa —cada texto— sin pensar en el conjunto —el libro— pero, al mismo tiempo, trazando un mapa en donde habitan todas las piezas y, aunque no encajan los bordes de una superficie con otra, si forman una imagen total: Paraísos vulnerables.
En los tres terrenos que dividen la cartografía de este libro, el primero, el cimiento, es la tierra. Los tres ensayos —“Una ruta vertical”, “Canchas de la mente” e “Intermitencias”— trasladan al lector a contingencias elíseas, panoramas efímeros que, durante el lapso de lectura, se miran desde su arista etérea, su rostro edénico. Por ejemplo, en el transporte público, desde el metro hasta el autobús, donde detona la posibilidad de la escritura:
El camión es una paradoja: devora el tiempo en aras de una retorcida puntualidad, mientras en su interior llega a experimentarse la suspensión del presente, a sentirlo como un momento monolítico y constante, armado a partir de la multiplicidad de los órganos que lo componen y le dan vida
Así traza un ascenso hacia la memoria y la literatura, enlaza sus recuerdos y, como será constante en todo el libro, se sirve del camino en el transporte para volcarse en la reflexión sobre el arte y su condición actual; como cuando evoca la pieza de Melquiades Herrera —supone que es el autor—, vestido como payaso, trepado en un colectivo, cuyo fracaso en la rutina cómica supone un cuestionamiento sobre los límites de la obra de arte —así lo enmarca el ensayista—; o con la pieza que recuerda de Francis Alÿs, quien, vestido también de payaso, sube a un camión con una arma real pero a la que sólo alude por medio de chistes y que, a diferencia de la otra pieza, persigue situar un límite sin cruzarlo: el de la vida y la obra de arte. Cuestión de lindes. Así se traza la primera pieza de este libro. Así se marca su primer territorio edénico: el trayecto como paraíso.
También se aprecia en el futbol cuando Yepez elide su aparente carácter banal y lo transforma desde el desarrollo escriturario:
El incuestionable minimalismo del futbol duerme en sus irreductibles fundamentos; esencial como una creencia desmedida en sus demandas y no siempre en las recompensas. Justo en toda su desproporción. De signos universales, el futbol brinca fronteras y anida en las más distintas regiones, Mali o Chacarita, e incuba en algunos de sus habitantes una suerte de mínimo común denominador entre ellos.
Repara en las estrategias del director técnico del F.C. Barcelona, entre 2008 y 2012, Josep Guardiola, como el padre del “futbol de autor”; esto sirve al ensayista para reparar, de nuevo, en la condición del arte. Hace una comparación entre posibles autores de futbol, posteriores a la idea inaugurada por Guardiola, y que, frente a la incomprensión —o crítica— del espectador, podrían apelar a las referencias de las que se nutre su futbol, las apropiaciones que hay que mirar en sus estrategias, las referencias que se deben seguir, desde la banda de Moebius hasta el rizoma deleuziano, todo para entender su obra “y todo porque sus obras, en sí mismas, poco aportan al futbol y así justificarán su ensimismada producción”. Este gesto empata con el espectador de una obra plástica, quien, “a la entrada de un museo, intenta descifrar los inteligibles textos en vinil que complejizan la idea del artista, porque él no pudo, mediante la plasticidad de su obra, suscitar algo en el espectador”.
Luego construye otro edén momentáneo a bordo de un Mercedes-Benz CL al abandonar una fiesta de la marca y abordar la máquina que trasciende la factura y las funciones del automóvil convencional. Dentro del Mercedes-Benz, el ensayista se ubica en una experiencia estética provocada por “la alquimia del diseño”. A bordo de la pieza aprovecha para desdoblar ventanas, como los paisajes en movimiento a bordo de un automóvil, recuerdos o historias que se engarzan alrededor del auto, pero también del trabajo y, de nuevo, el arte.
