Tierra Adentro

Durante un hiato creativo, a Michel Gondry (Eternal Sunshine of a Spotless Mind, La science des rêves) se le ocurrió entrevistar a Noam Chomsky e ilustrar la conversación.

Lo que parece un capricho estilístico se explica como un postulado cinematográfico: el video, al “imitar” tan bien la dimensión visual (y auditiva) de la experiencia humana de la realidad tiende a confundirse con ella.

El cine es, hasta el momento, el arte más manipulador: existe la tendencia a creer que lo que sucede en pantalla es en verdad y se pierde de vista su cualidad de discurso (opinión o visión del mundo).

Esto implica dos cosas: 1. Apoyamos o rechazamos moralmente lo que está en pantalla (a saber, no hay nada en el mundo que no tendamos a juzgar según reglas morales). 2. No podemos dudar de lo que se nos presenta en pantalla existe como se nos presenta.

La primera implicación tiene que ver con el discurso, por ejemplo, en Is the Man Who is Tall Happy?, se puede estar de acuerdo con lo que dice Chomsky o no, puede ser que apoyemos sus teorías sobre la gramática generativa, sus opiniones sobre la religión, o no. De lo que no podemos dudar es que Chomsky enunció esas opiniones; lo cual se relaciona con la segunda implicación.

Pero, como dice Gondry, aquí está la manipulación: en el cine se hace creer que la voz viene del sujeto (del entrevistado, del grabado), cuando, en realidad, viene del realizador (el montajista, el director, el guionista).

Esto no significa que siempre haya siempre una intención del engaño; se puede manipular a los otros sin siquiera saberlo. En el cine, la manipulación es un simple —pero efectivo— cambio de boca: lo que dice uno parece que lo dice otro. El problema es que el que realmente dice (montajista, director, guionista) está —la mayoría de las veces— elidido y, por lo tanto, el juicio (la adhesión o no a sus ideas) hace corto circuito.

¿Con quién se está de acuerdo en Is the Man Who is Tall Happy? ¿Con Chomsky o con la representación de Chomsky que hace Gondry? El mismo director responde: a través de la forma animada, se intenta recordarle al público —de manera insistente— que lo que ve no es otra cosa que el discurso de Gondry, que el discurso de Chomsky está en otro lado.

La pregunta que Gondry no responde es qué tanto uno se puede acercar al pensamiento de Chomsky de esta manera. ¿Lo que se presenta en la película es algo totalmente distinto a lo que Chomsky defiende en sus libros —es decir, se desvía de su pensamiento—? ¿Una conferencia de Chomsky tiene más valor para saber qué y cómo piensa que sus libros? ¿No será una charla personal la mejor manera de acercarse a las teorías de este filósofo —de ser así, lo más cercano que se tendría, de manera masiva, sería esta película?

Estas preguntas giran alrededor de la comunicación (que, por lo menos en la película, parece que Chomsky la pone como un evento secundario en la adquisición y ejercicio del lenguaje) y, por ende, de la relación entre lenguaje y mundo. Si bien parece correcta la tesis de que estos dos son esferas separadas, no pueden serlo de forma radical; el lenguaje, de alguna manera, tiene que ver con el mundo, pues es parte de él (de no ser así, se agrava el problema de por qué algunas construcciones lingüísticas son más efectivas que otras, ya se para engañar, para convencer, para mostrar, etcétera). La manipulación, por más que quiera encubrir la realidad, tiene que ver algo con ella. Por más que Gondry se marque como el emisor del discurso de Is the Man Who is Tall Happy? debe haber algo de Chomsky por ahí.