El Road trip
Si vamos a hablar de viajes, hablemos de París, Texas. La película de Wim Wenders de 1984 se deja ver siempre como la soberana exótica del road trip. No es una película de viaje, es en sí misma un camino y por lo tanto, cada vez que la pongo puedo verla por primera vez. Hablemos de Wenders y sus decisiones. Wenders y el polvoso sur de Estados Unidos hecho música por la guitarra de Ry Cooder. Wenders y sus indicaciones “paso fuerte, Harry, como si fueras un payaso en el ruedo Harry. Olvida que estás sediento en medio de un desierto”. Wenders y la cara pergaminosa de Harry Dean Stanton, ese otro Travis del cine (que no Bickle) que pasa de un trance febril al completo silencio y poco a poco, on the road, asume de manera muy particular el alud de su pasado. No necesitamos muchas escenas para saber que Travis se sobrevive a sí mismo y a sus decisiones. Y corre y huye y calla y olvida. Pero su boca tapada tiene que gritar de alguna forma −aquí estoy, yo lo hice, te quiero, no pude, no puedo.
Como un veterano de guerra, Travis tiene marcados los recuerdos de cuando explotó la bomba de su matrimonio con Jane (una Nastassja Kinski en flor, dolorosamente hermosa). ¡Boom! Reventaron los dos de amor y desencuentro. Travis no puede hacer mucho, pero es un maldito tipo hermoso. Diablos, qué hermoso es buscando ingenuo un viaje a la semilla −París, Texas es el lugar donde fue concebido y por eso busca ir allá−, asomando apenas su reflejo a través del cristal del club de striptease donde trabaja su ex mujer. Qué hermoso es cuando todo lo olvida pero recobra aunque sea un poco de su paternidad. Unas horas en el coche y nada más. Para mí, la película de Wenders es la historia del hombre que viaja para saber por qué no pudo con tanta felicidad. Una bella esposa. Un hijo adorable. La sensación de que algo iba demasiado bien, quizás. Y la ruptura. La imposiblidad. Si los ojos en el retrovisor significan algo en París, Texas son eso, la comprensión de que uno es su propia guerra, su propio damnificado.