Tierra Adentro
Óleo pastel sobre madera, 2021. Julieta Benedetto.
Óleo pastel sobre madera, 2021. Julieta Benedetto.

Cuentan en el pueblo que, en épocas pasadas y hasta mitad del siglo XX, las mujeres que quedaban embarazadas sin estar casadas —y no llegaban a abortar de forma clandestina por cuestiones religiosas o por falta de recursos—; al parir les quitaban sus hijos recién nacidos y las dejaban encerradas de por vida en casas oscuras. Que muchas no volvieron a salir, y que de vez en cuando las veían asomarse detrás de cortinas apenas. Sus hijos fueron criados por abuelas o hermanas, o entregados en adopción a otras familias, sin que estos sepan la verdad. Todo el pueblo sabía estas historias, pero los descendientes familiares no. Era común entonces resolver “la deshonra” de una familia así. A veces la joven quedaba embarazada de un novio o de un hombre casado. Otras veces esos embarazos eran la evidencia de violaciones intrafamiliares, y provocaban aún más violencia por parte de la familia y más silencio de la comunidad.

Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto.
Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto

En estos fragmentos de El mal de la muerte Marguerite Duras describe algo de lo que bordeo:

Ella pregunta: Cuales serían las otras condiciones?

Usted dice que ella deberá callarse como las mujeres de sus ancestros, plegarse por completo a usted, a su voluntad, deberá ser sumisa enteramente como las paisanas en el campo después de la cosecha, cuando agotadas dejaban que los hombres vinieran sobre ellas mientras dormían.

(…) Tampoco nunca sabrá usted nada, ni usted ni nadie, nunca, cómo ve ella, qué piensa ella de usted y del mundo, y de su cuerpo y de su espíritu, y de ese mal que ella dice que le invade. Ella misma no lo sabe. No sabría decírselo, de ella nada podría saber usted. Nunca sabrá nada, ni usted ni nadie, de lo que ella piensa de usted, de esta historia. Por muchos que fueran los siglos que cubrieran el olvido de sus existencias, nadie lo sabría. En cuanto ella, no sabe saberlo.

Porque no sabe nada de ella diría que ella no sabe nada de usted. Se empeñaría en ello.

La trama implícita del texto que escribí en el tiempo y que comparto en el dossier especial de mujeres, hoy, está vinculada con esas historias del pueblo. Es un intento por abordar el secreto de una mujer, secreto que la cubría de silencio, soledad y de una tristeza tan infinita que al recordarla aún me conmueve. ¿De qué estaba hecha la materia de sus días? ¿Tuvo amores? ¿Tuvo un hijo? ¿Deseó? ¿Por qué vivió toda su vida junto a sus padres? ¿Imposibilidad de amar o prohibición?

Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto.
Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto.

Una historia que es misterio, silencio y hundimiento. No hay muchas pistas. Pero eso desconocido, esa existencia de algo innombrado, inconmensurable se revela en mí y entonces escribí como posibilidad de hacer lugar a lo que no se sabe y no se ve.

Estos poemas en prosa ficticios intentan armar una trama con cosas no dichas que ocupan “el espacio no despojado del espanto”, como dice Maurice Blanchot en La espera, el olvido

Y también entrego estos fragmentos como un aliento, una manifestación para nuestras ancestras, que vivieron sojuzgadas por culturas patriarcales y sumisas aceptaron sus destinos. Más en estos días de retroceso de los derechos de las mujeres, adquiridos con tantos años de lucha. Estemos atentas a no dejarnos llevar por corrientes de pensamiento contemporáneas retrógradas. Sigamos siendo alternas, creyendo y construyendo un mundo amable para la vida de todas y todos.

Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto.
Serie de collages, 2010. Julieta Benedetto.

Con estas claves quizá puedan leerse con algún sentido los textos que acá comparto.

*

Nido de barro y de piedras bajo las aguas inquietas del río, lecho de remolinos. Son de orillas, los anegados juncos. Vibración de insectos oscuros del verano. Las copas verdes y sus hojas crepitantes de sol en la cara brillante del agua. Tembladeral de soledad. Vahídos en la siesta. El agua se detiene revolviendo sin resolver el curso de troncos peces desatinos. Ella se inviste de forma humana apenas recortada apenas recostada en el lodazal.

*

Bordea la orilla, el río, entre la bruma y el final de la tarde. Cae. Vuelve a caer. Intermitentes movimientos disimulan la tristeza de algo que no existirá. Se detiene en la playa, está sucia, empieza a oscurecer. Unos reflejos grises, casi lilas en la superficie del agua se funden a negro. Se sienta, sus manos en la arena. La mirada se extravía entre ondulaciones, escamas, mosquitos. Sin pensar escarba. Arena gruesa y tibia, húmeda después. Y una sensación, una oquedad, ese vacío que se adentra tan profundo. Entonces mientras hunde, mete más y más sus manos piensa que, tal vez, ahí, encontrará una medalla, un anillo, cosas que no sabe.

Huellas en lo hondo.

A lo lejos, la noche se quiebra con el ladrido de unos perros. La luna niña rebrilla en unas bolsas de basura, con su torpeza de pasos vacilantes cruza areneros, terrenos baldíos, calles sin nombre, de tierra, de aire, ella…

Clubes de pescadores, pasajes sin salida. Pastos crecidos en las veredas desmarcadas. ¿Un perro jadea o es ella expectante ante cada sonido? Los ojos resecos, tapiales le recortan el paisaje. Una bicicleta pasa por la esquina. Se escucha el sonido de sus ruedas bajando por el empedrado. Avanza con pasos largos y firmes, hasta una zanja donde crecen esas calas blancas, agarra un puñado de barro y lo lleva a la boca. Es que quería sentir ¿qué cosa? A sus espaldas, prenden las luces del frente de la casa donde está. De repente el miedo, es una perra hurgando. Escucha, suben las persianas. Entonces el sereno del club, con manojos de llaves pendientes, se alejaba. Nuevas oscuridades, oscuridades de montaña, la cubrieron. Y una hipnosis de pasionarias, de árboles inclinados, de tormenta en verano. El viento todo envejecía camino a la estación abandonada. Tierra y maíz y ella un remolino hecho de olvido.

*

En la casa envejecida de grillos, enredada de plantas, libros y gatos. En la cocina, oscura frente a un plato de comida al natural. Busca el pan, verde sobre la heladera en una bolsa de nylon, con una mosca muriendo intermitente adentro. No hay lugar para la impaciencia. El tiempo lleva corriente de alta tensión. Ella solo deseaba de un poco de pan y un poco de paz. 

*

De madrugada, esclava de una fuerza irreverente, como si otro gobernara su cuerpo, sale a las calles dormidas y entra en la estación, compra pasaje para el tren de las cinco. Viaja hacia el norte. La noche avanza más rápido que el camino, y convierte sombras en campos. Ella intermitente abre los ojos y ve cables, árboles, pequeñas luces apagarse a lo lejos.

El frío se filtra por los bordes de la ventanilla donde apoya la cabeza. Exhala y su aliento se hace húmedo en el vidrio. Acerca un dedo, dibuja líneas y con una sonrisa dice cosas en secreto hasta dar con un llanto abrupto, igual a una tormenta de verano.

Las imágenes se suceden en su mente sin interrupción, agolpándose una tras otra.

Esta poseída, “posesa”, dice. También dice que no importa, que mejor no nombrar aquello, por temor a que cobre mayor importancia. “Posesa”, saberlo es suficiente.

*

Queda hipnotizada con las imágenes planas del silencio. Dice, las sombras hacen el olvido, pero una secuencia que quería borrar, sigue hilvanada completa en ese silencio de ella.

Luego, su mente llena de intervenciones otra vez, figuras en negativo, desprendimientos del verbo. Sus pensamientos son un mazo de naipes incompleto.

*

Una trenza deshecha. Una pollera marrón con volados sobre las rodillas, una camisa blanca. Los labios rosas. Los pies heridos en mocasines pequeños. El anillo, el reloj pulsera, y del cuello pendiente una piedra gastada.

*

Cruza la galería penumbrosa de un hotel familiar. La habitación da a un patio interno, donde crecen jazmines. Una cama estrecha, una mesa de luz, una silla y un armario que al abrirlo emana un olor lento y agrio.

Ella mira la bombita apagada que cuelga del techo. Con la humedad, los postigos de madera se hincharon y están clausurados, pero las resquebrajadas hojas filtran líneas perfumadas de claridad.

*

Comienza a temblar, un líquido caliente resbala por sus piernas, sale sin pensar. Dobla en la esquina, y encuentra un árbol antiguo. Llega hasta él, se apoya y lenta se desliza hasta las raíces gordas que emergen de la tierra. Es mediodía. Es media tarde. Es media noche. Los recuerdos son dudosos a partir de ese momento. Solo reminiscencias de intermitente valor.

Frutos maduros en la tierra, hormigas y abejas merodeando, la miel de la vida derramada en otras manos, batas blancas, confusión en sus ojos, tornados.

Un retorno secreto igual a la partida. Nadie supo de ausencias. La vida multiplicada se enfoca en lo pequeño, y el cuerpo joven queda al servicio de lo que no será vida en ella.

*

Llega al convencimiento. Nada de lo que cree haber vivido es verdad. Las plantas de zapallos gigantes abren flores como bostezos naranjas, entre cosas viejas, llenas de tierra. Hormigas en revistas roídas. Arañas empollando en una caja de etiquetas sin usar. Busca lo indescifrable, lo que no está. Junta papeles de los cestos y entre chicharras intenta armar frases con los restos. Fantasías de otros. Líneas blancas sobre el blanco. Recorta figuras errantes sobre el sonido lejano del río. Aquel río muerto, seco en la memoria, raspa. Los perros merodean agazapados entre las plantas del litoral oxidado, los peces moribundos en los márgenes. El corazón se desfigura en una señal trepanada por el alambre de púas que delimita su horizonte. La sombra de algo que ya no está.

En el umbral de los sueños crece el fantasma del olvido.