El ensayo apesta pero no muere o Arjona tenía razón
1. Todas las noches escucho un podcast para dormir. Tengo insomnio y escuchar una charla me ayuda a conciliar el sueño. Uno de mis podcast favoritos es el de Bret Easton Ellis. Me funciona muy bien porque al inicio de cada podcast Ellis comienza con un monólogo sobre algún aspecto de la cultura o la literatura que le preocupa y casi siempre consigue mandarme a dormir. Hace unos días escuchaba el episodio donde el autor de American Psycho entrevistó a Kanye West, y en el monólogo inicial habló de cómo el cine de Hollywood tenía ya varios años sin ser relevante en la cultura de Estados Unidos. La idea me aterrorizó. Me lleno de temor, no porque piense que The Avengers o Godzilla sean piezas dignas de discutirse, sino porque había crecido con la idea de que la literatura durante décadas había sido desplazada por el cine en la discusión cultural y ahora descubría que esa certeza se había desvanecido. Me sentí de vuelta en la preparatoria, ese momento incómodo cuando la maestra de biología anunciaba que habría un examen sobre el nombre de todos los huesos del cuerpo humano y yo me había desvelado estudiando el sistema nervioso.
No todo estaba perdido, decía Ellis en el monólogo, todavía se hace cine importante, aunque no en Hollywood. Mencionó a Nymphomaniac de Lars von Trier y El extraño en el lago —de la que sigo sin entender cuál es su encanto, fuera del sexo explícito—. Lo cierto es que incluso estas películas estaban fuera del centro de la cultura salvo para un reducido grupo de sibaritas cinematográficos, decía Ellis, y su público —en Estados Unidos— era muy reducido. Me puse a pensar, esa noche, ya con el insomnio a toda máquina, mientras Kanye West hablaba de como había cambiado su vida tras el incidente con Taylor Swift en la entrega de premios de MTV, qué medio tomaría el lugar del cine en el centro de la cultura: ¿la televisión? ¿Facebook y twitter? Las ideas apocalípticas de Ellis no son nuevas —de entrada él mismo las repite cada tres podcasts— pero fue justo en ese momento que me alcanzó una preocupación existencial sobre el futuro de la literatura.
2. Todos aquí conocemos de memoria esa definición del ensayo de Alfonso Reyes que lo define como “el centauro de los géneros”. La noción siempre me pareció extraña, porque suena a un mote más cercano a la práctica de la novela que al propio ensayo. Si metes un ensayo en una novela sigue siendo una novela, pero si metes una novela en un ensayo… también sigue siendo una novela. Máxime que el centauro es, en las referencias clásicas, una figura que alude al gobierno de las pasiones sobre la razón, y un género que incluye textos del tipo “El uso de las conjunciones adversativas en la obra primera de Luis de Góngora” no parece el mejor detentor de la figura del centauro. Lo que no sé si es tan conocido, o al menos no lo era para mí hasta esa noche de insomnio, es el texto que contiene esta definición del ensayo, “Las artes nuevas”, publicado en 1944 y en el cual la famosa definición de Reyes no es mas que una suerte de chiste pasajero que cierra el texto, va sobre otra cosa.
El centro de ese ensayo de Reyes va de la forma en que el cine y la radio iban a cambiar los modos de comunicación masivos. Ya en 1944, Reyes adivinaba que el cine se haría cargo de la función épico-narrativa por sobre la novela, lo cual le daría una primacía en tanto palabra escrita a lo que ahora llamamos muy gabachamente non-fiction, género cuya preeminencia por sobre los géneros de ficción ha sido una discusión constante de este nuevo siglo. También, el análisis de Reyes señalaba cómo inequívocamente todos los medios que analizaba estaban centrados más o menos en la palabra, lo cual lo hace sentir —al lector insomne de 2014— en un viaje al pasado indistinguible en mucho de leer al Arcipreste de Hita. Es decir, ese ensayo de Reyes tiene mucho de obsoleto y en el mainstream sobrevive sólo por esa curiosa coletilla en la que define el ensayo como un centauro.
