Escribir la memoria: entrevista con Nona Fernández
El pasado 20 de febrero, la escritora chilena Nona Fernández estuvo en la FIL Minería 2020 para presentar su libro Space Invaders, editado por el Fondo de Cultura Económica. En esta novela, nos cuenta de manera fragmentaria la experiencia de un grupo de niños que crece durante la dictadura chilena. La memoria colectiva se recrea, con todas sus complejidades, alrededor de una personaje que se invoca de distintas maneras en la narrativa, desde los sueños, las cartas y las noticias: Estrella González. En Tierra Adentro tuvimos la oportunidad de hablar con ella sobre su proceso de escritura y la importancia de la memoria rebelde en su narrativa. La construcción de una historia colectiva, polifónica y libre es una de sus preocupaciones principales, así como uno de los temas de las siguientes palabras.
Tierra Adentro: ¿Cómo es ser escritora en Chile?
Nona Fernández: Voy a pensar primero desde mí y después intentaré hacer un relato más colectivo. Yo creo que no es fácil o no ha sido fácil. Bueno, ustedes son mujeres; ser mujer es más difícil que ser hombre y cuando uno se mete en territorios donde los intelectuales y los escritores normalmente son hombres, tiene que estar siempre muy expuesta a que ocurra cualquier cosa por estar ocupando un espacio que aparentemente no debiera ser tuyo.
Entonces debo decir que no es fácil ser escritora en Chile, pero cada vez es menos difícil. Se han abierto muchas conciencias, muchas cabezas, muchas ventanas para que cada vez sea más fácil y eso es un trabajo que hemos hecho las mujeres que escribimos: las generaciones más grandes, nosotras y el gran movimiento feminista que ya lleva unos años vigente. Así también, que las cosas se miren desde otro lugar, y que se nos observe desde otro lugar, que se nos permita un lugar.
Tampoco quiero sonar trágica, no es que sea todo difícil pero no es tan fácil. Yo he sido una escritora medianamente afortunada: no me fue difícil publicar, no tuve malas experiencias.
Cuando aparecieron las nuevas editoriales independientes en Chile de alguna manera se democratizaron las publicaciones. Eso hizo que muchas, no solo mujeres, hombres también, tuviesen más espacio dónde publicar y eso ha ayudado bastante.
Mi camino no ha sido tan desafortunado, he tenido suerte, creo que porque soy voluntariosa. He resistido y ha funcionado esa resistencia. Ahora puedo decir que no tengo problemas, yo puedo ejercer mis ediciones donde quiero. Estoy en un escenario más bien cómodo y, si me incomoda, tiene que ver muchas veces con el trato que recibimos las mujeres en general en el gremio.
Yo soy parte AUCH que es un colectivo de autoras chilenas feministas. Estamos intentando esa pelea por la paridad en los jurados, en las antologías, en las mesas de conversación; que no suceda que vamos a hablar sobre el cuento chileno y todos los autores son hombres. Somos mita y mota, 50% mujeres y 50% hombres, de hecho en Chile somos 51% mujeres, por tanto tenemos más derecho a tener más tiempo en la mesa.
Estamos en eso para visibilizar el trabajo de las escritoras y romper esas dificultades, que sobre todo se presentan cuando uno parte y no toda escritora debería tener la piel dura. De hecho, yo creo que las escritoras y los escritores somos personas sensibles, que nos cuesta porque ponemos pedazos de nosotras mismas en lo que hacemos.
Eso es un mix de lo que es ser escritora en este momento en Chile: es difícil pero se están abriendo nuevas ventanas, estamos trabajando conectadas. Eso no pasaba antes, por lo tanto nos da más fuerza como colectivo; más allá de lo estético, somos mujeres que escribimos cosas súper distintas, pensamos cosas muy distintas de la vida también, pero nos unifica la idea de democratizar el trabajo literario: que se lea más a las mujeres, si en la academia se revisa literatura chilena, que haya autoras en esa pasada literatura chilena. En eso trabajamos en alianza con las académicas, se ha generado un universo bien efervescente e interesante para eso. Entonces yo soy optimista, ha sido difícil pero cada vez debiese ser menos.
TA: ¿Cómo empezaste a escribir?
