Tierra Adentro

San Pedro Garza García en Monterrey, Nuevo León, es el municipio más rico de México y América Latina. Mauricio Fernández Garza, dos veces ex alcalde de esta demarcación, es conocido por su franqueza delirante: nada más enrarecido que un político con tintes monacales. El Alcalde (2012, 80 min., Bambú TV ) es un documental que describe una etapa salvaje de un país marcado por la violencia y el desprestigio de la clase gobernante.

Polémico hasta el extremo, coleccionista tanto de opiniones lapidarias en su contra como de ardientes manifestaciones de apoyo, egocéntrico y excéntrico, rudo y directo, rebelde ante todo lo que no cuadre con las convicciones propias, dueño de una mansión que es al mismo tiempo una obra de arte y una galería ecléctica, viajero constante, millonario y bon vivant, el dos veces ex alcalde del municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, Mauricio Fernández Garza, hasta hace poco más de un año parecía tenerlo todo, excepto un filme sobre sí mismo, realizado no por iniciativa suya sino debido a la curiosidad periodística de los autores, donde pudiera narrar en primer plano y de viva voz su historia para someterla al juicio de los espectadores. Ya lo tiene. Se trata del documental El alcalde, dirigido por Carlos F. Rossini, Emiliapor Bambú Audiovisual, Imcine/Foprocine. En junio de 2012, durante una visita a Monterrey, al toparme con Diego Osorno, me invitó a la primera exhibición de su película en la ciudad.

Lo primero que me cruzó por la mente fue preguntarme qué sentido tenía ver un documental sobre un político, sobre todo en un momento tan cercano a las elecciones, cuando las promesas de campaña y las rencillas entre los diferentes candidatos presidenciales habían agotado mi tolerancia respecto al tema.

No obstante, en cuanto recordé algunas anécdotas sobre Mauricio, y sobre todo ciertas historias de su gestión como munícipe, acepté de buena gana. Creo que hice bien, pues uno de los parlamentos del filme que se me grabaron decía más o menos: “La gente está harta del político mentiroso, del político oportunista, del político ratero… yo no soy político, lo que me interesa es mi patria”. Palabras que parecen demasiado sobadas (incluso las de “yo no soy político”, que recuerdan a Gabriel Cuadri), pero que en boca del protagonista dejaban un poco de espacio para la duda o la aceptación. ¿Por qué? Porque es de todos sabido, por lo menos en Nuevo León, que la fortuna de Mauricio Fernández se acumuló mucho tiempo antes de que decidiera contender por la alcaldía por primera vez, porque asimismo se sabe que la gente le pidió que se postulara, porque si de algo se le ha acusado no es de mentir, sino de su exceso de franqueza, que a veces raya en tonos de brutalidad.

El alcalde es una película con un solo personaje, un largo monólogo donde los realizadores ocultan las preguntas que le hicieron al protagonista, aunque los espectadores pueden adivinarlas fácilmente; un juego sutil de acercamientos y distanciamientos al rostro de Mauricio Fernández mientras cuenta su historia, sólo interrumpido de cuando en cuando por tomas a los techos moriscos de su residencia, a Es de todos sa bido, por lo menos en Nuevo León, que la fortuna de Mauricio Fernández se ac umuló mucho tiemp o antes de que decidiera contender por la alcaldía por primera vez sus piezas de arte contemporáneo o prehispánico, a su colección de fósiles, por películas de sus cacerías y por algunas notas de noticiarios televisivos que sirven de apoyo al relato. En ella, el ex presidente municipal de San Pedro parece encarnar el más feliz estereotipo del norteño: abierto, veraz, acaso un poco pagado de sí, sincero, retador, simpático, versátil, sencillote, malhablado, alegre, satisfecho de sus logros. No importa el tema que aborde —su adolescencia, la cacería como pasión, su lucha contra el narco, sus problemas con la federación, sus posesiones— poco a poco seduce al espectador, eliminando sus opiniones preconcebidas, sus tapujos y prejuicios, hasta echárselo a la bolsa. Es fácil, por ello, darse cuenta de por qué los realizadores decidieron centrar el filme en un primer plano de su persona y el relato en sus palabras, tras eliminar el resto del material acumulado durante la investigación. Es fácil reconocer aquí el olfato periodístico de Diego Enrique Osorno, así como su instinto de narrador. Es fácil, en fin, advertir que el éxito de un documental como este iba a depender de la empatía que el ex alcalde despertara en el público. Si con cualquier otro personaje una película de tales características corría el riesgo de convertirse en un bodrio somnoliento, con Fernández Garza resulta un modo interesante, novedoso, divertido e incluso emocionante de entender la actualidad de nuestro país.

Luego de la realización de El alcalde, es seguro que las discusiones en torno a Mauricio no sólo continuarán entre los nuevoleoneses, sino que subirán de tono, ahora con información de primera mano. Y seguirán siendo discusiones apasionadas, con arranques de indignación o de ira. Sin embargo, como siempre que se habla de él y de sus acciones, no es difícil asegurar que, incluso al tratarse de sus detractores más firmes, mientras lo critican asomará en sus labios una sonrisa irónica, sí, pero también de orgullo por contar en el estado con alguien dispuesto a “agarrar el toro por los cuernos” y a no titubear si es necesario saltarse las trancas de la legalidad y de la política correcta con tal de amansarlo.

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