Entrevista a Alejandro Gerber
A Alejandro Gerber lo conocí en la cafetería de El péndulo, de la Roma. Él eligió el lugar; yo hubiera preferido una cantina pero es mejor que no se sepan mis turbios vicios desde la primera cita. Quedamos para una entrevista (motivo: estábamos a días del estreno de su más reciente película Viento aparte); él no lo sabía, aunque lo sospechó por mi acercamiento amateur: es la segunda entrevista que he hecho en mi vida.
La primera fue a una amiga sobre su libro y conversar con ella no fue difícil —habíamos roto el hielo desde hace meses—. Alejandro y yo éramos dos extraños; la conversación no fluía demasiado bien. Se me fue la idea de quedar como decente y pedí una cerveza. El instantáneo «yo también» de Alejandro fue muestra de que tampoco estaba demasiado a gusto. A la tercera cerveza, ya habíamos pasado de los zombis y Maussan. Empezó la entrevista. Quise ser astuto, osado y retador en mis preguntas. Resulta que soné a semiólogo sesentero que no conoce internet ni los smartphones. Para no verme tan mal, eliminé la pregunta donde le pido su top 10 de películas.
Mi vergüenza quedará entre Alejandro y yo.
Estrenarás tu película Viento aparte esta semana en la Cineteca. Cuéntanos de qué va y si no fueras el director, por qué irías a verla.
Viento aparte es la historia de un viaje que hacen dos hermanos, Omar y Karina, de 15 y 12 años, a lo largo del territorio nacional. El viaje es detonado por la inesperada enfermedad que aqueja a su madre durante unas vacaciones familiares; y si bien al principio se trata de volver a la ciudad de México —donde viven—, un bloqueo carretero motivado por una masacre de campesinos en la sierra oaxaqueña, los hará desviarse del camino y enfrentarse al estado del país: descontento, desconfianza y violencia. Es la historia de cómo dos hermanos se hacen «hermanos» ante la descomposición de una nación. Es una historia intensa y conmovedora, con un ritmo atrapante y una crítica social profunda. Es el tipo de historias que deja al espectador reflexionando sobre su sociedad, el lugar que ocupa y la forma en que inconscientemente sus actos inciden en ella. ¿Por qué elegir verla antes de ver otras películas? Porque esta película habla de nosotros: de los que vivimos y respiramos aquí, de lo que nos pasa, de los que nos duele y del callejón sin salida en el que aparentemente estamos metidos.
Hacer cine en México se ha complejizado en la exhibición. Que las películas mexicanas actuales lleguen a los ojos mexicanos (y queden en su memoria) es un reto; se compite con superproducciones y éxitos del verano. ¿Cómo se podría mejorar el circuito de exhibición de las películas mexicanas?
Con un marco legal que proteja la exhibición de cine nacional ante la embestida del libre comercio en las salas cinematográficas: una ley que exija un 30% de tiempo en pantalla efectivo para el cine nacional (en horarios competitivos), un organismo que tenga la capacidad de clausurar un cine que no cumpla con esa cuota, una ley que obligue a las televisoras a comprar y exhibir películas mexicanas en su programación (sin censurarlas). Y otra más que regule el siniestro VPF (Virtual Print Fee): un impuesto de $ 750 dólares por pantalla, que Cinemex y Cinépolis cobran a quien quiera exhibir algo en sus complejos. Este impuesto originalmente surgió para pagar la digitalización de las películas pero en la práctica ha sido un decreto de expulsición del cine mexicano de las salas.
Por otro lado, mientras esas batallas se dan (si es que se dan), se podría institucionalizar de un circuito alternativo que concentre todas las salas culturales (Cineteca Nacional, UNAM, cinetecas del interior, cineclubes) con una programación que apoye al cine mexicano como prioridad y que utilice las plataformas web y publicitarias de estos espacios para hacer lanzamientos poderosos, que no impliquen un gasto de recursos excesivo. La infraestructura ya existe, lo que hace falta es voluntad institucional.
Como bien han sabido desde Lenin hasta Reagan, pasando por Goebbels, las películas tienen un gran poder ideológico. ¿Crees que se pueda seguir entendiendo el cine así, como vehículo sutil de ideas, o al supuestamente vivir en una sociedad abierta, sin grandes bloques políticos, el cine ya va para otro lado? ¿Existe una moralidad implícita en las películas?
