Emperatriz de la leche SIETE CARLOTAS / SIETE MONÓLOGOS
Venimos a traer noticias acerca de un monólogo reinventado, en el que siete escritoras juegan a ser Carlota, experimentan con el lenguaje y resuelven de formas variadas, lúdicas y neobarrocas, las palabras escritas por Fernando del Paso en voz de la emperatriz. Pedimos, a las siete voces de este coro esquizofrénico, que partieran del magnífico arranque del último capítulo de Noticias del Imperio: “Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y el Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México…”.
Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México. Antes de partir, Max, envolveré tu miembro, el que hice con hojas de plátano, y lo pondré entre mis redondos y blancos pechos. Lo guardaré entre el calor de mi corazón y esta demencia que me bombea. Así mi deseo —aún encendido— y yo nos sentiremos escoltados mientras volamos y atravesamos el monstruo de olas azules. Reconquistaremos lo que se nos arrebató, pero lo más importante, mi querido Emperador, es que, al aterrizar el pájaro de acero en campo de indios, podré destrozar con las uñas mi crinolina, despojarme de este camisón blanco, correr a pelo, desnuda, hasta tu encuentro en Querétaro. Te citaré a las once de la noche en el Cerro de las Campanas, pero no para que me hagas el amor. Oh no, Max, s’envoyer en l’air, seré yo quien te monte, mi vagina simulará la boca de un pelícano al abrirse y tragaré tu sexo, entero, una y otra vez, columpiando mi tronco hacia arriba y abajo, hasta que las telarañas que se habían formado en mi vulva se arrodillen y veneren al que alguna vez fue el archiduque de mi clítoris. Seguramente no te acuerdas de la hambruna que tengo entre las piernas, a la que habrás de saciar con la punta de tu rosada lengua, y con movimientos circulares abrirla como las alas de las frondosas mariposas que coleccionaste de tus viajes a Cuernavaca. ¿Recuerdas las camas donde dormíamos en el Castillo de Chapultepec? Por fortuna, ya no podremos utilizarlas. El mensajero me dijo que nuestro Castillo se ha convertido en un monumento donde el pueblo, curioso, acude; paga unos cuantos pesos para entrar y observar dónde comíamos, dónde me masturbaba. Los bastardos indios hasta se toman selfies en donde te sentabas a beber tus vinos del Rhin. Esa gente del mismo asqueroso color del asesino Juárez. He de contarte también, que te has perdido del kamasutra, lo llamo “el imperio de los sentidos”. Cuando te ausentabas por “tus viajes”, utilizaba los pepinos que los indígenas nos traían para practicar la posición del Loto y la de Las cucharas, Max. Me metía el fruto y apretaba con los muslos —gritando— hasta que sentía que mi vagina se lavaba con el jugo de ese miembro verde. Se te ha pasado la primera publicación del Kamasutra en inglés, uno de los siete idiomas que hablabas. He practicado con el hijo de unas de mis damas de compañía la posición de La Abeja. Es la que elegí para ti: me sentaré sobre tu pene erecto y rubio, dándote la espalda, tú desnudo y con las piernas extendidas apoyarás la espalda sobre uno de los árboles de Chapultepec, me levantarás y bajarás las nalgas, con enjundia, hasta que logremos que tu espada sexual atraviese mis entrañas. El mensajero me contó que ahora venden juguetes eróticos a mansalva: anillos que vibran dentro de una como chapulines, pollas de sabores y hasta bolas de metal para que me las encajes en mis agujeros. ¿Te preocupa eso de las bolas de metal? No repares en ello, también me encomendé la tarea de agrandar tanto mi coño como mi chocho. Mi camarera Doblinger me trae gallinas a la suite imperial para estar segura de que nadie envenene la comida que me trago. Me he alimentado de huevos que yo misma veo poner. Pero algo que no sabe nadie, Max, es que de todos los que salen de las gallinas, oculto uno o dos. Y cuando oscurece te imagino, recostado a mi lado, jadeo, tomo los huevos y se los jambo a mis labios vaginales. ¿Creerás cuánto he llegado a lubricar con los huevos? Chorros, mi Arquiduque de Austria, chorros que me recuerdan a la única vez que probé tu leche en nuestra noche de bodas. ¿Puedes recordar que en aquella ocasión no me dejaste más que mamarte cuatro veces? ¡Me quedé con ganas de tantas más, caballero de Habsburgo! Si has puesto solícita lectura a esta carta, verás que he mejorado mi narrativa, y debo confesar, Max, que ahora ejecuto una chupada con el mismo esmero y pericia que pongo cada vez que me siento a escribir(te) en esta máquina luminosa que tiene dibujada una manzana mordida en su carcasa. Es que la escritura se ha vuelto una forma de folletear con tu recuerdo. No tengo más para engañarte; yo, María Carlota, he sido desde siempre tu único amor. Por mí viviste, por mi mente gobernaste, por mis pezones en forma de uva te alimentaste de las aguas del mar Adriático, por mí moriste, Emperador del Pene Podrido, por mí y por nadie más. Fuiste mío, desde que mi mano derecha tomó tu verga, la acaricié con mis ojos bien abiertos, la jalé hacia adelante y grité: no estoy loca, ¡yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Reina y Soberana del salado y muerto semen de Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena!