Ida Vitale Contra los golpes de la historia
Ida Vitale (Montevideo, 1923) es una escritora que ha registrado el mundo a través de la poesía, así lo ha dicho ella, y también a través de la historia. A raíz de su visita a México, Avril Blanco conversó con la poeta uruguaya acerca de la educación tan distinta hoy a la que la poeta conoció en Montevideo, y de la intensidad de poder escribir en trashumancia.
Tengo la impresión de que en los últimos años todos los cambios sociales, políticos, económicos y tecnológicos han dado un nuevo orden al mundo. Lo que se da como conclusión es que es más difícil ver una idea de futuro. ¿Cómo encarar el presente desde la poesía?
Mi manera sería tratar de omitirlo, en la medida en que no sea muy satisfactorio. Otra cosa podría ser tratar de cambiarlo, pero incluso al hacer poesía política o poesía social me parece que iríamos rumbo al desastre. Así que más bien me abstengo de pensar en el contexto hasta cierto punto. Es imposible abstraerlo totalmente, pero como proyecto me parece mejor en estos momentos no sentirme responsable del futuro; sería además una enorme pretensión que un individuo piense que se puede cambiar algo. Si los que están en una situación en que pueden hacerlo no lo hacen, menos podemos hacerlo los que no tenemos ningún tipo de poder. Partiendo de que todo está determinado por el poder, como yo creo, hay muchos que consideran que esa situación está muy mal.
¿Utopía o realidad?
Creo que realidad. Lo que pasa es que creo que antes uno podía contar más con un lugar para lo utópico. Hoy podemos descubrir que Louise Labé no existió, pero todavía rescatamos cosas; en el futuro se va a rescatar esto. Yo no sé si se están creando las vías para el futuro; tampoco sé si va a haber futuro, para empezar. Si nos vamos por lo geológico, el futuro no parece ser muy promisorio.
Partiendo de la idea de que el poeta sí le canta al instante pero, en estricto sentido, le canta al futuro, a lo de después, ¿cómo enfrentar este presente con todo su contexto?
Es difícil. Hay que contar siempre con la tergiversación; ése es un elemento muy poderoso hoy. ¿Dónde te encuentras una verdad pura, limpia, que no esté tergiversada y que no haya intención de tergiversarla? En cambio, por ahora la poesía tiene cierto grado de libertad; se supone que por lo menos es una actividad privada que todavía está integrada a las posibilidades de formación.
¿Qué papel tiene la poesía en la vida cotidiana?
Su importancia está dada en la medida en que lo cotidiano tiene un peso específico, intransferible.
¿Cómo opera la memoria en el dominio de lo poético?
Supongo que cada uno lo ve a su manera. Yo estoy en la edad en que la memoria se pierde. De pronto uno omite cosas hermosas y recuerda cosas horribles, pero es el material sobre el que uno más trabaja. Por lo menos, si uno trabaja sobre eso está interfiriendo y fluyendo de algún modo. Es lo único que es nuestro, que nadie nos puede quitar. Uno piensa incluso en los presos de la literatura, que vivían recordando, marcando el pasado en las paredes.
¿La historia tiene cabida en la poesía?
En realidad la historia es todo. No podemos eliminarla. A veces uno tiende contra viento y marea a fijar un momento en la historia e incluso, de alguna manera, está reinventando su historia a partir de cualquier dato mínimo. Pero tampoco es que eso sea la historia; es lo que uno registra de la historia. Por ejemplo, hay un pintor que me gusta muchísimo, Morandi, y estuve en una reconstrucción de su taller, en Bolonia, su ciudad. Estaba integrado a un museo con una inteligencia que realmente nunca se espera de un poder político; dejaron de lado un museo de la pintura clásica boloñesa, que para mí era bastante fea, pero en el mismo museo hicieron un ala nueva, en la que ponen sillitas de paja, todo muy modesto, a la Morandi, y ahí reconstruyeron su taller: un cuarto pequeño, en el departamento donde vivía con las hermanas, con una mesa larga, fina, un papel blanco y un redondel donde él iba poniendo los objetos. Morandi trabajaba sobre todo con frascos, botellas, e iba poniendo las cosas en los lugares que había marcado. Todo esto te recrea al personaje, con una historia tan reducida. Una sola vez salió a Suiza, cuando ya era muy famoso; nunca se movió de Bolonia. Entonces, hablar de un pintor así y tratar de recrear su vida es difícil, es pura invención, y yo me fijaba sobre todo en el ala de un sombrero que estaba colgado en la pared, un sombrero de fieltro, y esa era la elipse. En ese momento estoy metiéndome en la historia, pero es una historia muy particular que no aparecería en los libros de texto. Creo que de alguna manera estamos siempre respondiendo a los golpes de la historia.
¿Qué pasa con el significado de la poesía en términos lingüísticos? ¿El significado es relevante aún, en el presente?
Yo creo que es lo más importante de la poesía. No sé si sea precisamente lo que la gente busca en un poema. Yo creo que la gente siempre está buscando la anécdota. Estoy hablando de un lector superficial que no lee mucha poesía, pero creo que más bien se tiende a buscar lo pintoresco, lo trágico, lo dramático, la anécdota. Por suerte, hoy hay un campo muy vasto de poetas que se desentienden un poco del intento de ganarse al público para aplicarse a la lengua, que ya es un campo bastante complicado de por sí. Los valores de las palabras, los significados, la música, la resonancia de una palabra. A mí siempre me ha fascinado la búsqueda de los significados, las transferencias de una lengua a otra, reencontrarse con el latín de pronto en otra lengua. Me gustan las ediciones bilingües y seguir el ritmo en la lengua que desconozco (sea polaco o rumano), hasta el punto en que en una ocasión descubrí erratas en el polaco en cierta palabra que se repetía. Es una manera de ser leal a la poesía, venga de donde venga.