Las piezas siguientes sitúan, en la vulnerabilidad y la autobiografía, otras contingencias para pensar la fragilidad del oasis desde adentro, en su construcción ilusoria. “Las profundidades del océano” usa la narrativa o la digresión como recursos e intenta escribir en su frontera, y no con un pie en el cuento y el otro en ensayo. En el remanso para el asalariado, vacaciones pagadas, Yepez enuncia la fragilidad de lo temporal y sus condiciones de supervivencia: “Cualquier fenómeno prolongado el tiempo suficiente acaba volviéndose el estado normal de las cosas, por la sencilla razón de ser otra más de las tediosas manifestaciones de la cotidianidad; las vacaciones, paréntesis por excelencia, no escapan a esta lógica”. La belleza del paréntesis reside en que acaba: sutil brevedad, oasis para la costumbre. La digresión sobre el arte se filtra, también en esta pieza, pero desde el personaje que habita el texto: un artista plástico tratando de construir una obra, “terrones de sal-cafetería-esculturas exageradamente minimalistas”; terrones, en apariencia, idénticos al azúcar pero fabricados con sal, contingencia estética apenas esbozada en la sutileza de la instalación de la efímera masa compacta y mineral.
En las piezas autobiográficas, Edgar Yepez habita sus ensayos, los puebla con ficción, aunque a veces olvide que ésta “no es antónimo de verdad”. El ensayista sabe que “toda ficción es una entrada lateral, de tantas posibles, al universo mismo que contiene”. En “La práctica de lo mínimo” gravita en torno a la obra de Gabriel Orozco, recurre a sus obsesiones como recursos, trascribe algunas líneas de un viejo ensayo para construir uno nuevo. En “Constelación” emula el mecanismo de la memoria, traslapa citas de autores y las confunde con sus recuerdos y su voz. En “Desenterrar el silencio” vuelve, junto con tantos autores, a la obra de Kafka y el discurso que Roberto Calasso construye con la obra de éste en su libro K.; transcribe El gran silencio de Kafka, desde donde establece su propio escrito: “Estoy en mi cuarto sin conseguir animalizarme y rogar, a mí mismo sobre todo, una suerte de silencio mental; no entro en diálogo con nada. No escribo, sólo pienso en las mismas recurrentes ideas que no alcanzo a articular”. Al final, en “Inercia” reescribe seis veces el mismo texto a partir de la obra plástica Pirinola filosófica de Pedro Reyes. Usa las mismas premisas e ideas pero cambia la sintaxis, el modo de presentar los textos y cambia la conclusión de acuerdo al dictamen de la pirinola, ensaya posibles respuestas frente a la escritura:
Los diarios o cuadernos de trabajo, la única función que realizan es la de operar como forma pura, son textos sin función práctica —su función es la forma—. Martín Caparrós, sin embargo: «nada más mortal que la pureza pura». ¿La escritura de diarios y notas —oscura hermana gemela de la puesta al servicio de una narración o imagen poética— se hace ignorando esa mortalidad o más bien, a pesar de ella? Dios es una esfera, dicen dijo Empédocles, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Y esa prosa en eterna construcción de un diario o de las notas es un círculo que a veces se escribe sin centro y otras, sin circunferencia.
Una vez más, el ensayista toma obras de arte desde diferentes lugares —obra plástica o literaria— para explorar sus propios terrenos, espacios autobiográficos; de esta forma, desplaza la flaqueza de los paraísos hasta lo frágil de un espacio de lectura: mueve la vulnerabilidad hacia lo literario, hacia la endeble construcción que se erige entre el ensayista y el lector en el brevísimo tiempo en que dialogan en lo textual.
Paraísos vulnerables es un ejercicio que busca construir litorales o islas autosuficientes pero dentro un mismo océano. Se sitúa entre el arte y la vida, la obra y el autor, el pensamiento propio y el ajeno; entre los géneros literarios o la memoria y la invención. Es una escritura que apuesta por pararse en los límites y no cruzar hacia ningún sitio, sino trazar una ruta vertical desde la frontera.