NF: Siempre me gustó la escritura, pero tenía mucho pudor porque, por lo menos cuando yo era niña, nunca conocí a una escritora o a un escritor. También en la dictadura donde había casi un oscurantismo cultural, no entendía cómo podía ser uno escritora o escritor. Además, tampoco existía una carrera, ahora hay muchas carreras de Escritura Creativa, eso te da una pauta. Yo no entendía cómo se podía hacer, pero eso no quiere decir que yo no escribiera, yo escribía igual, escribía para mí, para mi cajón del velador. No mostraba nunca nada.
Cuando llegó la democracia se abrieron muchos talleres literarios que no existían antes, o habían, pero eran muy poquitos. Yo tenía ahí como 17 años. Tenía claro que quería escribir, empecé a estudiar teatro, pero quería escribir. Era como una inquietud, no lo pensaba como una carrera, no había pensamiento, quería escribir nada más.
Tomé un taller literario que era muy interesante porque era un taller donde tú mandabas tu texto, lo seleccionaban y además te entregaban una pequeña bequita de dinero. Entonces era súper conveniente, era para las fotocopias, para la locomoción.
Además, algo que no leí en ese momento, fue que es bueno que alguien de pronto seleccione un cuento tuyo, dentro de un universo donde de pronto uno se topa con las dueñas de casa que van a escribir, que todo es muy legítimo pero batea un poco el nivel del taller. Todos los que quedamos eran personas que querían de verdad escribir, la mayoría con mucho más ímpetu que yo, que se creían escritores, sobre todo los hombres.
Ese taller para mí fue fundamental, lo impartía Antonio Skármeta, un autor chileno. Uno hacía una especie de clínica, cada quien tenía un proyecto y lo iba compartiendo.
Éramos varios, yo diría que como 16 personas. Para mí fue fundamental primero entender -eso lo aprendí de ellos, debo decirlo- que si quería ser escritora tenía que decir “yo soy escritora”. Todos escribíamos lo mismo, pero ellos decían “soy escritor”. Entendí también que si quería ser escritora tenía que escribir, no había otra manera de ejercerlo y lo hice, porque además era un espacio muy gozoso. Entonces escribí y escribí, unos primeros cuentos, primeras novelas. Todo muy malo, la verdad, ahora a luz del tiempo lo observo, pero me creí la idea y dejó de ser un problema para mí mostrar mi trabajo. En el ejercicio del taller empecé a mostrarlo y sentí que no era tan malo, o era tan malo como lo del resto. Aunque, sin dudar, había compañeras y compañeros que eran buenísimos.
Uno aprende mucho en los talleres, de ahí empecé a tomar varios con maestros distintos. Tomé con Pía Barros que es otra maestra chilena a quien yo amo, una escritora muy generosa. Tomé otro con otro escritor que falleció, Carlos Cerda, y ese fue el último.
Ya había desarrollado entre los talleres y a parte un conjunto de cuentos. Mi maestro en ese momento, Carlos Cerda, me dijo: “¿no los quieres publicar?”. En ese momento era difícil, había pocas editoriales como Planeta y Alfaguara, y un par de editoriales independientes grandes como Cuarto Propio. Él me dijo: “ya, vamos a las editoriales”, y me ayudó a tener ese primer nexo. Por eso digo que fui afortunada porque él me llevó, creyó en mi trabajo, me presentó a los editores, hice la primera publicación que no fue para nada traumática ni difícil, todo lo contrario. Luego hice una segunda publicación que tampoco fue traumática ni difícil de una primera novela que escribí sola, sin taller ni nada.
Después con mi tercer libro, que es un libro un poco más experimental y que costó publicarlo, empecé a vivenciar cosas más difíciles. Me decían cosas como: “¿Cómo escribe esto usted si usted es mujer?, ¿por qué no escribe de la bulimia?” Yo no tengo ningún problema con la bulimia, pero no era mi tema, no era algo que me llamara la atención escribir. Ahí empecé a entender que había temas para hombres y temas para mujeres; se volvió todo más complicado. Finalmente logré publicar ese libro y de ahí seguí mi camino.
Cuando llegaron las editoriales independientes, para mí fue muy fácil estar en ese espacio, generando una literatura un poco más experimental y loca como es esta (señalando Space invaders). Después incluso ese mismo formato de trabajo lo pude empezar a ejercer en las editoriales grandes también. Yo publico un poco en Random House, un poco en otras editoriales, pero es un camino que uno gana porque ha escrito mucho y porque resistió mucho también.
