Tierra Adentro

Decía Gaston Bachelard en La formation de l’esprit scientifique (1938), que existe una distancia entre el libro impreso y el leído; entre su lectura y lo que de ella se comprende, se asimila, se retiene. Gonzalo Rojas, en una entrevista para el programa Cita con la historia, recordó lo que en 1958 dijo al rector de la Universidad de Concepción a propósito de las Escuelas de Temporada y de los Encuentros de Escritores de América: “lo que no tiene continuidad no tiene realidad; así se hace el mundo”. Puesto que en México el asunto de los libros, la lectura y su evaluación se ha pretendido un “asunto de Estado”, conviene de vez en cuando, cuando de literatura se habla, poner atención a lo que de ella se dice desde la voz oficial y —¿por qué no?— confrontar en una discusión imaginaria a las voces que se han pronunciado sobre el mismo asunto.

Paul Valéry en Le Bilan de l’Intelligence (1936) recuperaba sus inquietudes sobre el entonces “estado actual de las cosas de este mundo” y se preguntaba por los hechos de los que él y sus contemporáneos eran agentes y testigos, ocupándose, “no tanto de su carácter político o económico sino del estado en el que tales hechos disponían las cosas del espíritu.” La interrupción, la incoherencia, la sorpresa —decía Valéry—, son las condiciones ordinarias de nuestra vida. Ellas mismas —continuaba el poeta— se han vuelto verdaderas necesidades en muchos individuos cuyo espíritu ya no se nutre, en algún modo, sino de variaciones bruscas y de excitaciones siempre renovadas. Las palabras “sensacional”, “impresionante”, que hoy se emplean con frecuencia, son palabras que peinan una época. Ya no soportamos la duración. Ya no sabemos fecundar el tedio. Nuestra naturaleza tiene horror del vacío, ese vacío sobre el que los espíritus de antaño sabían peinar las imágenes de sus ideales, sus ideas, en el sentido de Platón.

De las ideas de Valéry y del título de Bachelard cabe precisar que la palabra esprit puede traducirse del francés como espíritu, pero también puede tratarse de “mente” o de “ingenio”. En ciertos contextos, como en las funciones de la lengua de Roman Jakobson, parece ocurrir con el esprit algo semejante al caso de la Bildung de los alemanes: ambas remiten a un significado dominante pero no por ello anulan, sino incluyen, aunque de manera jerarquizada, el resto de las acepciones de cada concepto. No sucede algo similar con la mente, el espíritu o el ingenio del español mexicano ni tampoco con la configuración, la conformación, la producción, la instrucción, la ilustración, la erudición, la educación, la enseñanza o la cultura, que son conceptos que el imaginario alemán reconoce en la Bildung.

Con todo, en el léxico de los discursos masivos en México, la palabra “cultura” suele acompañarse de una locución preposicional que la adjetiva, de suerte que, con frecuencia, se escuche hablar de “cultura del deporte”, “cultura del respeto” o (cacofonías aparte) “cultura de la lectura”. Sobre lo último, en los festejos del 90 aniversario de la SEP hubo tres mesas de diálogo emitidas a posteriori por el Canal 22.

El foro se llamó El libro y los lectores y se discutió sobre: 1) El impulso a la lectura: Vasconcelos, Torres Bodet, 2) Los lectores en el siglo XXI y 3) El presente y el futuro del libro. A cierta altura, la discusión se limitó a si el libro electrónico sustituiría o no al impreso y a que si un soporte era o no mejor que el otro, según los gustos de algunos integrantes de las mesas. Cuando la discusión rayaba en el sinsentido, un ex ministro de educación argentino reubicó la atención del debate y centró sus preocupaciones de vuelta en los lectores. Más allá del soporte de los libros, más allá del carácter placentero u obligatorio de la lectura literaria en el contexto del aula, en tanto psicólogo de la educación y ex funcionario público, el doctor argentino se preguntó por la manera en que internet, los dipositivos móviles y las computadoras afectaban, no el gusto de los consumidores sino sus funciones cerebrales durante el ejercicio de la lectura. Esto es interesante porque no todos los funcionarios hacen así; pero su planteamiento no tuvo eco y al poco rato se volvió a si era mejor comprar un e-book o leer una primera edición.

