Una utopía a 451 ℉
Fuego, mantenlo prendido… y no lo dejes apagar.
Bomba Estereo
Fahrenheit 451, la célebre distopía escrita por Ray Bradbury, es también una utopía. El texto cuenta la historia de una ciudad en el siglo XXIV, en la cual los bomberos no apagan incendios, sino que los provocan prendiendo fuego a los libros que las personas, contra el dictamen del gobierno, ocultan. En esta sociedad la lectura está prohibida dado que puede incitar a los ciudadanos a cuestionar el status quo de felicidad y de falta de preocupaciones establecido en ella, gracias al rechazo colectivo del valor de la controversia. En el cierre del relato, no obstante, hay algo que desborda esta situación, me refiero a la organización social que se ha conformado en los márgenes de la ciudad alrededor de los hombres-libro.
I
El universo distópico que ficcionalizó Bradbury comienza por convertir la actividad social de los bomberos (arriesgar la vida por otros) en algo antisocial. En este futuro, tales personajes incineran el soporte más añejo y utilizado que tenemos para el intercambio y la transmisión de conocimiento. Montag, el bombero protagonista de la novela, vive entre individuos aislados. Su esposa, por ejemplo, utiliza audífonos incluso para dormir, espera con ansias las telenovelas interactivas que le ofrece su televisor de tres paredes y prefiere no tocar el tema de sus intentos de suicidio. Sus amigas la visitan únicamente para ver al Payaso Blanco contar chistes, mientras camina por los muros de luz. La falta de solidaridad en este entorno se hace palpable cuando nos enteramos que fue ella quien llamó a las autoridades para denunciar que su esposo había tomado distintos libros de varios incendios y los tenía en su hogar.
Las personas parecen estar en contacto primordialmente con los medios de comunicación audiovisuales que las rodean. Tras ser obligado a quemar su propia casa como castigo por su posesión de distintas obras escritas, Montag decide huir, no sin antes prenderle fuego a su jefe. Su persecución es transmitida por cadena nacional. El bombero rebelde logrará escapar no sólo de las autoridades, sino también de la sociedad del espectáculo que habita. Ésta al verse temporalmente burlada por el prófugo, para no perder la atención del público y el raiting, escenifica con un chivo expiatorio su captura y asesinato.
Después de cruzar el río a las afueras de la ciudad, muerto para sus conciudadanos, Montag se encuentra con un peculiar grupo de vagabundos, los hombres-libro. Seres que deseaban recordar un texto que les resultaba entrañable, lo memorizaron y ahora se dedican a garantizar su subsistencia frente las quemas en la ciudad. Para ello han perfeccionado un sistema que refresca la memoria fotográfica (o memoria eidética) que, según dice uno de ellos, tienen todos los individuos. Su forma de organización busca garantizar que exista un soporte para el texto ante el próximo fallecimiento de su actual soporte. La transmisión de un libro de un ser humano a otro, según refiere la novela, se realiza de manera hablada. Sin embargo, dado que la fijación del recuerdo está basada en la memoria eidética, que supuestamente es capaz de recordar imágenes, sonidos u objetos con gran precisión, lo que sucede en los márgenes de esta ciudad imaginaría no es una vuelta a la tradición oral. Esta última requiere de apoyos mnemotécnicos presentes en lo relatado (como la rima en los poemas homéricos) y los textos que se pretenden recordar (como La república, de Platón o En busca del tiempo perdido, de Proust) carecen de estas apoyaturas. Lo que su conservación reclama es una habilidad memorística que registre bloques de información como lo hace hoy en día un escáner.