No hay película inocente. Toda película transmite ideas sobre el mundo en el que vivimos y la forma en la que nos relacionamos. La mayoría de las películas transmite la idea de que el sistema está bien. Pienso en el cine gringo: los conflictos son siempre superables y resolubles; tanto en la comedia romántica como en el cine de aventuras el orden siempre termina triunfando gracias a un héroe o al azar. Pero la idea que prevalece es la de que todo irá bien porque el sistema está bien y permite que las cosas se resuelvan favorablemente. Hay un ejemplo de esto que me parece brutal: si le preguntas a cualquier mexicano como se desarrolla un juicio en Estados Unidos sabrá contestarte sin dudar: hay un jurado, abogados que gritan «objeción», un juez incorruptible, etcétera. Si preguntas cómo se hace un juicio en México, sólo aquellos que hayan estado involucrados en uno sabrán responder. Es un claro síntoma de conquista cultural a través del cine. Por eso es aterrador cada vez que un espectador juzga al cine mexicano o incluso latinoamericano por no pertenecer al espectro cultural hollywoodense.
Con la música puedes caminar. El cine es un tirano: te obliga a quedarte quieto y callado en la oscuridad mientras dure la película; es una versión no tan extrema de la tortura de Alex DeLarge en A Clockwork Orange. Tal vez de ahí viene su enorme poder disuasivo. ¿Qué prácticas son posibles para liberarse de esta sujeción y empezar a pensar sobre el cine? Es más, ¿es necesario pensarlo o sólo basta con verlo?
Esta pregunta tiene un tufo sesentero, cercano al Apocalípticos e integrados de Umberto Eco. En el mundo de hoy, de la hiperfragmentación, de los 140 caracteres, de las notificaciones de chingomil aplicaciones y de la supresión de la opinión a cambio de likes, pensar en un espectador que tiene la capacidad de sentarse hora y media a ver una película me parece un bálsamo y un oasis ante un frenesí sin sentido. La sociedad de las redes es una sociedad con TDA: una sociedad que no puede concentrarse y para la cual todo es lento y nada es satisfactorio. La tiranía actual viene del celular y de la angustia que provoca descubrir que uno salió de casa sin él. No creo que sea necesario «liberarse» del cine; habría que recordar que el hecho estético ocurre a través de los sentidos y no de la razón. No es un requisito «entender» algo en su totalidad para vivir una experiencia estética. Son dos cosas distintas.
[Pregunta borrada]
¿Te gusta la crítica cinematográfica? ¿Hay cercanía entre el crítico y el cineasta o es mejor ignorar esa relación y enfocarse directamente al público?
La función principal de un crítico fue la de legitimar un trabajo cinematográfico. El crítico, desde su conocimiento y su capacidad de hilar un discurso fílmico con otros cientos, juzgaba la oportunidad de una película en terminos de contexto social, histórico, ideológico; y el espectador, ávido de cine, acudía a la opinión del crítico para tomar una decisión sobre qué película iría a ver. Eso le dio al crítico un lugar de poder e influencia que lo convirtió en una figura «temible». Hay una vieja anécdota de Arturo Ripstein: demandó a Jorge Ayala Blanco y lo acusó de coartar las posibilidades de taquilla de sus películas por sus duras críticas. Eso hoy no podría pasar. El crítico ya no tiene un lugar de juicio omnipotente. Su crítica es una opinión más que se suma a las del discurso publicitario de una película y a las que se difunden en las redes sociales. El resultado es que las relaciones entre quien hace cine y quien lo critica se vuelven más horizontales. La crítica es más honesta, ya que no viene desde un poder unívoco y el cineasta tiene la posibilidad de escuchar más. La crítica ya no es un dictamen lapidario de una obra, es simplemente una opinión.
¿Qué discos escuchabas mientras se filmaba Viento aparte?
No había mucho tiempo para escuchar música durante la filmación. Y en las camionetas, durante los traslados, una batalla cotidiana era la de quién escogía la música que se escuchaba en el camino. A esa batalla no le entré; tenía otras más importantes enfrente. Pero sí lamento mucho haberme perdido el concierto de Nick Cave and The Bad Seeds, primero y único hasta la fecha en México.
¿Qué otros proyectos estás desarrollando en este momento?
Estoy escribiendo un guion sobre los exilios argentinos en México y su relación con la violencia; y otro más sobre la pérdida de la inocencia desde la perspectiva femenina. Ambos aún en una primera etapa de escritura.