3. Esa noche, mientras escuchaba a Bret Easton Ellis y a Kanye West, hice lo que a todo insomne le queda por hacer: poner café y revisar su Facebook. Leí un estado del poeta español Manuel Vilas, que decía —palabras más palabras menos— que un poeta en 2014 no sólo tenía que ser un gran poeta, sino volver a poner de moda la poesía. ¿Podría volver la poesía, como volvió Menudo o Timbiriche? Espero que no. ¿Y qué esperanza le queda al ensayo de llegar a ser el rockstar de los géneros en estos tiempos en que hasta Taylor Swift ha abandonado el country para cantar pop?
4. Me gusta pensar que si Alfonso Reyes siguiera entre nosotros no sólo analizaría con gusto Twitter y las canciones de Taylor Swift, sino que cambiaría su definición de ensayo por “la tortuga ninja de los géneros”. Es decir, para que el ensayo se mantuviera vivo y de moda tendría que adoptar tres características: ser adolescente —siempre curioso, inquisitivo, soez, contrario, apasionado—, mutante —aquí sí como el centauro de Reyes, un género en que quepa todo y en el que se pueda hablar de todo— pero sobretodo un género ninja —que golpeé cuando nadie se lo espera y luego desaparezca en las sombras como Batman, hasta que lo volvamos a necesitar—.
4a. Parafraseando a Arjona, el ensayo debería ser adjetivo y no género.
5. No creo que sea necesario ni deseable, ni a estas alturas conseguible que el el ensayo se ponga de moda. De todas las discusion sobre la naturaleza del ensayo: la del ensayo creativo, la del ensayo ensayo, del ensayo académico, del ensayo político; me salta la idea de que el ensayo es como el rockabilly: tiene que sonar de cierta forma o deja de sonar a ensayo. Compases más, compases menos, cualquiera dirá que es rock, que es country, que es pop, que es metal, que es psychobilly: todo menos ensayo. Si no citas a Walter Benjamin, si no te paseas como flâneur, si tu texto no tiene citas al pie, si no tiene aparato crítico, si tiene aparato crítico, si cuando lo lees en voz alta olvidas decir “y cito”, “fin de cita”, si cometes el error de hacer investigación que no sea documental o si no te parece que podrías reutilizar este texto de alguna forma en tu tesis de maestría, no faltará el crítico, el dictaminador, el tutor del FONCA, el lector editorial o el editor que diga indignado: “este texto está muy bien, pero no es un ensayo”. Nada más sencillo que ignorar el alarido de un texto al relegarlo a un campo fuera de tu interés de alta cultura: al periodismo, al análisis político, a la sátira, a la ficción, lo que sea que no sea rockabilly, te has pasado al country, hijo, tu texto suena como Johnny Cash.
7. Si me gusta dormir escuchando el podcast de Bret Easton Ellis es justamente porque en ese monólogo de cada episodio ensaya sobre cualquier cosa —cual tortuga ninja de los géneros— y, mientras seguía viendo en Facebook, ahora fotografías de gatitos, ahora denuncias de violaciones a los derechos humanos, ahora publicidad de Candy Crush, pensé que lo preocupante no es que la literatura o el cine pierdan su relevancia en la discusión cultural, sino que el verdadero riesgo sería que la pierda el pensamiento crítico, el cuestionamiento y el método que implica el ensayo. Pero eso no quiere decir que quiera o deba leer ensayos todo el tiempo. También quiero ver televisión.
6. (Porque enumerar en orden ascendente está sobrevalorado). De ahí mi propuesta de arjonizar el ensayo. En vez de explorar la naturaleza del ensayo, hagamos un ataque ninja al resto de los géneros, literarios o no: la novela-ensayo, el cuento-ensayo, la crónica-ensayo, la pintura-ensayo, la serie de TV-ensayo, el tuit-ensayo, el slogan-ensayo y si Luigi Amara nos permite el uso del copyright, del ensayo-ensayo.
