El teatro de otros parajes
Siempre me ha fascinado viajar, y lo he hecho desde que tengo veinte años. Una de las razones que me motivan a hacerlo es la búsqueda de diversas expresiones de arte y cultura. Lo fascinante de otras culturas son las distintas formas que tienen de hacer las cosas, no sólo hablo de comida o arte, hablo de cómo resuelven ciertos problemas técnicos de la vida cotidiana, cómo se organizan las ciudades, qué valores rigen y qué defectos son los que sobresalen. En este sentido, mi última experiencia fue la de viajar a Montreal para realizar una residencia de escritura. Montreal es una ciudad dividida en dos, por un lado está la parte anglófona, y del otro lado la parte francófona. El Consejo de Artes de Quebec —que tiene su sede en dicha ciudad— cuenta con un gran apoyo institucional para la creación de literatura y dramaturgia escrita en francés, pues están convencidos que la lengua es la forma de mantener en pie una cultura que es minoría en un país de habla inglesa, y en ese sentido, el apoyo es también político, pues muchos de los temas desarrollados en las obras hablan de la identidad.
La lucha de los ciudadanos que habitan Quebec y que tienen raíces francesas viene desde la época de conquista, y en muchos aspectos su cultura es un mestizaje de varias nacionalidades que se conglomeraron bajo la bandera del Reino Unido. Montreal tiene una mezcla de cultura campesina europea, de bohemia francesa de principios de siglo y desarrollo capitalista anglosajón que la convierte en una ciudad que dista mucho de lo que se imagina por «primer mundo».
Durante los meses que estuve ahí pude participar en las actividades de un teatro independiente (que es un decir) donde se hace teatro experimental (que es otro decir). Lo experimental en este caso se trató de la exploración del cuerpo y la figura del mimo hecha por una de las compañías fundadoras de Espace Libre. Mientras acudía a los ensayos y estrenos, intentaba compararlo con lo que sucede en las letras y el teatro en México, y en términos generales, una de las primeras cuestiones que concluí es que todo gobierno y Estado apoya el arte para crear una identidad específica. Es decir, los artistas que crean en México muchas veces son apoyados por las instituciones porque sus estéticas dan fuerza a la idea cultural sobre lo «mexicano», sobre lo «migrante» en el caso de Quebec, etc…
Los discursos disidentes o los que van en contra de esta idea de identidad, como lo que pasó con un espectáculo que vi de un joven dramaturgo que critica la cultura femenina de la cultura quebecuá, fue fuertemente criticado de soberbio, de fuera de lugar. Es decir, si alguien es capaz de ver algo distinto o tener un punto de vista que choca un poco con el ideal de lo que la cultura piensa de sí misma, la misma población —y con ello la crítica y la institución— irán en contra de ese discurso.
Otra de las cuestiones que llamó mi atención es la idea de qué es independiente. Independiente en Montreal es que el teatro tiene apoyo del Consejo de Artes y programa espectáculos (que también tienen el apoyo del Consejo). El único espectáculo que vi que no tenía apoyo institucional justamente de eso trataba, de la falta de dinero para hacer un espectáculo sin apoyo. Lo que quiere decir, que están igual o peor que los mexicanos cuando se trata de buscar financiamiento fuera de la institución; otra cuestión es que ellos tienen mucho más dinero para apoyar a muchos menos creadores escénicos. ¿Qué tanto influye esto en la producción estética, las temáticas y las formas de exponer el trabajo?
Los procesos de producción son cortos y eficientes. Programados con meses y años de antelación, se vuelve casi imposible hacer un evento que no esté programado meses antes, por ejemplo, eso pasó con mi residencia, yo quería mostrar el trabajo traducido al francés y presentarlo como semimontaje con algunos actores de la ciudad, pero había que pedir permiso y poner un dinero que no había, que no era posible gestionar pues estaba fuera de lo que espera producir durante el año.