Las referencias al mito del ave fénix y a una concepción del tiempo cíclica atraviesan buena parte de la novela de Bradbury. Casi al comienzo, una mujer se rehúsa a alejarse de su colección de libros y prefiere arder con ella. “Encenderemos hoy en Inglaterra tal hoguera que confío en que nunca se apagará”, dice antes de perecer. Cita las palabras que supuestamente le dijera Hugh Latimer a Nicolas Ridley, en el siglo XVI, antes de que ambos fueran quemados en la hoguera a causa de sus argumentos y creencias en contra del poder divino del Papa. La mujer denuncia así la “Era de Oscuridad” por la que atraviesan. De las cenizas de esa quema renacen en la mente de Montag las palabras de la mujer, lo que lo lleva a cuestionar su oficio y a tomar de un incendio un ejemplar de la Biblia. Granger, organizador de los hombres-libro, se refiere al ave fénix como uno de los antecedentes de la resurrección de Cristo y como un primo cercano del ser humano tan afecto a encender hogueras para quemarse en ellas y darse la tarea de resurgir. El mismo Montag se convierte en un prófugo rebelde después de haber vuelto su propia casa cenizas. Ya a las afueras de la ciudad mutará de nuevo, ahora en el futuro soporte del libro del Eclesiastés del Apocalipsis. Observará entonces la caída de una bomba sobre la ciudad que habitó, el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. Entonces vienen a su mente las palabras que leyó en el Nuevo Testamento: “hay un tiempo para todo”, “un tiempo para derrumbar y un tiempo para construir”. La distopía que retrata la novela cobra fuerza cuando la vemos enraizada en un tiempo cíclico que invoca las quemas de libros y personas en el pasado y las proyecta hacia el futuro.
II
La utopía que se encuentra al final de Fahrenheit 451 sólo es asequible si se vincula con el mito de la frontera, tan característico de la literatura norteamericana y de la escritura de Bradbury. En los cuentos de Crónicas marcianas, texto que publicó dos años antes de la novela, se bosqueja quizá de manera más clara este anhelo, propio de los relatos de viajes, de cruzar los límites de la civilización para fundar en ellos una nueva sociedad. Dos variaciones de este arquetipo en las crónicas resultan clave para aproximarnos a Fahrenheit. La primera aparece en el cuento “Aunque siga brillando la luna”, en el que uno de los colonizadores entiende “la visión de los vencidos” y decide defender las ruinas de la última civilización marciana que ha perecido. La segunda se encuentra en el relato “El picnic de un millón de años” donde una familia escapa de la explosión de la bomba atómica y llega a Marte; cuando los niños preguntan al padre por los marcianos, esté los invitará a todos a la orilla de un canal de agua para mirar su propio reflejo. En el primer cuento, la experiencia de la frontera es la de un individuo solitario, mientras que en el segundo es la de una familia de colonizadores. Marte se encuentra más allá de las fronteras del planeta Tierra pero lo que se vive allí, según cuentan las crónicas de Bradbury, está impregnado por los valores del relato fundacional norteamericano y el mito de los pioneros.
Montag atraviesa por buena parte de los símbolos en que la literatura y el cine norteamericano vislumbraron una frontera. La televisión pide a los espectadores que abran sus ventanas y se asomen a la calle para rastrear y denunciar al bombero prófugo que avanza por las viejas vías del tren. Montag alcanza a escapar de esos miles de ojos al sumergirse en el río que encuentra a la orilla de la ciudad, junto a los rieles, donde tendrá el tiempo suficiente para soñar un mundo distinto, al proyectarlo en el locus amoenus que lo rodea, y del que saldrá vuelto un animal que se esconde entre la oscuridad del bosque. Es como si el bombero atravesara por entre los límites del control que nombrara Burroughs, corriendo por las vías de un western, y lograra huir definitivamente al sumergirse en el Misisipi de Mark Twain y fantasear con la naturaleza salvaje como espacio de libertad, tal como aparece en la narrativa de Nathaniel Hawthorne. Fahrenheit 451 retoma el mito de la frontera pero renueva su sentido. Al imaginar un sistema de alianzas, al margen de la ciudad, en el que la experiencia del límite no refuerza el individualismo, ni el núcleo familiar, sino que, en una circunstancia distópica, engendra la vivencia en común de una minoría.
Entre los matorrales, Montag avanza atraído por el fuego alrededor del que se encuentran sentados los hombres-libro. La combustión que sucede a una temperatura de 451 °F, esta vez, no sólo hace arder las cosas sino que es capaz de reunir a los seres humanos a su alrededor. En el centro de la fogata “parecía estar atenazado el tiempo”, como si fuera una “pieza de acero a la que” con su charla y su silencio “aquellos hombres estaban dando forma”. En Fahrenheit 451 la experiencia de la frontera involucra el trabajo concreto de varios disidentes para forjar una vivencia compartida. Un sistema de alianzas como el que le permitió a Montag llegar a este punto: la amistad y la actitud reflexiva de su vecina Clarisse; la lealtad de Faber, su maestro y cómplice en el robo de libros, que comprometido con su causa le ayudó a escapar; la solidaridad de los hombres-libro que deciden buscarlo cuando escuchan de su fuga en la televisión. Según Borges, “un libro no es un ente incomunicado” sino “un eje de inumerables relaciones”; tal objeto es el peculiar nodo de esta forma de organización.