Que un funcionario de alto rango se cuestione por el impacto cognitivo, epistemológico, y no sólo de tendencia en el gusto del libro electrónico en un foro de la SEP y que dicha preocupación se perdiera en debates sobre prescripciones literarias, habla mucho de las discusiones políticas de la lectura en este país. Valéry denunció el imperio de la ortografía como criterio de evaluación para la competencia en lengua materna. La prueba ENLACE, consecuencia de la prueba PISA, evalúa la competencia lectora, pero no es con Círculos de Expresión Literaria que las deficiencias de los alumnos serán revertidas: expresión y comprensión son dos habilidades distintas, y la literatura, antes que una obligación, es un gusto; no así el lenguaje, común a todo ser humano. Alfonso Reyes en Hermes o la comunicación humana (1940) decía que las disciplinas escolares modernas habían dado en desdeñar el cultivo de la memoria y que los signos acudían a suplir la deficiencia creciente. Más adelante, dice del regreso al imperio de la mímica, en cuanto discurso común a todos los hombres, que sólo podía ser un recurso desesperado y nunca nos llevaría muy lejos. Nada más cercano al “Me gusta” de la manita con el pulgar arriba que “peina” en Facebook.

Si los otros, según confió Valéry a André Gide, hacían libros mientras que él hacía (er bildete) su mente (esprit), en parodia a Gonzalo Rojas y omitiendo que escritura y lectura son distintas: ¿qué se lee cuando se lee?, es decir, ¿qué se hace cuando leer es lo que se dice que se hace en un ambiente escolar? Para decirlo en internético: “Ola k ase?, sta leyendo o k ase?”.

Juan Rulfo para hacer mente 1

En abril de 2013 la Subsecretaría de Educación Media Superior sometió a evaluación a los jóvenes del último grado de las instituciones educativas de carácter público, federal y estatal de la república mexicana. Para el campo disciplinar de Comunicación (Comprensión lectora) de la Evaluación Nacional del Logro Académico de Centros Escolares —prueba ENLACE— se incluyó una “adaptación” de “Es que somos muy pobres” de Juan Rulfo. Mientras que la narración original comienza con: “Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca…”, el texto del cuadernillo dice: “Aquí todo va de mal en peor desde que comenzó la Guerra Cristera. El sábado comenzó a llover como nunca”.

El atentado contra el cuento de Rulfo no sólo se mantiene en los 17 párrafos de la adaptación sino que en el último, la censura es flagrante: “El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha para empezar a trabajar por su perdición”. Ya en 1947 “la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella” resultaron subidos de color para una Antología de Cuentistas Mexicanos que prefirió publicar en su lugar “Nos han dado la tierra”. Sesenta y seis años después, ¿con base en qué postura pedagógica la secretaría encargada de la educación pública en México destruye la calidad literaria de una obra y la presenta “adaptada” en una prueba de comprensión lectora? ¿Qué los lleva a pensar que su propuesta aventaja al texto original?

Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos —dijo Borges— en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector. Por las preguntas del cuadernillo se advierte que el deleite no es una opción para el alumno y que lo “importante” es saber, por ejemplo, “a qué personaje corresponden las características físicas de bonita, rechoncha, de expresivos ojos y coqueta: a) Tacha, b) Serpentina, c) mamá, d) hermana”.

Esto indigna porque no todos los profesores hacen así. En una conversación con Víctor Jiménez, Daniel Sada refirió cómo fue su primer encuentro con la obra de Rulfo. Entre los jóvenes de 13 y 14 años de una secundaria de Ciudad Mante, Tamaulipas, Pedro Páramo era el centro de atención, sobre todo porque una maestra les había anticipado que se trataba de una novela donde todos los protagonistas, incluido el narrador, estaban muertos. Esa sola idea, tan extraña pero tan atractiva —afirma Sada—, los impulsó a abordar la novela con una avidez y un desconcierto progresivos.

Desde 2011 la SEMS promueve los Círculos de Expresión Literaria cuyo “propósito principal [es] potenciar en las y los jóvenes su propia creatividad acompañándoles en un proceso que les permita desarrollar habilidades de lectura y escritura de manera que sean capaces de comprender, valorar y disfrutar de la literatura” (sic). Según los CEL, basta con que los alumnos recorten los versos de un poema y lo “reconstruyan” a partir de sus fragmentos para que aprendan a ser poetas. Lo digo de nuevo: la prueba ENLACE, consecuencia de la prueba PISA, evalúa la competencia lectora, pero no es con Círculos de Expresión Literaria que las deficiencias de los alumnos serán revertidas: expresión y comprensión son dos habilidades distintas, y la literatura, antes que una obligación, es un gusto; no así el lenguaje, común a todo ser humano.

Pero en 2013 no todos los promotores pensamos así. Algunos hemos intentado a través de los libros de Rulfo acercar a los alumnos no al contexto histórico ni a la biografía como explicación de la obra sino a una calidad estética fincada en su valor poético. ¿Qué siente hoy un joven que por vez primera lee a Rulfo? En los Centros de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios 13 y 102 y los Centros de Bachillerato Tecnológico Agropecuario 86 y 279, los 17 relatos de El Llano en llamas exigieron a los jóvenes un acercamiento íntimo a los temas esenciales sólo a través de las palabras. El diálogo del padre que de noche carga a su hijo herido, por ejemplo, hizo que un alumno comprendiera que “el padre se lo dice para que haga mente; pero las palabras le llegan tarde”. Lo digo otra vez: si los otros, según confió Valéry a André Gide, hacían libros mientras que él hacía (er bildete) su mente (esprit), en parodia a Gonzalo Rojas y omitiendo que escritura y lectura son distintas: ¿qué se lee cuando se lee?, es decir, ¿qué se hace cuando leer es lo que se dice que se hace en un ambiente escolar? “No oyes ladrar los perros” de Juan Rulfo —el original, por supuesto— ha servido, más allá del gozo, para “hacer mente”.

A pesar de todo, 60 años después de publicado El llano en llamas, un lector que acabe de descubrir a Rulfo y no una adaptación, encontrará “un remolino como agua hirviendo, una sinfonía pastoral estridente, al hombre dentro del silencio de la naturaleza, la Grecia antigua reencontrada, en suma, un renuevo permanente”.

La vaca no habla 2

Las líneas que ahora intento tuvieron su origen en Monterrey, el 12 de octubre de 2012, en el IV Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes, llamado Literatura: origen de la memoria. Se me había invitado a participar en la mesa “Literatura como resistencia: la memoria del futuro”. Según la temática, creí conveniente leer mi colaboración: “Semos trescientos”3 publicada el martes 3 de julio en el Portal de letras de  La Jornada Jalisco.

En dicho artículo había pretendido señalar como asunto mayor la responsabilidad —pero también el poder— que tiene el Estado en la enseñanza de la historia patria. Mencionaba, por otra parte, algunos de los discursos que, junto con los libros de texto gratuitos, influyen en gran medida en la integración de la identidad y la memoria del imaginario nacional. Hablé, en suma, de la historia como un discurso y como un texto, sujeto, por lo tanto, a las leyes —también a los límites— de la retórica. Como cierre, argumenté con un pasaje de Pedro Páramo a favor de la potencia de lo poético en la mirada histórica y pretendí dejar una pregunta que sólo el tiempo ha de responder.

Luego de mi lectura en dicho encuentro, quien moderaba me pidió opinar sobre cómo la literatura podría “contribuir a la resistencia social”. Entonces entendí que mis palabras no habían sido comprendidas. Quise aclarar el equívoco y dije que yo no creía que la literatura sirviera para contribuir a la resistencia social. Pretendí ser más preciso y expresé que en mi opinión ningún libro podía cambiar al mundo —que es ancho y ajeno— porque no hay mundo sino personas y no es la validez lógica ni moral de las palabras, sino la sola voluntad humana la que está en el origen de los hechos sociales. Dije que, por ejemplo, mi artículo no iría más allá de las veinte personas —ponentes del mismo encuentro en su mayoría— que sólo formaban el auditorio por una hora y no integraban el mundo ni la sociedad per secula seculorum. Recordé a Fernando Pessoa, “hay literatura porque la vida no basta”, y también a Alberto Caeiro, “ser poeta no es una ambición mía, es sólo mi manera de estar solo”. Para resistir en sociedad dije que había un Estado de derecho y un marco jurídico que tampoco, por sí solo, es palabra mágica que ordene de una vez y para siempre la actividad humana. Volví a decirlo: en la base de toda acción está la voluntad. Las palabras, cuando mucho, la conmueven o la persuaden. No más.

