Es horrible ser joven
Es horrible ser joven. A veces lo creo con una fe inquebrantable. Luego reflexiono que quizá pienso así porque mi juventud se desvanece en mi memoria y desde hace siete años soy maestro de preparatoria. Hay días que no tolero la encantadora manera juvenil de descubrir lo que innumerables generaciones previas han descubierto con el mismo entusiasmo. Leer a Rimbaud (como niña enamorada de One Direction, pensar que su texto se escribió como una dedicatoria personal de amor) para después citarlo en cada escrito como la máxima novedad. Lo mismo con Bukowski, Breton, Rilke y la lista de escritores popstar es larga. Es bello, es refrescante, pero tedioso si la repetición del fenómeno se percibe de manera consciente.
Lo que no deja de ser emocionante, sin embargo, es verlos dar el siguiente paso. Quizá porque no todos llegan ahí: al momento de encontrar la voz personal, de apropiarse de las voces de los maestros y sentirse (in)cómodo con uno mismo. Adiós espinillas, hola cicatrices.
En Monterrey, la generación de poetas nacidos en los noventa está haciendo mucho ruido. Pero entre el ruido, algunos comienzan a ser armónicos. Les presento a tres: Priscila Palomares, Julio Mejía III y Jesús de la Garza.
Poeta y promotora cultural
La primera vez que charlé con Priscila Palomares (Monterrey, 1994) me dijo: no me gusta la universidad, me quita tiempo para la escritura y la promoción cultural. Esa fue su tarjeta de presentación y entre líneas leí la determinación y el compromiso. Ha pasado un año desde entonces y la primera impresión no fue incorrecta: Priscila trabaja con pasos firmes para ganarse un lugar en las letras mexicanas.
El trabajo lo realiza desde dos frentes. Por un lado, imparte talleres de escritura creativa para niños y además publicó dos antologías con el trabajo de sus pupilos en coedición con la editorial regiomontana Onomatopeya Producchons. También dirige el fanzine Ahí muere, especializado en arte y literatura no comercial de Monterrey.
Estos esfuerzos no serían valiosos sin un talento propio para respaldar las iniciativas. En 2013 publicó el poemario Nueces y sirenas (Casa Editorial Abismos), y ahora trabaja en Sinfonía, que será editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León como parte de la colección Proyecto Y: avanzada del desencanto, coordinada por el poeta Margarito Cuéllar. Sinfonía se perfila como una obra más madura, no necesariamente por los temas tratados, sino por el notable salto en cuanto a la precisión de la forma. En las pausas, los silencios y la construcción de imágenes se percibe un mayor oficio, esbozos de un colmillo astuto; el juego iniciado en Nueces y sirenas continúa, pero esta vez con más técnica y fuerza.
Priscila realiza una labor muy noble: después de tocar puertas y anotarse su primera publicación, decidió dar un giro para convertirse en una puerta para otros. En Monterrey no son muchos los poetas con los huevos o los ovarios para devolver con humildad las oportunidades recibidas en la etapa de formación.
El showman de la poesía
Otro poeta con pantalones es Julio Mejía III. Nacido en Torreón (1990), ya lleva sus buenos años en Monterrey. Si lo googlean, verán que sus research interests son la Literatura española del Siglo de Oro, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo. Pero su poesía no refleja esos interests, más bien, los resultados de la búsqueda deberían de apuntar a sitios electrónicos de cultura pop. En la poesía de Julio, el eslogan de McDonald’s (ya se lo saben, para qué reproducirlo aquí) es a la vez una burla y la base para una historia de amor. El efecto paradójico está bien logrado y el lector no sabe si correr por una Big Mac o llamar al ser amado para cerciorarse de que el amor aún existe, a pesar de la miseria neoliberalista. Es parecido a odiar lo que representa Carlos Slim, pero conmoverse en el cine con los comerciales de Telcel previo al inicio de la película.
Julio también escribe sobre Leah Spencer, mejor conocida como «la güera del TEC», aficionada que descubrió su pecho para celebrar un gol de Rayados; sobre reality shows; la chica del clima en el Telediario; John Keating y la Dead Poets Society; una mujer que admira a Gloria Trevi; y Coca Cola, entre otras marcas registradas.
Creo que es difícil hablar de la poesía de Julio y que no parezca efectista, en el sentido de buscar el camino fácil para provocar empatía y carcajadas. Pero eso debe de quedar claro, no es escribir de McDonald’s u Oribe Peralta nada más por el efecto, hay trasfondo, crítica, composición, intención estética, intertextualidad, sentimientos auténticos y una suerte de epifanía en ese punto donde converge la idiotez de lo moderno y la belleza de lo universal.
El poeta de la brevedad
Bien conocidas son las virtudes de la concisión y la precisión; pocos elementos se valoran tanto en la poesía: decir lo que se tiene que decir con las mejores palabras. Jesús de la Garza (Montemorelos, N.L., 1994) ha destacado por la brevedad y la exactitud de sus textos. Es mucho decir, pues es común asociar a los poetas jóvenes con la verborrea insensata. Chuy no, en sus poemas hay control y no por eso rigidez.
Lo consigue a través de la forma, sin abusar de artificios. Hay repeticiones, pero con sensibilidad. Hay paréntesis, pero acompañados de paradojas. Hay imágenes, pero solo con los adjetivos necesarios. Tuve el gusto de trabajar con Jesús en dos antologías que edité, una para Editorial Alabastro y otra para Resortera, y eso de “tuve el gusto” es sincero, porque con otros autores no lo fue tanto: arrogantes, renuentes a discutir sugerencias, veloces al reprobar el trabajo de los compañeros, cuestiones por el estilo. Siempre hay de todo. Jesús es consciente del trabajo en equipo que implica la engorrosa cadena autor-editor-editorial-distribuidor-librerías. Jesús sabe que es más valioso sobresalir por el trabajo dedicado al poema, que reemplazando la obra con desmadre, burlas y gritos para silenciar a otros.
Jesús estudia la carrera de negocios internacionales. Alguna vez lo escuché decir que no la estudiaba por gusto. Es muy gris, dijo. Lo positivo es que lo gris, evidente en una carrera que lleva negocios en el nombre, no ha matado el espíritu literario de Jesús. Recientemente ha publicado en las revistas Katharsis XXI, Órfico y Monolito, además, su poesía ha sido antologada en Palabras de emergencia (Regia Cartonera, 2013), Telescopio (Editorial Alabastro 2013) y Se oyen voces en el pasillo (Resortera-UANL, 2015). Por si fuera poco, también le entra al Slam Poetry, cómo no.
Reproduzco a continuación, con permiso de Jesús, su poema “Retrato de un clavel”, para cerrar la columna con las posibilidades de un poema y no con punto final.
Retrato de un clavel
Los claveles amarillos que humedeciste El trino de los neumáticos escapando
El bello chispazo del águila en tu palabra
La cera deletrea tu nombre y se derrama sobre tu foto
Tu madre te cose la boca con sedal Tu padre te besa como Judas
Tu amante te abandona en el bosque de los espejos
El humo baila un recuerdo
El humo canta un cuerpo
El humo te envejece
El humo no sabe llorar
Hay una guitarra en el columpio
Dice tu nombre (no dice tu nombre)
La tierra está hecha de terciopelo (la tierra está hecha de caucho)
Queda tiempo (no queda tiempo)
Un par de botas militares (una rosa perforada)
En el tiempo no está el olvido (en mí tampoco)
Jesús de la Garza