El libro de todos Solana, de Fernando Trejo
EL MANUSCRITO
Solana fue el último libro de poesía que edité en 2014. Podría enumerar una decena de anécdotas felices al rededor del trabajo de edición. Sin embargo, debo confesar que fue un proceso desgarrador, un golpe en la nuca, un temblor en mitad de la oscuridad; una derrota.
Ese día, cuando el engargolado llegó a mis manos, decidí salir con él de la oficina e ir a un parque para tomar un café y leer. Fue un impulso. Abrí el libro y comencé. Llegó la sorpresa. El libro era bueno, me dije y acabé de un tirón la lectura. Después, el correo institucional y la serie de formalidades estorbosas para el primer encuentro con Fernando: necesito tus papeles, tu fotografía, tu semblanza, exclamé desesperada desde mi silla de oficina y la sequedad burocrática. Aquella vez, él y yo no alcanzábamos a ver lo importantes que serían los meses siguientes.
CARLOS Y FERNANDO
No toqué el libro durante tres semanas, no pude. Aquella casa, aquella intimidad familiar con olores de la madre, de la hermana, de los primos traía a la memoria la luz de mi infancia cuando Julio y Adriana lanzaban piedras por la ventanita que conectaba su casa y la mía. Ven a jugar, mi mamá ya dio permiso, yo salía corriendo y aquella vuelta a la esquina era el viaje a Ítaca. Mi insistencia de siempre por subir a la azotea para jugar con el coche Apache oxidado, con los tendederos, las tablas y los botes de pintura, aquello era un barco y una fiesta. Pasábamos la tarde allí, haciendo ruido para Ezequiel, el vecino, e ideando la forma de cruzar la barda de su casa y descender por las escaleras de emergencia hasta su jardín y arrancar flores y salir corriendo con el tesoro, pequeños piratas enloquecidos y babosos.
De pronto llegó el mail de Fernando. Me habló de Carlos, protagonista de Solana. Nunca comenté esto, pero la presión fue grandísima. Allí, en mi escritorio, estaban las planas de un libro lleno de vicisitudes y de momentos muy oscuros.
LA EDICIÓN
La voz poética que articula los versos en Solana nos pide que fijemos la vista en algo que está debajo de la desesperación por recordar al primo ausente. Hay en este libro una labor limpia y honesta por una verdad poética, que se convierte en un espejo y algo que explota en la memoria, pues todos tenemos una solana o un puente que nos regresa a casa, a esa casa familiar que los años han desdibujado y ahora es una ficción a la que recurrimos cuando un grito ahogado nos empuja al vacío.
LA PORTADA
Fernando me habló de la fotografía en la que aparece con Carlos y ambos eran muy niños. Por la calidad de la imagen era imposible reproducirla para la portada. El inicio del trabajo de arte para el libro fue complicado, nadie daba en el punto para ilustrar Solana. Pasé un mes en el limbo hasta que casualmente conversé con Ricardo Poery y él se entusiasmó por el libro y por la historia de este par de primos. Comenzó el trabajo. Ricardo me mostró fotografías bellísimas, con cielos atiborrados de nubes, aviones de papel y paisajes citadinos agobiantes. No, dije siempre que no, esa no es la portada del libro me repetía y le repetía. Finalmente nos reunimos de nuevo y observé que en la carpeta de fotografías muestra para la portada había una que desconocía. Salí con la cámara y la tomé esta mañana, pero no es buena, no creo que te sirva, me comentó Ricardo. Le pedí me mostrara. Ahí estaba esa fotografía tímida, pero luminosa; esa era la solana de Carlos, esa era su historia.
EL LIBRO
El libro llegó en enero de 2015. Y como amigos que resultamos Fer y yo, se lo comuniqué con gritos (en mayúsculas) por Facebook. Lamentamos mucho no poder celebrarlo y aún queda pendiente el brindis y el conocernos en persona. Porque a todo esto, él y yo nunca nos hemos visto, ni abrazado.
LA DERROTA
Querido Carlos:
Los últimos meses he postergado esta carta. Finalmente ahora quiero decirte que ha sido un gusto poder conocerte, saber de ti y de los juegos, las caricaturas y las películas que yo también vi durante mi infancia. Una vez pasaron Volver al futuro en Canal 5 y la grabé en un cassette beta. La veía todas las tardes cuando llegaba a casa después de la escuela, memoricé todos los diálogos de McFly. Años después mi mamá la perdió en una venta de garage. Terminator nunca me gustó mucho, me asustaban esos ojos rojos de robot. Ya no veo a Julio y Adriana, mis primos: nos peleamos y al parecer todo fue definitivo. ¿Cómo mantener todo unido? ¿Cómo sobrevivir? Creo que esas son las preguntas que te haría si estuviéramos sentados en la mesa de tu casa, tomando una cerveza. No hablaríamos del libro, sé que tendrías la decencia de no mencionarlo nunca. Quiero confesarte que creo no fue suficiente el trabajo y que quizá no hice mérito a ti y a Fernando por el regalo de darle forma en papel, tinta y logotipos a una historia que me guiña todo el tiempo, que retumba, que duele; que me toma de la mano algunas veces y hace que yo regrese, Carlos, que regrese.