Por otro lado, la profesionalización de los actores, directores y escenógrafos es muy superior a la que podemos vivir en Iberoamérica, donde los espectáculos se siguen montando con trapos viejos y sillas. Los teatros son altamente tecnologizados, no hay butacas vacías, la calidad actoral es impecable, las escuelas de actuación tienen todo lo necesario para desarrollar una técnica; los ensayos son pagados —todo es pagado—, las funciones se dan sólo por tres semanas, todos los días, 21 funciones. No hay ciclos que se repiten, no hay espectáculos que se remontan a menos que hayan sido un éxito y los compren entonces otros festivales nacionales e internacionales. La vara con la que se mide un espectáculo es muy alta, se debe primero pasar por un ciclo de lecturas dramatizadas que sirven de examen para ver si es factible el espectáculo, si resulta innovador, interesante, después lo programa un teatro, se busca un presupuesto, se estrena y se analiza.
Todo está dentro de una maquinaria que funciona a la perfección, no hay espacio para el error. (¿Qué pensaría Artaud de este tipo de procesos de creación?) Por otro lado mi experiencia en Buenos Aires es casi el opuesto. Las escuelas de teatro no tienen sillas donde uno pueda sentarse a tomar clases. Los cursos se van formando a partir de algún grupo de interesados en un tema, los espectáculos tardan muchos meses de exploración, no se busca ni vivir de eso, ni producirlo de forma rentable. Lo que sucede es que hay muchísimos creadores dispuestos a trabajar de esta forma. Quizás porque es más importante la temática, la exploración y la investigación que el resultado. Este tipo de trabajos generalmente es «calificado» por un público especializado y por un grupo de críticos que analizan y dan cierta calificación, pero sobre todo, tiene que ver con una cuestión del público que asiste al espectáculo, no importa si es realizado de forma independiente o de forma oficial, en un teatro o la sala de una casa (como el caso de Claudio Tolcachir y su compañía Timbre 4).
Muchos de estos creadores proyectan su trabajo hacia afuera, porque dentro es muy difícil poder sacar financiamiento, y esto ha posicionado la estética del teatro argentino en otras latitudes. Una obra puede estar por años en un mismo teatro si funciona, si la gente va y paga. Pero el tipo de espectáculos que tienen éxito no tiene que ver con la eficacia ni con el dinero invertido en él. Gran diferencia con lo que sucede en Montreal.
Así, en los últimos cinco años, he podido experimentar formas de producción contrastadas y opuestas de lo que se piensa es una buena forma de producir teatro y de crear públicos y narrativas. Mucho tiene que ver efectivamente con el papel que juega el Estado en la producción y apoyo a los creadores. En México, este año el recorte presupuestal a la cultura y las artes ha sido terrible, y parece que no hay límite tampoco en cuanto al cierre de teatros, pagos atrasados o presupuestos no otorgados pero sí prometidos. Todo este caos en el apoyo institucional a las artes, hace que los artistas de todos los rubros saquen las antenas; me parece que en México, a la mayoría de la población le da un poco igual lo que pasa con el arte y la cultura. Es decir, no la consume, pues piensa que la cultura y el arte están en la televisión y los artistas son pagados por ella.
Podríamos pensar que el teatro entonces debería dejar de tener apoyo, si de todas maneras la población que lo disfruta es muy poca. Para qué tener un equipo de natación olímpico, o un centro de investigación de biogenética si es utilizado o «sirve» para algunos pocos. (Nótese por favor la ironía de este último pensamiento, por favor). En el país no sólo se recorta el presupuesto al arte y la ciencia, sino que también se mata sistemáticamente a los que se rebelan. El gobierno en turno apoya a que el dinero que se destina a programas sociales —incluyendo salud y educación—, sea cada vez menos, yo apelo al sentido común de todos los que nos dedicamos a esto y a los que sí nos importa que exista el teatro, que exista la literatura, que existan foros y espacios de expresión artística, a pensar, a no dejar de hacer, no dejar de proponer, aunque sea con sillas y un buen texto lo que nos aqueja, lo que nos aprieta el alma y lo que nos hace seguir soñando. Por eso, viajar para mí es fundamental, viajar es abrir horizontes, es ver cómo se vive para poder saber cómo se quiere y se puede vivir.