Tierra Adentro

Titulo: Barranca

Autor: Diana del Ángel

Editorial: Fondo Editorial Tierra Adentro

Lugar y Año: México, 2018

Al leer por segunda vez Barranca, de Diana del Ángel, pienso que es una obra con una cantidad monumental de elementos de los cuales hablar, y que la configuran, más que como un objeto de estudio, como un sujeto: complejo, de múltiples voces, traumas, obsesiones, deseos y, sobre todo, con alma. A continuación, haré el recuento de este libro de recuentos y explicaré dos elementos que, a mí parecer, son de los más destacables, cuando no los más deslumbrantes.

Construcción

Durante el Encuentro Internacional de Poesía CDMX, el poeta británico James Byrne respondió a la pregunta «¿por qué escribir poesía?» diciendo que, en principio, si uno no se divierte escribiendo poemas, no debería ni siquiera intentar escribirlos. Esto —aclaró— no significa que la poesía no te rompa a cada verso: es casi como un ejercicio de masoquismo.

Barranca es un claro ejemplo de esta afirmación. En cada poema aparece una voluntad creadora que se deleita con su labor: una cuidadosa arquitecta que goza con las estructuras, que juega y rehace formas clásicas como la quintilla en el poema «Ausencia», que reformula el haikú en poemas como «Flor de lis» o «Niña de alta
montaña», que no teme a la prosa narrativa, a la explicación de largo aliento, que construye realidades en pulcros dísticos heptasilábicos, como en el poema «Calcas», pero que detrás de tan esmerada estructura, abre campos de significado más allá, a través de distintas estrategias que resultan en dolorosas revelaciones, en el descubrimiento de una multiplicidad de voces femeninas que, en un recorrido de recuerdos, duelen también en el lector.

En «Calcas» podemos encontrar un paralelismo sinonímico que, basándose en los sonidos de una canción infantil y retomando el «mi mamá me mima», construye una nueva idea de la propia infancia, pero también de la imagen de la madre que ayuda a constituir la niñez del sujeto lírico: «mi mamá no me mima/ porque come quebrantos/ mi mamá es una isla/ yo naufrago en un vaso». Un procedimiento similar ocurre en «Canción quebrada» donde la infancia se rompe de manera progresiva junto con el ritmo, pero siempre con la tensión del sonido de una canción que configura sorpresa —el extrañamiento del que Shklovski habla y que es fundamental para la conformación del fenómeno poético.

En este elemento de Barranca también aparece la paradoja: aquello que sostiene el quiebre de la voz es, precisamente, una estructura con cimientos que no permiten grietas.

Obsesión

Carolyn Forché afirma que la verdadera poesía sólo puede surgir de la obsesión: aquí lo que predomina es la obsesión por la voz, por los nombres, por encontrar el nombre verdadero; así también Diana del Ángel configura con sus versos una voz que busca un onomástico que logre llenar la forma del sujeto que habla y que se manifiesta a través de los poemas en forma de flores, de hojas, de brevísimas historias, de estampas de la Ciudad de
México, de denuncias al maltrato, a la infancia robada, al otro que penetra el cuerpo, que hiere, que desgarra y hace que se niegue hasta el propio nombre. Y junto con la búsqueda de los nombres aparece la búsqueda del sujeto que se nombra, a aquella mujer que se enuncia niña, que se busca a sí misma en la visión de las demás, que se encuentra envuelta entre el recuerdo y el espejo que ofrece la imagen del otro.

Finalmente, todos los poemas nos orientan a la resolución de esta obsesión: definirse a través del cuerpo y de la flora, encontrarse en el otro que se fue pero también en el otro que hizo daño, buscar un espejo que logre reflejar la imagen entera, que logre cantar canciones que suenen al ritmo propio, capturar el instante en que se han sido y que deja de ser en cuanto se nombra, escribir la rabia, la venganza, la melancolía, dar cuenta de todas aquellas que se ha sido antes de que sólo queden vestigios, porque entonces, en palabras de la autora: «no habrá nada que nos hable de las heridas,/ incluso la sombra de los cuerpos mutilados estará putrefacta/ tampoco habrá nada que nos hable del silencio compartido:/ sólo el polvo será la lengua que nos llame desde abajo».


Esta reseña fue publicada originalmente en el número 232 de la Revista Tierra Adentro en enero de 2019.