Tierra Adentro
E. T. A. Hoffmann, autorretrato. Imagen de dominio público, recuperada de Wikimedia.

Cuando se piensa en un artista frustrado muy posiblemente se recurra a la vida de Edgar Allan Poe. Por supuesto, no es el único. Si pensamos en la vida de mujeres y hombres que pasaron durante años creando, tratando de sobresalir, sin lograrlo, llegan a la mente cientos de ellos. El caso de Hoffmann es peculiar, pues, aunque se sintió frustrado debido a la insistencia que mantuvo por resaltar en la música, su literatura se mantuvo como una de las luminarias no sólo del romanticismo alemán (o romanticismo negro si se quiere), sino de la literatura universal.

Que Hoffmann tratara de convertirse en un gran músico se debe, en parte, al tremendo ambiente cultural de su natal Königsberg, ciudad también de Immanuel Kant. Alemania, a finales del XVIII y principios del XIX vio nacer a grandes figuras tanto de la pintura como de la música o la literatura. Contemporáneos a él puede nombrarse a Brentano, Novalis, Tieck o Chamisso. El ambiente literario en el que se desarrolló fue predominante para la concentración de una literatura donde convivía la oscuridad y la maravilla, el folklore y lo especulativo.

El que Hoffmann fuera un artista frustrado se debió a que nunca alcanzó la añorada “excepcionalidad” en tanto músico, ni pudo concretar un estilo de vida en el que no tuviera que trabajar más que con sus propias creaciones. Siempre estuvo atado por las vicisitudes económicas, por el movimiento y los cambios constantes en los puestos que desempeñaba, y que no todo el tiempo le prodigaban con el dinero suficiente, o incluso con las satisfacciones que tanto buscaba. A pesar de ello, sus creaciones musicales eran respetadas en el ámbito cultural, tanto por compositores como por productores teatrales. Sin embargo, y a pesar del cambio en una de las siglas de su nombre (originalmente se llamaba Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann, y cambió la W de Wilhelm por la A de Amadeus) en homenaje a Mozart, la inmortalidad la alcanzó por medio de la literatura, principalmente con sus Fantasías a la manera de Callot (1815), Los Elíxires del Diablo (1816) o sus célebres Nocturnos (1817), donde pueden leerse los clásicos “El hombre de arena” o “El mayorazgo”.

Hoffmann fue un hombre de su tiempo, experto en artes como el dibujo, la música o la literatura, así como un excelente jurista; es decir, un hombre trabajador que vivió apenas 46 años, pero que alcanzó la rotundidad en una escritura enfocada en las tinieblas, en el folklore, la magia, el crimen y lo siniestro.

Sigmund Freud, el afamado inventor del psicoanálisis, entre su multitud de trabajos, dedicó uno a un relato de E.T.A. Hoffmann, “El hombre de arena” para ser precisos, en el que detalló las características de lo Unheimliche, mal traducido (a falta de una palabra mejor) como “lo siniestro”. En esta obrita, publicada originalmente en 1919, Freud estudia una sensación que termina percibiendo como un mecanismo psicológico en el arte, algo que va más allá de la mera estética, pues no se debe ésta a la ambientación, sino a la generación de ciertas respuestas en los personajes de la ficción que terminan siendo “atacados” por el sentimiento de lo “siniestro”. En el caso del afamado cuento de Hoffmann, son muchos los elementos que ocurren en él donde se disparan los mecanismos de lo siniestro.

En el cuento de Hoffmann, Nathanael es un joven estudiante que le cuenta a su mejor amigo, Lothar, las vicisitudes que lo han llevado a un estado de casi delirio. Para ello, encuentra en su infancia la base convertida en un relato de folklore, un cuento para niños, donde “el hombre de arena” se convierte en un elemento importantísimo que trascenderá la conceptualización de un mero “coco” para ser una especie de demiurgo o diablo juguetón con el que se enfrentará Nathanael.

En el relato llaman la atención diversos elementos que usa Freud, como los ojos, el automatismo y la figura de “el doble”, o doppelgänger, famoso recurso utilizado por la literatura fantástica. El quid del relato, además de la base folklórica que se relata, en la que el dichoso “hombre de arena” visita a los niños que se han portado mal y les avienta arena a los ojos para dejarlos ciegos y luego, quizá, llevárselos consigo, se entreteje con la imagen constante de los ojos, de la visión “falseada”, que culmina con el enamoramiento en falso que trastoca a Nathanael, enamorado de un autómata, Olimpia. Sin embargo, este hecho, ya de por sí dramático y chocante, tiene una última arista, pues cuando Nathanael pareciera recuperado, y halla nuevamente el amor, vuelve la sospecha de que la mujer amada no sea sino otra invención mecánica.

La figura del doble, estudiada por Otto Rank en su célebre El doble (1925), se convirtió en un recurso utilizado con maestría por Hoffmann, quien fue recopilando las tendencias a su alrededor para plasmar, desde el romanticismo, una literatura convertida en epítome de lo oscuro, del tenebrismo y de lo fantástico, e incluso, del terror. En este subgénero es donde Hoffmann ha sido reconocido como un maestro de la indagación, de la psique humana, y de la maldad a través de los estudios sobre la psicología de sus personajes y de sus actos criminales.

En su novela, Los elíxires del diablo (1816), Hoffmann sigue algunas teorías sobre la criminalidad que mantienen el tono sombrío en su novela, ideal para el desarrollo de lo que será llamada “novela gótica”. Además, de entre las influencias que Hoffmann retoma para su novela, está El monje (1796), de Matthew G. Lewis, novela insigne de aquel movimiento, donde además aparece la figura del diablo.

Sin embargo, además de la criminalidad y de los estudios sobre el mal, Hoffmann diseña su libro a partir del folletín, pues éste tenía un enorme éxito en Europa, y el escritor alemán buscaba vivir de su escritura, del arte en sí, instituyendo una escritura diseñada para atravesar las distintas capas de la psicología humana hasta dar con la manifestación de lo sublime y de lo siniestro.

Hoffmann sigue constituyendo una pieza fundamental en la literatura gótica, en la perteneciente al romanticismo alemán, y también en la enfocada a lo fantástico. Sin embargo, basta revisar algunos de sus cuentos, pertenecientes no sólo a Nocturnos, sino también a Fantasías a la manera de Callot, o Los hermanos Serapio para descubrir el interés que mantenía Hoffmann por el arte en general. En relatos como “El caballero Gluck” o “La iglesia de los Jesuitas de G***”, asistimos a conciertos y críticas sobre la música, el teatro o la pintura. El arte de Hoffmann queda manifiesto en una literatura abocada al arte mismo, al descubrimiento de lo sublime, de lo bello y también de lo siniestro.

Freud dio paso a una palabra esencial para comprender, y disfrutar, de la literatura extraña, especialmente de la macabra, al dilucidar sobre el término de lo Unheimlich, ocupándose de una de las obras maestras de Hoffmann, “El hombre de arena”, pues a pesar de encontrar en la prosa del autor germano ciertas vicisitudes, algunas más que evidentes, sobre el devenir del arte y de la historia de éste, es lo siniestro lo que emerge desde la oscuridad y frialdad de la tumba hasta tocar al lector con los múltiples registros con los que era posible encontrar un arte de pesadilla, viciado e incluso obsesivo.

En Hoffmann puede apreciarse la estructura de la pesadilla, pero principalmente las tonalidades de ésta, de la culpa y de los temores que conllevan el “trauma”. No por nada, la palabra tiende sus raíces en el germano “traum”, sueño o pesadilla. Sus personajes están desesperados y resultan exasperantes para el lector contemporáneo. Es cierto que dentro de su prosa puede encontrarse una literatura ensimismada, que vuelve una y otra vez a los mismos temas, provocando, en ciertos momentos, el sopor. Sin embargo, a pesar de la distancia que ahora nos separa de las obras del “romanticismo negro”, de Las veladas de Buonaventura a Ondina, pasando por los relatos de Hoffmann, es posible entender cómo los tópicos del folklore, lo macabro y el horror, así como la culpa y la conducta criminal, se convierten en parte fundamental de lo que terminará siendo el cuento de horror moderno, así como la novela negra y policíaca. Sin Hoffmann, por ejemplo, no habría existido Edgar Allan Poe, ni las psicologías de personajes tremebundos y atormentados. Es en este tenebrismo de desesperanza y oscuridad, donde se halla también la luz, el inicio de una estética y de una literatura que se convertirá en esencial para comprendernos a nosotros mismos, incluso esa parte, la marcada por la tiniebla y las oscuridades del alma, a pesar del “progreso”, de la ciencia y de los modelos económicos en pos del “bienestar”.

La noche emerge en Hoffmann, y aún sigue atenazándonos, como una bruma silente, como la emanación de una parte no reconocible de lo humano, pero que siempre ha estado ahí, y permanecerá hasta que las estrellas finalmente se apaguen.


Autores
(Tlaxcala, 1988) es egresado de la licenciatura en relaciones internacionales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (upaep). Ha colaborado en medios físicos y digitales como Ágora, Letrarte y Momento. Parte de su obra se incluye en las antologías Seamos Insolentes (2011) y Sampler (2014). Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA; 2013, 2018), del Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca, 2016) y de Interfaz (2018). Asimismo, obtuvo el Premio Estatal Dolores Castro de Poesía 2016, el Premio Tlaxcala de Narrativa 2017 y una mención honorífica en el XXXIV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción (2018).