Elogio de la histeria
La caballerosidad, dice Malena Pichot, es un compendio de costumbres que nació cuando «en algún momento de la historia, un grupo de hombres poderosos dijo: “hay una mitad de la humanidad que es más débil, que tiene menos fuerza. Las vamos a violar, las vamos a matar porque es inevitable: tienen poca fuerza las boludas. Pero, cada vez que haya una puerta, ellas van a ir primero”». Y más o menos la misma fórmula podría aplicarse al hablar del humor. Desde la Edad Media, el humor, la risa en particular, fue atribuida al ámbito femenino, en contraparte al dominio masculino de la razón. Tanto el cuerpo como la mente de las mujeres estaban hechos para reír y para causar regocijo, ya fuera para placer de los varones, ya para mostrar los vicios de su histeria, en el sentido etimológico y cultural del término. Y este último aspecto es quizá una de las mejores formas de abordar Estupidez compleja.
La premisa de una mujer abiertamente feminista realizando un stand up pareciera tener reglas muy particulares. Tan sólo para que el chiste funcione —que exista consenso sobre quién cuenta, acerca de qué, ante quién, contra quién y con qué fin— es obligatorio tener una serie de antecedentes que, para empezar, un grupo rechaza de inicio. Sin embargo, en la rutina de Pichot, la barrera de «el feminismo no es necesario» se rompe por ese carácter histérico del humor. El humor feminista de la argentina parte de su experiencia desde lo que la sociedad ha asumido como su característica irreductible: su histeria, su útero y, en extensión, su cuerpo.
La maternidad, la menstruación, el aborto, el sexo y la violencia son temas ineludibles. Pero la forma de aproximarse es variada. Por un lado, están los chistes cercanos al lugar común. No obstante, la comediante logra dar una vuelta de tuerca y utiliza el humor como elemento disruptivo que busca la reflexión de la audiencia sobre un problema normalizado. A partir de ejemplos cotidianos, hace un recorrido por algunas nociones de los feminismos y, sin nombrarlas, muestra la necesidad de discutir el consenso entusiasta, la relación de clase y género, la religiosidad y la sororidad. Lo gracioso torna en una forma de mantener en crisis el propio pensamiento. Si el stand up tiene como uno de sus principios una especie de desmontaje ordenado e intencional del yo, Malena Pichot traslada ese yo a un cuerpo femenino cualquiera que puede o no llegar a las mismas reflexiones sobre situaciones que vive, pero que, a través del humor, le son innegablemente propias.
La problematización del yo, sin embargo, se lleva a un límite que rompe de cierta forma con las reglas del stand up. Hacia el final de la rutina, Pichot toca el tema del aborto, de su legalización en Argentina, y de las álgidas discusiones al respecto. La «estupidez compleja» irrumpe con la apertura de un telón y la entrada de una pantalla que da paso a una explicación cuasi académica, con comentarios en redes sociales enviados a Pichot, de las ilógicas construcciones verbales con que las personas en contra del aborto legal justifican su postura. La dinámica —aunque involuntariamente divertida y dolorosamente real— rompe con el ritmo de la rutina: de pronto la standupera deja de ser un yo, toma distancia para exponer a los otros. El humor deja de ser el elemento disruptivo, y la risa provocada por la incoherencia de las frases se evidencia por un análisis lingüístico, es decir, en esa sección hay burla más que problematización.
Resulta interesante que esa frase que sobresale del resto de la rutina haya sido la elegida para nombrarla. Desconozco si fue elección de Pichot o de alguien más, y saberlo podría abrir nuevas discusiones: si la decisión fue de la artista, podría leerse como una necesidad de utilizar el megáfono llamado Netflix para difundir su postura política; si, en cambio, la resolución fue de alguien más, la frase «estupidez compleja» podría reducirse a un eslogan que saca un poco de contexto toda la propuesta política y estética de la rutina. Este último elemento se observa en la manera en que Netflix anuncia el monólogo: «Una comediante argentina que porta el feminismo como estandarte habla sobre el sexo, el lenguaje, el aborto y explica por qué está bien dejar que el hombre pague la cena». El feminismo, entonces, es estandarte y la estupidez compleja una manera de edulcorarlo.
Independientemente de lo anterior, el título de la rutina, si no la define de manera integral, es consistente con la postura de Malena Pichot en su vida pública: para ser feminista te tiene que gustar un poco pelearte con la gente. Y esas disputas se dan con mujeres, con aliados, estúpidos, desde el cuerpo, desde la mente, desde la risa, y desde la histeria.