¿Considera que en los últimos años se ha degradado el mundo intelectual?
Sí. El asunto es por qué. Pienso a veces que es el exceso de gente, el exceso de preocupaciones a las que nos obliga la vida para sobrevivir, para trabajar, para lo que sea. Quizá la conciencia inconsciente de que somos cada vez menos importantes. No es que la cultura sea menos importante, pero creo que se le da cada vez menos importancia. Si hay que darle de comer a un bebé se piensa primero en tener leche y no en comprar un libro. Creo que los gobiernos, de alguna manera, son los que pueden hoy salvar eso. Hay situaciones extrañas. Por ejemplo, en Estados Unidos, que es donde vivo, no existe la cantidad de premios que hay en España. Tengo un amigo bueno y muy poco conocido que, sin embargo, ha ido ganando premios en las distintas provincias, porque no tiene trabajo constante, pero me ha llamado la atención. Eso es algo que de repente no trasciende, es el premio que da tal ciudad, tal provincia, el ayuntamiento, y las editoriales no lo consideran; a este señor no lo conocen fuera. Eso en Estados Unidos no existe. No hay premios. Hay un poeta laureado, como en Inglaterra, para las cosas oficiales. Claro que hay un gran peso de lo individual, gente que tiene mucho dinero se asocia. Pero parece que el Estado en eso se lava las manos. Me imagino que el Estado se preocupa mucho por las escuelas. Creo que eso es lo que está descuidado en el mundo hoy: la escuela. Será que yo tengo una gratitud enorme a mi escuela en el Uruguay. Fue un periodo excepcional donde las maestras ganaban poco pero eran de una dedicación impresionante. Acá hay gente que me ha comentado cómo está la escuela.
Así es, se ha degradado muchísimo la educación en México, ¿también es una cuestión de proyecto en el mundo?
En el mundo el maestro tendría que ser una figura de primera, bien pagado. Yo no creo que el que se pague más o menos sea lo crucial. En mi caso recuerdo que la directora de mi escuela trabajaba mucho; después una calle tuvo su nombre. Era muy inteligente pero no creo que fuera una excepción. La escuela tenía muchísimo peso. Es una función casi de tiempo completo, porque la presencia de las maestras era tal que invadía la casa con los deberes. Claro que en aquel momento todo era escuela pública, no existía esto de hoy de colegio inglés, colegio alemán, colegio turco… Excepcionalmente había algunos, pero los privados en general eran colegios religiosos. Uruguay siempre fue un país muy laico, pero tampoco había ningún conflicto; había respeto, que es otra cosa.
Se considera actualmente, en ciertos lugares —hablo de México también—, que la poesía es algo excepcional, algo extraordinario…
Y sin embargo la encuentras, porque a veces son los pueblos los que más conservan esa tradición, porque hay más tiempo, hay otro ritmo, no sé.
Claro, pero hay un aislamiento entre una realidad y la otra en el que no se percibe ese contacto tan cercano que tienen en provincia y en los pueblos con el lenguaje, con la poesía familiar, con la tradición de la poesía.
Yo creo que en algún plano a veces el pueblo está más capacitado para conservar, por lo mismo que está más reservado de esta invasión que uno asume. El aviso constante, la perfección en la técnica para distraerte, para captarte un minuto más.
¿Cómo es la escena de la poesía en Austin, Texas?
Muy universitaria. Creo que la universidad de allá no tiene nada que ver con la poesía. Por lo menos esa es mi experiencia en Austin. Se lee cada vez menos a los autores; la crítica se ha convertido en un campo más importante. No hay más que ver los nombres de las tesis, es en lo que se van a fijar. Me parece más importante que alguien lea muchos libros y no lean nada de crítica. Aunque la crítica obviamente puede ayudar, pero una cosa es que sea un bastón, un punto de apoyo, una ayuda para un lector distraído, o para conseguir un lector que no esté distraído, pero que se convierta en algo primordial es desvirtuar todo. Es como si mientras un arquitecto hace una casa, por otro lado estuvieran echando a toda la gente para otro país.
¿Qué es el hogar para usted?
Traslaticia como soy, el hogar no tiene un ambiente físico. Siempre soñé, cuando era chica y leía novelas inglesas: me imaginaba esas casas grandes, con grandes parques adonde te invitaban los amigos, esas maravillas que sólo se ven en la literatura inglesa. Me parecía que lo fundamental era un jardín, que se me ha ido reduciendo a una terraza cuando estoy en Montevideo, lo cual ocurre muy poco. Así que el hogar está constituido por eso, fundamentalmente. Mis hijos, que están lejos, en Montevideo; mi marido, que está acá, y nos trasladamos con una especie de aura y una biblioteca que está allá (por suerte acá tenemos una biblioteca fabulosamente generosa).
¿Qué sigue en la poesía, en su poesía?
Yo cometo el error de trabajar muchas cosas simultáneas, entonces es el desastre. Siempre digo que la vida me tiene que dar tiempo para terminar; es como comprometer el futuro. Tengo una novela empezada hace cien mil años y siempre la dejo porque hay otra cosa más inmediata, y como que una novela requiere un tiempo aislado, sin interferencias, porque hay una continuidad que tienes que buscar; todo está siempre en la cabeza, sin nada que te interfiera, pero a mí me tientan muchas cosas. Tengo ahí un libro sobre mis primeros años en México, y dos libros de poesía que son un poco distintos. Yo tiendo a la poesía breve; cuando hago algo que se me va alargando trato de fraccionarlo. Creo que la poesía tiene que ser momentos de intensidad. Qué difícil; hay que ser Valéry para poder escribir Cementerio marino, qué difícil desde el principio hasta el fin.