En resumen, creo que fueron los talleres literarios y la convicción de que simplemente quería hacerlo. Nadie me iba a decir que yo era escritora si no me lo creía y perdí el miedo de mostrar, sobre todo eso: mostrar y validar la opinión del otro. Eso fue importante porque muchas veces al comienzo uno escribe algo y piensa que dice un montón de cosas que no está diciendo. Eso que tú escribiste no quiere decir que se entienda necesariamente, para mí fue muy vital aprender de la mirada del otro, qué decía y qué no decía, qué información daba, cómo el otro entendía todo esto que uno algunas veces cree que está y no está.
TA: ¿Cuáles son tus referentes literarios y fuera de la literatura?
NF: Son millones y siempre los estoy cambiando. Voy a remitir a los más originales que son con los que partí y hablaré de literatura chilena. Voy a ser una embajadora. Hay una autora que yo aprecio mucho que se llama María Luisa Bombal, que tiene un libro fundamental: La amortajada. Yo lo tuve que leer en el colegio, lo leí como lectura obligatoria.
María Luisa era muy diferente a todos los autores, sobre todo autores, creo que fue la única mujer leí en ese momento. Los autores chilenos no me pasaban en ese tiempo, todos eran muy criollistas, muy realistas, algunos me gustaban, algunos menos. De pronto aparece este relato de una mujer que la están velando, uno empieza a entender que está muerta, y recupera pedazos de vida a medida que la vienen a ver las personas. Yo encontré que era una chifladura maravillosa, como que se me destapó algo de esas ganas de escribir. Pensé “qué entretenido hacer esto”.
No se me había ocurrido que uno podía jugar con los materiales así, para mí fue muy vital esa lectura. Siempre vuelvo un poco a ella y me siento muy cercana a su trabajo; de hecho, en mi primera novela, el epígrafe del libro es una frase de La amortajada. Siento que venero esa tradición que no es tan realista.
También me siento parte de la familia de otro autor chileno, Pepe Donoso. Es uno de esos autores que de pronto toda la gente lo ama y después todos lo odian. Cuando yo lo empecé a leer toda la gente lo odiaba, y yo no entendía por qué lo odiaban. Lo encontraba tan entretenido: muy onírico, muy extraño, hasta gótico a ratos. Me gusta mucho su trabajo.
Hay un autor que se llama Carlos Droguett que no es muy conocido. Tiene una escritura de la que me siento heredera porque hace un ejercicio muy político en un libro que se llama Sesenta muertos en la escalera. Aquí habla de una gran matanza que hubo en Santiago de Chile cuando él estaba vivo. Genera un relato muy bonito sobre eso que ocurrió, bonito y terrible, y sobre la importancia de recordar eso que había pasado, que es algo que está súper presente en mis libros también.
Bueno y debo decir, Rulfo es un autor que admiro muchísimo hasta el día de hoy.
Ray Bradbury, también, cuando leí las Crónicas marcianas fueron una lectura muy vital para mí. Uno podía estar en la Luna, podía visitar Marte si quería, si uno podía escribirlo. Eran como invitaciones, me despertaban el goce por la literatura, y ganas de habitar esos espacios. Eso fue siempre muy interesante.
Hay una autora chilena que sé que no es conocida aquí, Nene Aguirre. Es dramaturga, era asistente social y escribía desde ese lugar, dándole voz a las personas que no tienen voz a partir de su obra. Es un ejercicio que a mí me interesa mucho cuando escribo: generar, dar un espacio en la literatura a aquellas voces que no tienen espacio en la realidad.
Me siento emparentada con Diamela Eltit, me gusta mucho cómo trabaja ella en el sentido de que es una escritura que está siempre leyendo la época. Diamela hace como una registrada y logra generar metáforas de época. Uno lee la realidad en sus libros como los adivinos leen las hojas de té, lo que pasa en un código distinto porque no es realista lo que ella escribe. La última novela, Sumar, se trata de una gran marcha. Los ambulantes de Santiago, que son los vendedores ambulantes, partieron en algún momento que uno no termina de entender cuándo una gran marcha hacia la Moneda (la Moneda es el palacio de gobierno de Chile). Una marcha que lleva un tiempo infinito, nadie sabe cuándo partió ni cuándo va a terminar, pero es un gran reclamo de esta gente a la Moneda. Además, narra las vidas de ellos, un poco como “La autopista del sur” de Cortázar, que empieza cuando los autos se detienen por el tránsito y no avanzan. La gente estaba en ese atochamiento y pasaban años, entonces empezaban a establecer relaciones, lo mismo aquí, pero con la marcha.
Luego acá viene a Chile esta gran revuelta en la que estamos ahora. La lectura de la Diamela se vuelve casi una lectura gitana, como un vaticinio de lo que venía.
Esos son mis referentes más originales, yo diría, están más presentes estructuralmente, son las lecturas que he hecho más joven. Claro uno siempre está leyendo cosas. Por ejemplo, me ha gustado mucho la lectura de Truman Capote, A sangre fría, es una novela que cuando la leí dije “yo tengo que escribir algo así”, pero después se me olvida. Voy a otra cosa, pero claro es uno de los autores que iluminan muchísimo.
TA: ¿Cuáles son los temas recurrentes en tu escritura?
NF: Siento que uno no termina de hacer la curatoría de los temas que quiere trabajar. Es como que caes en ellos, y a mí me ha pasado que desde el primer libro que trabajé hasta el último que va a salir pronto, siempre he estado inscrita en el mismo tema. O no en el mismo tema, es como si uno habitara un mapa o un cuarto y va iluminando distintos sectores de ese cuarto, va descubriendo el espacio, pero es el mismo cuarto. A veces uno cree que es otro, después llegas al final del libro y te das cuenta que era lo mismo, solo que ahora estaba mirando el techo no el suelo.
Desde el origen he estado revisitando la historia reciente de mi país, para tratar de entender todo eso que nunca entendí. Probablemente porque era muy joven o porque tampoco había muchas herramientas para entenderlo, y partí un proyecto que ha sido muy natural: empecé mi primer libro y ese primer libro me llevó a un segundo, el segundo a un tercero, y hay un momento en el que todo se vuelve más consciente. Yo me volví más consciente de lo que estaba haciendo y empecé a buscar ya las historias que tienen que ver con ese universo.
Este libro (Space invaders) es un poco eso también. De pronto apareció la historia de Estrella porque pasé por su casa, que no había pasado en décadas y me acordé de ella. Había algo de esta historia que no me acordaba mucho; su papá, el caso degollados, Estrella González. Yo no tomo la decisión, la decisión se tomó antes, y me pongo a escribir nada más. Después aparece algo en ese libro que me invitó a escribir otro y así he ido siempre.
Si tuviera que resumir, los grandes temas son la memoria, la memoria histórica de mi país, la historia más reciente de mi país; todo lo que tiene que ver con eso, cómo se ha pauteado esa memoria, cómo se ha silenciado parte de esa memoria, cómo se nos hace creer ciertas cosas y se nos hace olvidar otras; también la memoria particular de cada personaje, qué y cómo recordamos, qué invento nos pasamos a veces como recuerdo, qué olvidos tenemos, por qué olvidamos ciertas cosas, cómo el recuerdo de la época nos hace pensar que las cosas son de una manera cuando de pronto nos damos cuenta que eran otra completamente distinta.
Siempre creímos una historia y después nos damos cuenta que era otra.
En el último libro (Voyager, 2019) intenté salirme de la memoria histórica. Fui a investigar cómo funciona nuestro hipotálamo a nivel neuronal, qué significa la memoria, cómo la memoria está incrustada en el ADN. Por ejemplo, sabemos gritar cuando tenemos días, nadie nos enseñó a gritar: es una memoria que está en el cuerpo, ni siquiera en el hipotálamo sino en nuestras células. Eso también es bonito de constatar.
La memoria ha sido el gran tema, ni siquiera porque yo lo haya decidido. La memoria, lo tramposa que es, lo arbitraria que es, lo arrebatada que es, lo rebelde que es; la memoria y mi generación, la dictadura y la memoria reciente en mi país.
TA: ¿Cómo ha sido tu proceso de reapropiación de la historia?
NF: A partir de lo que he escrito y de lo que he recibido de vuelta, en términos de la reflexión que conlleva, cada vez que he escrito un libro muchas veces me pregunto por qué estoy contando esta historia que ya pasó. A medida que he ido escribiendo he ido entendiendo que me interesa mucho porque tengo un enigma con la historia reciente en mi país, de lo que ocurrió.