8. Este texto debería llegar a alguna conclusión. Mientras lo escribía pensaba qué, dado que tenía la suerte de ser la última persona en leer en el X Encuentro Nacional de Ensayistas de Tierra Adentro, podría aprovechar este cierre para quedar muy bien con el resto de los convocados, no repetir ninguna idea que ya se hubiera mencionado antes y aparentar una brillantez que no tengo, haciendo creer a los asistentes que lo había escrito todo desde antes. Pero al final opté por no hacerlo y esta conclusión, que escribo casi un mes después de leer el texto original, se limita a hacer una actualización, espero más coherente, de lo que improvisé ese día.
Durante todo el encuentro nos persiguió como un espectro —nos persiguieron varios— la pregunta de si sería posible hoy en día aspirar a que un ensayo pudiera afectar o iniciar un cambio en nuestro entorno. Está la respuesta del rockabilly-star del ensayo: “eso no me preocupa, yo sólo me debo a mi amor por la música y en todo caso a mis fans”. Está la respuesta del apocalíptico: “las causas perdidas son las únicas que valen la pena luchar”.
Hace unas horas estaba escuchando la última entrega del podcast de Bret Easton Ellis, en la que entrevistaba a Gerard Way sobre su nuevo álbum como solista después de la desintegración de My Chemical Romance, una banda emo que se formó directamente como reacción a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ellis recuerda cómo había sido para él ese verano anterior a los ataques en Nueva York: las fiestas, el alcohol y la cocaína que lo llevaron a estar en la oficina de su doctor justo en el momento en el que el primer avión impactó la torre norte del WTC.
Ellis relata la historia de uno de los sobrevivientes de las torres, que al llegar al exterior siente que alguien le lanza un balde de agua caliente. Segundos después se da cuenta de que el agua proviene del cuerpo de un hombre que se lanzó desde una de las torres y que chocó contra un poste de luz y que no es agua. “Este”, dice Ellis, “es el mundo en que vivimos ahora”. Me sentí más identificado con la historia de Gerard Way, un joven dibujante de cómics que viajaba en el metro camino a mostrarle una idea Cartoon Networks, pero que la caída de las Torres Gemelas lo lleva a darle un giro a su vida.
Gerard Way estaba —como yo— deprimido y también —como yo— le debía en gran parte esa depresión a una mala ruptura amorosa. Problemas de primer mundo. Y no obstante, recuerdo muy bien donde estaba en el momento en que supe que alguien había lanzado dos aviones contra Nueva York y que era claro que cualquier certeza que podía haber tenido sobre el mundo hasta ese momento estaba a punto de derrumbarse, literalmente, frente a mis ojos.
9. Me da un poco de miedo hablar de ataques terroristas y tortugas ninja en el mismo párrafo, pero voy a intentarlo. Comenzaré con esto: el ensayo es el género de la incertidumbre por excelencia. Esta incertidumbre —más ninja que centauro— es lo que le da una capacidad de adaptarse al vértigo del siglo XXI con mayor velocidad que el resto de los géneros literarios. Toma unas cuantas tortugas, suéltalas en las alcantarillas y deja que se marinen en un poco de mutágeno. Entrénalas en secreto. Libéralas en el mundo global post 11 de septiembre, en el México post zapatistas, post guerra contra el narco, post tuit-bots, post asesinatos de migrantes y te aseguro que ninguna de esas tortugas tiene la menor oportunidad en este mundo real. No tienen la menor oportunidad por si mismas, pero en conjunto, como género, son al menos tan esenciales como cuando Michel de Montaigne entrenó a las primeras en el siglo XVI, si no es que más, aunque durante un tiempo confundimos sus chacos y katanas con el arco de un centauro.