ORIGEN (REAL O IMAGINARIO) DE LOS SIGNOS MATEMÁTICOS
Hacia mediados del siglo XVI, cuando un matemático quería decir que un número era igual a otro, lo escribía con palabras, así: «es igual a». Pero la escritura siempre ha aspirado a alcanzar la velocidad del pensamiento y en 1557, todo cambió: harto de tener que repetir una y otra vez una frase entera, el matemático inglés Robert Recorde inventó el signo igual, que no son sino dos líneas paralelas en representación de la perfecta igualdad.
Con esta información —y siguiendo el juego de las grafías—, nosotros mismos podemos imaginar la procedencia de otros signos matemáticos. Para empezar, sospechamos que del signo = derivan otros dos: mayor que y menor que, en los que —como nos quedó claro desde niños— el número mayor simplemente se ubica donde la distancia entre las dos líneas es más grande: 2 ˃ 1 y 1 ˂ 2.
También podemos suponer que la multiplicación usa una x para simbolizar dos cantidades que convergen y que al hacerlo, se reimpulsan una a otra; que la división (÷) es una barra que se inserta dentro de una cantidad y la fracciona, o que el punto que también se usa para multiplicar (2 • 2 = 4) nació sólo como signo contrario al de la división, sugiriendo algo semejante a una gota de agua (•) que al ser dividida se separa en dos (÷).
Enseguida pensamos (con cierta alarma) en la innovación que quitó al signo de división su barra y dejó sólo los dos puntos (4 : 2 = 2). Sospechamos que, como en todos los lenguajes, también en las matemáticas la ortografía es un depósito de conocimiento y que al eliminar esa barra ciertamente se ganó agilidad pero se mutiló parte de la historia del signo. Y es que intuimos que esa barra horizontal surgió como un impulso muscular para representar gráficamente la función que cumple, pues sugiere un tajo que corta (tajo que desde el siglo XIX también puede caer en diagonal: ½). Además, repasando un poco más la historia, descubrimos que esa barra horizontal proviene de otro modo de dividir, el de las fracciones, por lo que nos detenemos a mirar el signo ÷ y advertimos que también las simboliza a éstas con sus dos cifras separadas por una barra ( ).
Maravillados queremos seguir ensoñando, pero el signo más (+) nos mete en problemas. ¿Por qué dos líneas perpendiculares si para representar la suma sólo necesitamos una recta? Como el lector sabe, para sumar 2 más 3 basta con ubicar el número 2 en una línea y dar tres pasos adelante sobre ella. Quizás por eso los egipcios representaban la suma como dos piernas en avance.
Otra breve investigación nos revela el origen de la cruz sumante: ésta proviene de la palabra latina et, que significa «y» (por ejemplo, se usaba para decir «2 y 3 son 5»), pero la prisa invitó a que desapareciera la e para después convertir la t en cruz. El signo menos (─) es todavía menos ensoñador y más práctico: una versión nos dice que la palabra latina minus acabó representándose con una m tildada (), de la cual después despareció la letra.
Con el más y el menos terminó la magia. Con ellos estamos muy lejos de aquella inspirada tarde de 1557 en la que un sabio inglés eligió dos líneas paralelas para simbolizar la igualdad perfecta. Pero no importa: disfrutemos la belleza mientras la tengamos y aceptemos que no todos los matemáticos son Robert Recorde ni todos los signos son iguales.