La tarea a la que se avocan los hombres-libro es la de ser albaceas de un mundo que acaba de desaparecer, el de la cultura escrita. No obstante custodiar estos antiguos bienes y vigilar su herencia resulta una tarea descabellada en una sociedad que prohíbe el principal soporte de la escritura. Es en tanto, bibliotecarios obsesionados en conservar la mayor cantidad de libros, que estos hombres viajan y entran en contacto para comunicar sus necesidades. Su misión tiene sentido dada su creencia en que la guerra y el periodo de oscurantismo que atraviesan algún día terminará. Quizá sus simpatías y discrepancias, así como sus amistades y su futura descendencia, quedan marcadas por las obras que han memorizado. Al ser nómadas que escapan del acoso de las autoridades, conforman una organización flexible, ágil y fragmentada, que tiene que valorar frente a la catástrofe qué conocimientos conservar, es decir, cuáles se necesitarán en el futuro intactos y a salvo. Lo anterior tiene efectos en la personalidad. Por ser perseguidos, varios han tenido que recurrir a la cirugía plástica en el rostro y los dedos. La tarea de vivir al margen los ha llevado a renunciar a su ego para volverse la cubierta modesta de un libro maravilloso o por lo menos importante. Esto los ha llevado a replantear su concepción del individuo, no ya un ser con una imagen única e irrepetible, como lo entiende el cristianismo; sino un agente que vale para los demás por el carácter irreemplazable de sus acciones.
III
Las referencias a un tiempo cíclico en Fahrenheit 451 se oponen a la promesa mesiánica que parece ser el corazón del texto. La concepción cíclica del tiempo, según lo formula la novela, nos condena a la constante repetición de etapas de oscurantismo. Pareciera que la salvación se encuentra en el regreso del mundo de la escritura en que los libros podrán ser impresos de nuevo, para lo anterior resulta clave lo conservado por los hombres-libro. Pero en realidad el asunto es más complejo: la promesa mesiánica consiste en la interrupción de la inercia que lleva la historia hacia la catástrofe. “Algún día, dice uno de los hombres-libro recordaremos tanto, que construiremos la mayor pala mecánica de la Historia, con la que excavaremos la sepultura mayor de todos los tiempos, donde meteremos la guerra y la enterraremos”. Para la salvación no basta con volver a imprimir ninguna obra. Es más importante recordar lo que dicen algunas de ellas, negarse tercamente a olvidar y actuar en consecuencia. La palanca a la que parece referirse la cita sería la suma de las acciones de varios individuos. Ante la inmovilidad del status quo, ellos serían capaces de remover la estabilidad de esos conocimientos al plantear preguntas inquietantes. Ante la cercanía del colapso, serían capaces de establecer un alto y desviar el camino. Esos serían los frutos de los que habla Montag en el penúltimo párrafo de la novela, al citar el libro del Apocalipsis. Esa es la única vuelta del mesías por la que, según el libro de Bradbury, nos conviene luchar.
Hay una utopía explícita en la novela, quizá no desarrollada, según la cual, los libros han dejado de ser un objeto inanimado para volverse un sujeto móvil y con agencia. Mientras, los individuos, en tanto sujetos, han pasado a segundo plano pues lo que importa de ellos es la huella que son capaces de dejar con sus acciones. Estas últimas estarían guiadas, en dado caso, por una memoria abundante, acumulada en los textos, pero madura y seleccionada quizá por las exigencias de una historia de catástrofes. Misma que los individuos pueden llegar a interrumpir.
“Una utopía a 451 °Fahrenheit” fue escrito originalmente para la revista Yagular en su número titulado “Humo” (año 2, núm. 7, julio-octubre, 2013).