Tierra Adentro
Ilustración realizada por Mildreth Reyes

Believe that magic works

Don’t be afraid

Afraid of being hurt

Jarvis Cocker

 

I

Iba en primero de secundaria cuando mi padre llegó de un congreso médico en el Distrito Federal con los primeros tres libros de Harry Potter: La piedra filosofal, La cámara de los secretos y El prisionero de Azkaban, envueltos en una bolsa de Sanborns. Acababan de salir en México. Mi padre los trajo como compensación por la semana de ausencia, era su costumbre traerme regalos de todos sus viajes de trabajo. Aunque era la primera vez que me regalaba libros que no fueran clásicos para niños, libros con puras letras. Siempre traía plumas de colores que no se conseguían en las papelerías de Iguala, mochilas, pequeños juguetes que compraba en los puestos cercanos al Centro Médico Siglo XXI, cosas que se podían conseguir en medio de los descansos que seguramente tenían para comer.

 

En Iguala no hay librerías, ni en ese entonces ni ahora. Las pocas que hay están dedicadas a distribuir periódicos, revistas, libros de texto, guías de estudio y best sellers que en ese entonces no incluían la obra de J.K. Rowling por eso el regalo se sintió como el tesoro de un rey. Mi padre, quizá de manera accidental, me había entregado las llaves de un reino. Así pues, varios meses antes de que saliera la película, yo ya era una de las tantas millones de personas en el mundo que esperaba y soñaba con que le llegara su carta de invitación para estudiar en Hogwarts, la emblemática y legendaria escuela de magia y hechicería que le cambió el destino al joven mago, y a otros miles de millones que nos refugiamos en su mundo mágico.

Sin saberlo, quizá sin desearlo, mi padre con su peculiar regalo había puesto en mis manos mi entrada a la literatura, y la razón de porqué hoy esté escribiendo este texto (y muchos otros desde entonces) y no archivando expedientes médicos o dando clases en un salón de alguna escuela primaria de provincia como pintaba entonces el futuro que pudo haberme asegurado mi familia.

 

II

Devoré aquel primer libro de la saga con una ferocidad que hasta entonces me desconocía como lectora. Me adentré en la historia del huérfano que dormía en la alacena debajo de la escalera de la casa de sus tíos; Vernon y Petunia, que vestía la ropa vieja y usada de su primo Dudley, muchas tallas más grande que él. El pequeño Harry que hasta su décimo cumpleaños llevaba una vida miserable, llena de maltratos y vejaciones por parte de la familia de su madre, descubre que la vida le tiene deparada una sorpresa: enterarse que por derecho de nacimiento es un mago, millonario, famoso y respetado en el mundo de los hechiceros y brujas por haber sido el único que pudo detener al señor tenebroso más temido de todos los tiempos.

 

Aunque en un principio sus horribles y normales tíos hacen de todo para que Harry no se entere de la verdad, tirando, escondiendo y quemando las cartas que inundan la casa de los Dursley, con la invitación para estudiar en Hogwarts que a través de lechuzas le llegan al protagonista, el destino lo encuentra a través de Rubeus Hagrid, el guardabosques del prestigioso colegio, quien lo sigue hasta una isla en medio de la nada y derriba la puerta con tal de entregarle personalmente la misiva con el mensaje que le dará un giro de 180 grados a la existencia del hechicero de la extraña cicatriz en forma de rayo y un aplastado pastel de cumpleaños que él mismo horneó.

Harry Potter y la piedra filosofal, es desde sus primeros capítulos enigmático y adictivo sobre todo cuando de la mano de Hagrid, el lector al igual que el pequeño mago va descubriendo el mundo mágico que hasta entonces había sido un secreto que existía detrás de paredes falsas, muros invisibles y ladrillos que se movían para dar paso a lugares extraordinarios como lo es el Cajellón Diagon, sitio en el que se puede encontrar todo lo que necesita un mago o una bruja: capas, escobas, calderos, criaturas increíbles, dulces y que también aloja Gringotts, el banco en el que los hechiceros guardan su oro y que es custodiado por duendes avaros y recelosos.

 

En el Cajellón Diagon, Harry Potter también compra su primera varita en Olivanders, lugar en el que Rowling dejará la primera pista, es decir, que la varita mágica que elige a Harry -porque en el mundo mágico las varitas eligen al mago o a la bruja y no al revés- es hermana de la misma que tenía el mago tenebroso que le infringiera la cicatriz que tenía en la frente.

 

Harry Potter y la piedra filosofal puede tratarse del primer año que cursa en Hogwarts nuestro protagonista (con los problemas y contrariedades para adaptarse de cualquier alumno de nuevo ingreso) pero también abre la puerta y las preguntas como lo hacen los primeros libros de las sagas de misterios y las historias de detectives en los que vas uniendo pistas y que siempre el culpable parece el menos sospechoso, el más inocente.

¿Quién es ese mago tenebroso y misterioso del que a todo el mundo le da miedo pronunciar su nombre y que muy pocos se atreven? ¿Por qué de ahora en adelante la vida de Harry parece estar tan relacionada con él? ¿De qué otros misterios y secretos nos enteraremos?

 

Pienso en las historias policiacas, y en Harry Potter, en como su autora fue creando un mundo a partir de la tradición de la literatura fantástica como la escrita previamente por J. R. R. Tolkien en El señor de los anillos y C. S. Lewis con Las crónicas de Narnia, y combinándola quizá con las interrogantes que plantean los thrillers.

