Tierra Adentro

Venimos a traer noticias acerca de un monólogo reinventado, en el que siete escritoras juegan a ser Carlota, experimentan con el lenguaje y resuelven de formas variadas, lúdicas y neobarrocas, las palabras escritas por Fernando del Paso en voz de la emperatriz. Pedimos, a las siete voces de este coro esquizofrénico, que partieran del magnífico arranque del último capítulo de Noticias del Imperio: “Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y el Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México…”.

—Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pá­jaro de acero para llevarme de regreso a México. Yo soy María Carlota Amelia…

—¡Ah, cómo chinga! ¡Ya cállese!
—Yo soy María Carlota Amelia Clementina…
—Le faltó el Victoria.
—Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina…
—Que sí, señora. A ver, aquí está su Haloperidol, su Clonazepam y su Sertralina… Tómeselos, ya viene el doctor a pasarle visita. A ver, péinese un poquito, aunque sea con las manos, para que la encuentre bonita.
—Buenos días, doña Carlota. ¿Cómo se siente hoy? ¿Ya se tomó su medicina? Cuénteme, ¿cómo pasó la noche?
—Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira…
—Con eso me recuerda usted a los gobernantes mexicanos. —¿México? Un pájaro de acero va a llevarme de regreso a Mé­xico para encontrarme con Fernando…
—¿Sabe usted dónde estamos?
—En el castillo, y hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio.
—¿Podría describirme el castillo?
—Me duele la cabeza.

REPORTE DE LA VISITA MATUTINA DEL 14/DIC/2014

Doña Carlota, paciente con diagnóstico de demencia severa en etapa avanzada, esta mañana presenta deterioro de la actividad consciente. Se muestra delirante y fuera de la realidad. No responde a las preguntas de rutina, repite el mismo discurso, presenta desorientación espacial, dice que se encuentra en “el castillo” y fuera de México. Se observa tranquila, sin motilidad ocular. Se requiere vigilancia estricta por el delirio prolongado que presenta. Enfermera del turno nocturno refiere que la paciente pasó la noche intranquila, deambulando por la habitación y preguntando por “Fernando”. Suministrar la misma dosis de medicamentos c/ocho horas. En caso de la aparición de un cuadro de agresividad, hipercinesia, histeria o psicosis sintomática, aumentar la dosis al doble o triple.
—Doña Carlota, ¿sabe qué día es hoy?
—Me duele la cabeza.
Desorientación temporal. Suministrar 500 g de Paracetamol para cefalea.

Dr. José Ma. Cázares

—Nos vemos mañana, doña Carlota. Trate de descansar.

Ayer vino el pájaro de acero y me llevó de regreso a México. ¿Te dije, Maximiliano, que fui al Cerro de las Campanas? Arrastrándome subí los sesenta y seis escalones que llevan a la capilla que los austriacos construyeron sobre el lugar donde te fusilaron. De frente a las tres cruces me arrodillé, lloré y recé una oración para que regresaras y nos largáramos juntos de aquí. Nunca debimos de haber venido. Tu cruz, Maximiliano, es la más grande, porque grande fue tu humillación. ¿Pero sabes qué es más grande? El monumento que le hicieron a Benito Juárez en el mismo cerro. Y también fui, Maximiliano, pero esta vez no me arrastré. Me acerqué desafiante y me paré debajo de su sombra para poder mirarlo a los ojos, pero él, al igual que todos los indios, no mira a los ojos. No sabes qué feo es, Maximiliano. Siempre de pie, soberbio, inexpresivo, rígido. Y le vi las manos negras que tanto me llamaban la atención, y se las toqué y me di cuenta de lo ásperas que seguían siendo. Mil ochocientas sesenta y siete veces froté mis manos contra las suyas hasta que sangraron las mías, y entonces subí por su brazo, pise sus hombros y llegué hasta su cabeza, y con las manos ardiendo le toqué la cara y me puse a llorar porque no encontré tu barba, Fernando. Me hinché de rabia y estrellé mi cabeza contra la suya. No sabes, Maximiliano, cómo me duele la cabeza. Y bajé corriendo el Cerro de las Campanas esquivando las rocas y los huizaches retorcidos y endemoniados que se entrelazaban para no dejarme pasar. Y furiosa le arranqué a esos nopales una tuna y me la comí y sus espinas pincharon mi lengua y mis encías y me reí porque Benito Juárez era de piedra y no tenía culo. Me duele la cabeza cuando me río, Fernando. Seguí corriendo con las manos sin piel, con la cabeza ensangrentada y con la boca perforada de la que me escurría mercurio del color de las buganvillas carmesí como las del cerro. Y entonces me detuve y miré hacia atrás. Y alcancé a ver a Juárez vigilándome. Siempre me vigila, no importa a dónde corra, siempre me vigila. Tengo encima de mí sus ojos inmóviles de piedra. Me duele la cabeza, Fernando. ¿Cuándo vas a venir? Veintisiete veces, trescientos sesenta y cinco días desde que pusiste el punto final y me dejaste abandonada a mi suplicio. Los mismos días desde que convertiste en fortuna mi locura. Yo sólo quería ser la Charlotte de mi padre, la emperatriz de México y tu diosa, tu doncella y tu sílfide, Maximiliano, pero sólo conseguí ser esclava de tu memoria, Fernando, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido. Si acaso soy Coyolxauhqui, Diosa rota, Diosa condenada eternamente a habitar la luna, ¿dónde está mi corona de cascabeles? Los escucho pero no los veo. Nunca tengo silencio ni reposo, Fernando. ¿Cuándo vas a venir, Fernando Maximiliano?
—Pobre Carlota.