Tengo muy claro que la historia oficial que se nos ha contado no es del todo real, que las historias oficiales se cierran, son una versión de las cosas. En general las memorias colectivas están hechas de muchas versiones; como todas las hermanas en una familia recuerdan cosas completamente distintas del padre que falleció. Eso no quiere decir que sus versiones sean erróneas, quiere decir que el padre era todo eso: era hermoso, maravilloso y era castigador y desgraciado al mismo tiempo. Lo mismo pasa con los recuerdos de una nación o de un país, esta historia fue de un modo y también fue de este otro. Se creó un Chile de tal manera, pero también se sepultó un Chile de otra manera.
Siento que eso es importante porque nos ayuda a construir presente y nos ayuda a construir futuro: apropiarse de la historia, pensar que los hechos no están en un museo o en un historial ni es algo que te dice un profesor o un experto. La historia es nuestra y si no es nuestra, ¿de quién es?, ¿de qué nos sirve una historia que quede en el museo o en el libro? La historia sirve en la medida en que es un acto presente que nos ayuda ahora para resolver nuestras problemáticas, incluso para observar cómo puede venir un futuro. Por lo tanto, tiene que ser nuestra y si podemos apropiarla, tomarla y escribir de los hechos, escribir versiones no dichas pero que son también reales. Es un poco lo que he empezado o he tratado de hacer, yo creo que es un acto de rebeldía frente a las cosas que son de una sola manera.
TA: Gran parte de Space invaders sucede en los sueños de los personajes y uno nunca sabe si lo que sueñan es real. ¿Cómo relacionaste el mundo onírico y el tiempo fraccionario con una forma de estructurar la narrativa?
NF: Fue una decisión bien concreta porque me pasó que, frente a la casa de Estrella, tomé la decisión de convocar a algunas amigas del colegio para poder recordarla. También pregunté a algunos amigos del colegio menos cercanos sobre ella, como para tener más información, para activar mi propio recuerdo. Así comprendí algo muy particular, que no había pensado antes: cada uno recuerda lo que quiere.
Si yo decía Estrella González todos sabíamos de quién estábamos hablando: “Ah, Estrella, la del caso”. “Pelo largo, blanca, blanca, un poquito pechugona”. “No”, decía el otro, “no, tenía el pelo súper corto, era flaca, flaca”. Surgió una gran cantidad de versiones. Claro, yo tenía mi propia Estrella en la cabeza, la sigo teniendo.
Empecé a preguntarme: ¿cómo era?, ¿era como yo creo que era? O era así o era así o era asá. Entonces me di cuenta que no tenía cómo saberlo y, ¿quién soy yo en el fondo para decidir quién era o cómo era? Probablemente incluso con la suma de todas las versiones de ella no vamos a dar nunca con la realidad. Me di cuenta que eso tenía que ser narrado por un coro de personas, desde ese lugar poroso que es la memoria, que no es un lugar que pueda ser concreto.
Me pareció que los sueños de alguna manera eran un lugar que se asemeja mucho a los recuerdos: los sueños son tremendamente personales. Me interesaba que fueran oníricos porque, por lo menos en mi país, fuimos pautados para no recordar y vivimos en un sistema donde estamos siempre ocupados; no hay tiempo ni para recordar ni para juntarse ni para reencontrarse. Entonces sentía que podía ser bonito que estas personas que no tienen tiempo finalmente pudieran reencontrarse. Estas personas que viven agotadas lo hacen con colchones desperdigados en la ciudad, pero cuando sueñan, entran a ese lugar de reposo, de descanso y pueden reencontrarse, recordar. Incluso aparece este sueño como una especie de condena en ellos porque es un material que no está del todo resuelto.
En ese espacio que es el onírico caben todas las versiones posibles, todo se relativiza porque finalmente no sabemos hasta qué punto tenía el pelo largo o si es como ellos dicen que es. Además, en los sueños hay quienes tienen distintas percepciones más claras: hay gente que sueña en colores, otra que nunca ha soñado con voces, hay gente para la que todo es muy intenso, colores muy fuertes. Nuestra manera de soñar es como una huella digital, es súper particular y los recuerdos también. Los sueños están hechos gran materia de nuestros recuerdos.
Ahí encontré un código que me pareció interesante trabajar. Me permitía jugar con esta estructura que es fragmentaria, no es lineal, no es aristotélica. Son muchos materiales, versiones, cartas, recuerdos de unos, de otros y míos. Finalmente, la lectora o el lector terminan de completarlos, de darle unidad o de entrar a ello.
TA: Justo el sueño es como un punto de encuentro entre los que están lejos y Estrella que ya no está.