Recordé entonces lo que mejor expresó Edmond Teste: “Entre los hombres no hay más que dos relaciones: la lógica o la guerra. Siempre hay que pedir pruebas; la prueba es la cortesía elemental que nos debemos. Sin ella, uno está siendo atacado y se le hará obedecer por todos los medios”. En palabras de Carl von Clausewitz: “Los conflictos se resuelven o por consenso o por violencia”.

Era claro que quien me preguntaba por la manera en que la literatura podría contribuir en la resistencia social era un entusiasta del poder de la elocuencia para persuadir o conmover, pero parecía no atender que el diálogo no siempre es posible y, cuando las palabras no sirven, golpear es mejor. Concluí entonces mi argumento con un pasaje de Patroclo en La Ilíada: “¡Meriones! ¿Por qué, siendo valiente, te entretienes en hablar así? ¡Oh amigo! Con palabras injuriosas no lograremos que los teucros dejen el cadáver; preciso será que alguno de ellos baje antes al seno de la tierra. Las batallas se ganan con los puños y las palabras sirven en las juntas. Conviene, pues, no hablar, sino combatir”.

Ni mi texto ni tampoco el simulacro de debate que después tuvimos transformaron al mundo. ¿Recordará todavía el auditorio algo de lo que ahí dijimos? ¿Habré con mis palabras persuadido o movido a la compasión a mi interlocutor? Lo cierto es que los hombres, dice la mujer de sensei en Kokoro, nos divertimos discutiendo. Pasamos tanto tiempo hable y hable como si brindáramos con copas vacías; pero, volviendo a la poesía, la escritura es un milagro secreto que posibilita sostener —cuando no, prolongar— aquellas disertaciones que la atención ordinaria del animal humano no puede mantener.

En la escritura, por ejemplo, puedo extender mi intervención inconclusa y apuntar que más adelante, en el “Canto XX” de la misma Ilíada, Eneas ante Aquileo, dice: “–¡Pelida! No creas que con esas palabras me asustarás como a un niño, pues también sé proferir injurias y baldones […] Ea, no nos digamos más palabras como si fuésemos niños, parados así en medio del campo de batalla. Fácil nos sería inferirnos tantas injurias, que una nave de cien bancos de remeros no podría llevarlas. Es voluble la lengua de los hombres, y de ella salen razones de todas clases; hállanse muchas palabras acá y allá, y cual hablares, tal oirás la respuesta”.

Puedo, en la escritura, recordar sobre el marco jurídico lo que a Gerardo Trujillo dice Pedro Páramo: “–Ustedes los abogados tienen esa ventaja; pueden llevarse su patrimonio a todas partes, mientras no les rompan el hocico”, e incluso, en la escritura, puedo ir a El Llano en llamas y en “Diles que no me maten” confirmar lo que ya cantó el rapsoda: “Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe dijo: –Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato. Y él contestó: –Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata. Y le mató un novillo.”

Pero en la vida pasa otra cosa. Allí, ha dicho el poeta, nadie te enseña nada. Nadie te enseña a ser vaca. Nadie te enseña a volar en el espanto. Mataron a miles de compañeros y nadie te enseña a hacerlos de nuevo. ¿Cómo hago, cómo hago yo?, preguntó el poeta, ¿hay que romper la memoria para que se vacíe como un vaso roto? Me consuelo estúpidamente, se respondió el poeta, en alguna telita del futuro habrán escrito sus nombres. Pero la verdad es que están muertos, amortajados por la incomprensión. Alzan sueños sin método contra la vida chiquita.

 

 


“El libro, el Estado y los lectores” fue publicado originalmente en La Jornada Jalisco.

1 Publicado originalmente en La Jornada Jalisco.

2 Publicado originalmente en La Jornada Jalisco.

3 Recopilado en Portal de letras. Ejercicios de crítica literaria. Víctor Jiménez y Julio Moguel, compiladores. Juan Pablos Editor, México, 2013.