 

Sí podemos notar el camino del héroe como plantean las epopeyas novelas de aventuras, pero también roles muy específicos y necesarios como los amigos que ayudan a resolver el misterio (Ron Weasley y Hermione Granger), el mentor (Albus Dumbledore), la damisela en problemas (Ginny Weasley) y el villano que a diferencia del héroe no tiene escrúpulos para conseguir sus propósitos (Voldemort).

 

III

A lo largo de los años, en muchas entrevistas y presentaciones de libros tanto propios como ajenos, la típica pregunta de cómo me hice escritora siempre surge y me asalta en la conversación. Mi respuesta depende casi siempre de lo animada o despierta que esté.

A veces, cuando me siento de buen humor y en confianza, me sincero y digo que fue porque leí toda la saga de Harry Potter. En últimos años, la gente tiende a reírse y a aplaudir en señar de aprobación, aunque no siempre fuera así.

 

Con el tiempo haberse hecho escritor por haber leído alguno o todos los libros de la historia más emblemática J.K Rowling en la adolescencia es algo que ha dejado de dar vergüenza. La primera vez que me animé a decirlo ante un público lo hice temerosa de sentirme juzgada por aquellos que compartieran la idea de Harold Bloom expuesta icónicamente en un artículo de Wall Street Journal al referirse al trabajo de la escritora británica como malo:

 

“Acabo de terminar las 300 páginas del primer libro de la serie, Harry Potter y la piedra filosofal, supuestamente el mejor de todos. Aunque el libro no está bien escrito, eso no es en sí mismo una responsabilidad crucial. Es mucho mejor ver la película “El mago de Oz” que leer el libro en el que se basa, pero incluso el libro poseía una auténtica visión imaginativa. Harry Potter y la piedra filosofal no lo hace, por lo que hay que buscar en otra parte el notable éxito del libro (y sus secuelas)…”[1]

 

Para la fecha en la que Bloom publicó este artículo rabioso que tituló como “Can 35 Million Book Buyers Be Wrong? Yes (¿Pueden 35 millones de compradores de libros estar equivocados? Sí)”, el fenómeno de Harry Potter comenzaba a ser importante en todo el mundo, y el escritor  estaba muy consciente de lo controversial que podía resultar su crítica, pero no de su sentencia: “El fenómeno de Harry Potter continuará, sin duda durante algún tiempo, como lo hizo J. R. R. Tolkien, y luego decaerá”, pues a diferencia de las profecías acertadas de la profesora de adivinación Sybill Trelawney, Bloom se equivoca al menospreciar y denostar a los que leímos la obra de Rowling: “Quizás Rowling atrae a millones de lectores que no leen porque sienten su sinceridad melancólica y quieren unirse a su mundo, imaginario o no. Ella alimenta una gran hambre de irrealidad; ¿eso puede ser malo? Al menos sus fans se emancipan momentáneamente de sus pantallas, y así no pueden olvidar por completo la sensación de pasar las páginas de un libro, cualquier libro”.

 

El mundo no se olvidó de Harry Potter, aunque le pesara a Bloom y su crítica snob, pues a veinticinco años de la publicación del primer libro de la saga, Harry Potter y la piedra filosofal, que viera la luz el 26 de junio de 1997, sigue estando vigente en los estantes y en el imaginario de los lectores, algo que quizá no podemos decir de Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades, el libro que Bloom sacara con versiones infantiles de cuentos de los hermanos Grimm o de Kipling, Melville, Maupassant, y algunos poemas de Blake, Shakespeare, Whitman, entre otros, solo por mencionar el dato curioso para quien busque la respuesta intelectual a este tipo de literatura escrita para personas que no leen.

 

Y a lo mejor en esto el engreído Harold no estaba mal, aunque su acierto no sea intencional. En efecto, los libros de Harry Potter engendraron y atrajeron a lectores que no lo eran antes y que seguramente de otro modo no lo serían y en esto más de uno le debemos este milagro a J.K. Rowling, indudablemente, de convertir a la lectura a millones que enganchados con la serie de libros seguramente seguirán buscando como llenar el hábito de lectura que la historia del mago de los ojos verdes ya le ha creado.

 

IV

 

¿Qué es lo que hace que un libro nos marque y se haga importante en nuestras vidas? Algunos dirán que la calidad con que está escrito y la pericia de su autor para crear una obra maestra que atraiga a miles de lectores y congracie a la crítica y esos que lo digan estarán en lo correcto.  Pero ¿qué es lo que hace que un libro se nos vuelva un clásico personal y nos haga regresar a él así hayan pasado veinticinco años, treinta, o los que sean?

 

Diría, y en esto no creo equivocarme, que mucho tiene que ver con la capacidad de conectar con nuestras necesidades y sentimientos, incluso con los más íntimos.  Con esto no digo que la obra de J.K. Rowling haya sido la primera en inventar el agua tibia o el hilo negro de la literatura fantástica (porque creo que Harry Potter no solamente le habló a las infancias) pero sí fue capaz de usar todo lo que sabía de la tradición literaria del género y ponerlo al servicio de su obra, algo que cualquier autor que se digne de serlo debe de tener en cuenta a la hora de escribir.

 

Harry Potter y la piedra filosofal nos introdujo al mundo mágico pero también significó una respuesta necesaria para aquellos que sentíamos que no encajábamos en el mundo real, que necesitábamos la metáfora de “lo mágico” que la autora nos estaba brindando a través de sus páginas para sentir que pertenecíamos (y pertenecemos) a una realidad en que las palabras importan pues es a través de las palabras que se conjuran los hechizos que nos pueden proteger en tiempos oscuros, reparar,  y salvar, algo en lo que cualquier casi cualquier poeta estaría de acuerdo, aun sin haberse cruzado con este mundo.

[1] https://1xn.org/softspeakers/PDFs/bloom.pdf