NF: Exactamente y ella igual es un personaje no asible. Nunca está la voz de Estrella, nunca la sabemos, pero en el sueño es posible es convocarla, intuir su presencia.
TA: Por último, hablemos del estallido social en Chile, ¿tú crees que hay alguna conexión entre el pasado que buscas desenterrar y el presente? ¿Crees que son problemas sociales que han venido arrastrando desde la dictadura?
NF: Voy a tratar de resumir. Desde el 18 de octubre, Chile está en un estallido, una gran revuelta que no ha parado, llevamos 4 meses así. Se dice que Chile despertó, abrió los ojos y lo fundamental es que se ha exigido el fin del abuso. “Que la dignidad se haga costumbre”, esa es la gran consigna.
Todas las grandes demandas que hemos tenido por décadas y que se han ido expresando de manera parcializada: las demandas por la salud, por la educación, por las pensiones, las demandas de las mujeres a nivel de feminismo siempre son separadas. Lo que ocurrió ahora es que salimos todas y todos a la calle a reclamar basta.
Eso fue tremendamente emocionante, pero han pasado 4 meses y en términos políticos la situación es la misma. No hemos avanzado hacia otro lugar, pero estamos dialogando por primera vez algo que es muy importante para Chile: la idea de una nueva constitución. Nosotros tenemos la constitución de los militares, es la misma que redactaron ellos. Después en democracia tuvo algunas modificaciones, pero se volvió a firmar. Es la misma constitución que, además, es ilegítima porque se eligió en dictadura en un plebiscito en el que nadie votó finalmente.
Lo que se quiere ahora es la posibilidad de cambiarla, partir de una página en blanco. Eso es un gran avance porque cambiaría el tablero del juego para que todas esas demandas puedan realmente realizarse y exista un sistema económico que lo permita. La constitución que tenemos tiene al Estado en un lugar de subsidiario, es decir, solamente se hace cargo de las materias sociales en la medida que lo privado no se haga cargo. La educación, la salud, el transporte, el agua, las pensiones están privatizados. Hay sectores que son públicos, colegios, hospitales, pero están en una precarización absoluta. En el caso de los hospitales la gente muere esperando sus operaciones. Te dicen “te operamos”, y de eso pasan siete meses, pasan años. La gente muere y es muy normal, no es algo raro, no es un caso o dos casos, es así.
Necesitamos ponerle un fin, necesitamos tener un tablero que nos lo permita hacer y se está dialogando por eso. Lo que necesitamos es seguir movilizándonos para que esa redacción se haga por una asamblea vinculada a la ciudadanía, que ahí no tenemos muy buen augurio en relación con el poder político; el gobierno no quiere eso.
Nosotros pedimos una asamblea que sea paritaria 50% mujeres, 50% hombres. El mundo político y el gobierno dice que no entiende para qué. Queremos una asamblea que sea plurinacional, que tenga cupo para los pueblos originarios de Chile, que se vincule con la ciudadanía y con representantes de todas las territorialidades. Esa pelea está muy difícil, nadie lo quiere ni el sector político. Estamos intentando que eso sea una realidad porque lo que se nos ofrece en el fondo es una constitución nueva, sí, pero hecha por un grupo de caballeros blancos que va a estar encerrado en el congreso. Vamos a tener una constitución seguramente mejor pero no lo que necesitamos.
Lo grave del asunto es que esta revuelta ha tenido muchos costos en materia de derechos humanos, ha muerto gente, hay mucha gente herida, hay gente que está con serios daños oculares, gente que ha perdido los ojos porque les disparan a la cara. El gobierno no se hace cargo, hay 4 informes de derechos humanos internacionales que se han ejercido; el gobierno los está desacreditando, dice que no son reales. Estamos sufriendo vulneraciones graves a los derechos humanos todos los días, yo estoy conversando con ustedes y algo está ocurriendo allá en este momento.
Eso está muy difícil de llevar porque es un paralelo. Muchos decimos hay que arreglar esto porque no nos sirve un proceso constituyente si nos están baleando. Lo he dicho y lo intento decir en todas las entrevistas porque la mirada internacional a Chile le pesa mucho y Chile no está visualizando esto que está ocurriendo. Es como vivir un déjà vu de esta misma historia: otra vez los escolares están ahí, otra vez los están baleando, otra vez las marchas, otra vez las represiones, tristemente así.