Tierra Adentro

Titulo: El hombre nacido en Danzig

Autor: Guillermo Fadanelli

Editorial: Almadía

Lugar y Año: México, 2014

En El hombre nacido en Danzig, la novela más reciente de Guillermo Fadanelli, hay un hombre y una mujer. Pero quizá sería más atinado decir no hay ninguna mujer: Elisa Miller se fue para siempre. El hombre que se queda solo, que ni siquiera tiene un nombre empieza a disertar acerca de Elisa. Y no sólo sobre ella, sino sobre todas las mujeres. El argumento de la novela: una mujer deja a un basquetbolista e ingeniero fracasado, quien contrata un detective para que la espíe, entre tanto tiene algunos encuentros con otras mujeres.

Lo peculiar es que el hombre abandonado tiene encuentros con una serie de filósofos, un escritor y un basquetbolista. Sus interacciones son monólogos, discusiones internas con hombres que escribieron, pensaron o hicieron algo tan importante como para que recordemos su nombre y debatamos con sus ideas. Estas conversaciones resultan pertinentes porque están centradas en las mujeres que han sido parte de la vida de cada uno de ellos. Dado que este relato es un viaje hacia el conocimiento de sí mismo, los interlocutores del hombre abandonado lo regañan por los caminos que ha tomado en su vida (es gracioso y perturbador que, en realidad, es él mismo reprochándose pero que acaso no se atreva a hacerlo directamente). De ejemplo sirve el intercambio que sostiene con Magic Johnson:

—Si en lugar de leer a Bergson o a Schopenhauer, hubieras dedicado más tiempo a domar el tiro desde las nadas no habrías desperdiciado tu oportunidad. Tenías la gran ventaja de ser rápido y los defensas temían acercarse mucho a ti.

Sin embargo, la conversación más controversial es la que el protagonista sostiene con Otto Weininger porque parece que no es el momento indicado para reivindicar la voz de Weininger dado el auge del feminismo y de la defensa de la equidad de género que vivimos:

Se suicidó a los veintitrés años, a la edad de Mónica Piperino, varios meses después de la aparición de su obra, y no se dio a sí mismo el tiempo razonable para demostrarle a Viena que él no había sido un misógino, y que su obra era consecuencia de la rara sabiduría de una juventud que le vivió como si fuera un respiro o, más bien, como una exhalación.

Pero parece que Fadanelli lo logra. La lucha protagónica por encontrarse a sí mismo empieza desde la soledad; es decir, uno no busca la autodefinición cuando está en compañía de alguien más: el otro nos define. Habrá que entender la compleja relación de dos humanos (en este caso un hombre y una mujer), y es definitivo que hay ideas universales que surgen a partir de constantes en una relación amorosa.

Lo bochornoso es admitirlas, pero el protagonista no tiene empacho en decir que “la intimidad de las personas comunes se parece mucho a la repetición de los pasos en un baile regional”, ni en decir:

La emoción de las mujeres palpita y crece cuando escuchan palabras de amor, es verdad, y se conmueven hasta las lágrimas cuando su amante jura pasión y fidelidad eterna, pero en cuanto secan sus lágrimas y los días pasan regresan a su cotidiana eternidad y ninguna palabra de amor las convencerá de que no están frente a un estúpido.

Esas consignas pueden resultar indignantes en una lectura moralina, pero siempre queda el pensamiento de que en el fondo “algo hay de eso” en nosotros y en nuestras relaciones, aunque estamos atados a ellas para siempre porque preferimos ese eterno baile regional que el miedo de estar solos.