Hartmann (1905 -1963) – Octava Sinfonía
Karl Amadeus Hartmann es considerado por algunos críticos como el mayor compositor sinfónico alemán del siglo XX. Sin embargo, muy poca gente es capaz de reconocer alguna de sus obras (no sólo sinfónicas). Hartmann trabajó junto a Joseph Haas, alumno directo de Max Reger y después con Hermann Scherchen, a quien conoció en 1927. Scherchen fue director de orquesta, compositor, editor, escritor y teórico de la música. Él fue quien le enseñó a Hartmann la música de Schoenberg y de Alban Berg (Scherchen dirigió el estreno de Pierrot Lunaire de Schoenberg). Lo que Hartmann más valoró de estos músicos no fue tanto el dodecafonismo sino su intensidad expresiva; fue una alternativa a la corriente de la Neue Sachlichkeit (nueva objetividad) comandada por Hindemith.
Buena parte de las emociones reflejadas en la música de Hartmann proviene de lo que presenció en Alemania. Desde el primer momento mostró su rechazo y horror hacia el nazismo. Sin embargo, para él era demasiado el tener que dejar su natal Múnich, por lo que por un tiempo continuó dando algunos conciertos en el extranjero, pero se negó a participar de lleno en la vida musical alemana. Lo que componía lo guardaba en un cajón.
Durante la guerra visitó Viena para tomar clases con Anton Webern, quien entonces era completamente desconocido aunque formara parte de la llamada Trilogía Vienesa junto con Schoenberg (quien había emigrado a Estados Unidos) y Berg (quien ya había muerto). De estas clases, Hartmann aprendió mucho del análisis de compositores como Beethoven, Reger, Mahler y Schoenberg, pero las clases no se prolongaron más allá de unas cuantas semanas porque Hartmann no compartía el espíritu nacionalista y la abierta tolerancia al nazismo de Webern.
Cuando la guerra terminó, Hartmann salió de esa reclusión a una vida pública en la que había que «ponerse al corriente» en términos culturales y artísticos. Durante doce años, los músicos alemanes dejaron de conocer la música de otras latitudes (e.g., muchas obras de Schoenberg, Bartók o Stravinsky). Con el apoyo de Radio Bavaria, Hartmann organizó una serie de conciertos de música nueva por el resto de su vida. Este proyecto se llamó Música Viva, un título tomado de una revista que Scherchen había publicado en la década de 1930 y que se dedicaba a presentar nueva música. También trabajó como dramaturgo de la Ópera del Estado de Bavaria y asesor de Radio Bavaria.
Hartmann había permanecido en silencio de los veintiocho a los cuarenta años de edad (probablemente los más productivos en la carrera de la mayoría de los artistas). Una vez terminada la guerra comenzó a componer con mayor regularidad. Destruyó casi toda la música que había compuesto antes o la modificó sustancialmente. Podríamos decir que la música de este compositor está incluida en un breve periodo nada más: de 1946 a 1963.
Quizás su obra más conocida sea el Concierto fúnebre para violín y orquesta de cuerdas (1939), una suerte de declaración ante la tristeza de la guerra inminente y el dominio de los nazis en Alemania. Hartmann compuso varios conciertos, música de cámara y una ópera, Simplicius Simplicissimus. En 1962 se encontraba trabajando en una composición coral basada en la obra Sodoma y Gomorra de Jean Giraudoux, pero sólo alcanzó a componer un soliloquio (para barítono) cuando murió de cáncer.
En total compuso ocho sinfonías. En la primera incluye algunos versos de Whitman traducidos al alemán; data de 1936, aunque fue revisada en 1948. De hecho Hartmann era muy dado a revisar sus obras, por lo que a veces es difícil establecer una fecha exacta de composición (compuso sus primeras seis sinfonías en un lapso de ocho años.) Ninguna de sus obras se ajusta a la estructura tradicional del género. La única que tiene una forma “común” (tres movimientos: uno rápido, otro lento y otro rápido) es una sinfonía concertante para orquesta sin violines ni violas. En su obra abundan las fugas y variaciones de un mismo tema. En lo que respecta a su música sinfónica, un sello de este compositor es la exploración constante del color en atmósferas fantásticas y un gran deleite por el virtuosismo; las partes que corresponden a las percusiones llegan a grados de complejidad apenas superados por Bartók; y su exploración por las posibilidades del arpa y los teclados es notable.
Hartmann compuso su octava sinfonía durante 1960 y 1961. La partitura quedó lista a principios de 1962 y se estrenó el 25 de enero de 1963 con la Orquesta de Radio Alemana Occidental dirigida por Rafael Kubelik. Está dividida en dos movimientos (varias obras de los últimos años de vida de Hartmann estaban divididas en dos partes). El primero es Cantilène; el segundo, Ditirambo, el cual a su vez está dividido en otras secciones. Entre ambos movimientos no hay una pausa que pueda indicarnos el final del primero y el inicio del segundo.
El inicio genera expectativas de inmediato; es una obra que inicia ya con la tensión que en otros demora hasta el fin de la exposición. La indicación para interpretar esta parte es lento assai, con passione. Un clarinete y un vibráfono tocan juntos una línea melódica que atraviesa —brincando al menos— unas tres octavas. Esta ejecución está marcada con un fff y con forza, indicación que queda reforzada por una serie de sonoridades muy vívidas como las que producen juntos un glockenspiel, un xilófono, una marimba, una celesta, arpas, piano el grupo de cuerdas tocando fortissimo y unas trompetas y trombones mudos tocando (se tapa la salida del aire de estos instrumentos y el sonido deja de ser brillante y se asemeja más a un gruñido). Luego viene un silencio que indica el fin de la introducción.
El tempo con el que continúa la obra es adagio; escuchamos algunas cuerdas acompañadas de la marimba, el vibráfono, las arpas y el piano acentuando apenas dichas cuerdas. Inicia una fuga a cargo del segundo violín. Su melodía es semejante a una canción de gran intensidad (una cantilène) en la que el tempo de adagio es apenas un punto de partida, pues éste irá en aumento resaltando cada vez más la fuerza expresiva de la fuga mientras más y más instrumentos de cuerdas se suman al tema hasta generar un sonido de mayor dimensión.
El movimiento está compuesto por tres exposiciones de la fuga. La llegada del primer clímax semeja la de un caos: escuchamos un crescendo enorme proveniente de las percusiones que termina por poner un alto a todo. Después aparecen algunos gestos orquestales —como si fueran fragmentos resultantes de este caos— y un fagot inicia una melodía que pasa al clarinete y después al oboe. Esta línea melódica está adornada por varios sonidos intermitentes, como satélites, que cede el paso a un momento de gran brillo iniciado por un grupo de violines. Luego siguen una trompeta, dos flautines y todos los violines se suman en un momento que queda perfectamente enmarcado por las percusiones y los teclados. Entonces la música parece descender hasta cerrarse en un pianissimo aunque seguimos escuchando algunos sonidos que mantienen vivo el temperamento expresivo de esta parte.
Ya para terminar este primer movimiento escuchamos una figura de cuatro notas; la tocan el fagot y las violas (lo último que se aprecia en esta parte) y esta figura regresa aumentando su velocidad para indicar que el Ditirambo ha comenzado. Este movimiento tiene la indicación del compositor que reza: «es una canción de júbilo que termina en un momento de absoluto entusiasmo». Mientras que en la Cantilène los compases eran bastante grandes con patrones rítmicos muy complejos, el pulso del Ditirambo es mucho más estable. Todo el movimiento mantiene un pulso de 12/16.
El Ditirambo se divide a su vez en dos secciones: Scherzo y Fuga. El Scherzo avanza pianissimo en su mayor parte y está conformado por tres variaciones cuyo nivel dinámico aumenta respectivamente. La primera variación, molto leggiero, oscila entre el piano y el mezzo-forte. Un fortissimo irrumpe de pronto dejando el tema aparentemente intacto, pero con la sensación de que algo extremo ocurrió de pronto. La segunda variación, impetuoso-sveglio, se mueve entre mezzo-forte y forte con una armonía disonante. La tercera variación, con fuoco e furioso, alcanza una dinámica forte-fortissimo. Escuchamos un final en el que tocan todos los instrumentos (per tutti) en el que hay un juego de dinámicas extremo con aceleraciones y disminuciones continuos hasta escuchar los timbales cerrando esta parte.
La fuga continúa sin un corte claro. Su tema contiene la figura de cuatro notas antes mencionada (la que dio inicio al Scherzo) y otras notas que nos recuerdan al inicio de la sinfonía misma. En la fuga también tenemos interrupciones y cambios bruscos de ritmo y dinámicas, pero prevalece el sonido de las percusiones y los teclados marcando un aumento de intensidad. Después de un momento en que casi toda la orquesta suena con gran fuerza aparece un silencio súbito. Al cabo de éste escuchamos a los violines tocando un lento recitativo, luego a los timbales rompiendo la calma en un crescendo que los lleva de ppp a fff en unos cuantos segundos. Entonces escuchamos dos compases, que oscilan entre entusiasmo y furia, con los que termina la sinfonía.
Versiones disponibles para escuchar:
- Ingo Metzmacher dirige a la Orquesta Filarmónica de Radio Holandesa y nos presenta una versión anecdótica de esta sinfonía. Desde los primeros compases escuchamos un clarinete que está ahí por compromiso, sin fuerza, sin intención. El resto es una visión conservadora de la propuesta de Hartmann:
https://www.youtube.com/watch?v=NFr8bU_HXWc
- La Orquesta Sinfónica de Radio Leipzig, dirigida por Herbert Kegel, nos ofrece una interpretación con brillo y acentos claros; la complejidad de la obra no hace que el director se arredre para arriesgarse en una indagación más emotiva y personal. En medio de la fuerza que demanda esta sinfonía para su correcta ejecución, Kegel encuentra los detalles y la intimidad que conforman varias de sus partes: