Tierra Adentro

Los fenicios pudieron legarnos el alfabeto hebreo, pero en la actualidad nadie sabe cómo pronunciar su idioma y los pocos que pueden escribirlo son estudiosos de lenguas antiguas. No hay hablantes del hitita. No hay hablantes del asirio. Pero queda el hebreo. Y el chino.

¿Cómo es posible que haya sobrevivido tan poco de todas las lenguas antiguas en las que se escribieron grandes obras de la literatura; o en el caso de los fenicios, inscripciones fúnebres, así como de todos los descendientes púnicos de los fenicios, siendo que Aníbal era el más grande de todos? Es cierto: han desaparecido miles de lenguas. Hasta el inglés que hablaba Geoffrey Chaucer es hoy una lengua extranjera. Pero el hebreo está vivo. Al igual que el chino, como ya lo he mencionado, aunque lo único que sé del chino es eso: que ha sobrevivido.

Durante la época del Segundo Templo, nuestros ancestros no estaban orgullosos de su lengua. Sustituyeron el maravilloso hebreo bíblico con el arameo, que en el mundo antiguo era una lingua franca; pero –y he aquí una maravilla– cuando un judío polaco se encontraba con un judío marroquí, no hablaban en arameo (lengua en que leían todos los días) sino en hebreo. Cuando se escribían el uno al otro desde los confines del mundo utilizaban el hebreo y no el arameo, que era más cercano al idioma en que rezaban. Tal vez estaban enojados por el “declive” del hebreo en la Guemará y en una buena parte de la Mishná.

El hebreo sobrevivió porque era lo que mantenía unida a la gente. William Saroyan, el gran escritor armenio-estadounidense, escribió alguna vez: “Ya me gustaría ver qué poder del mundo es capaz de destruir esta raza, esta pequeña tribu de gente sin importancia, que ha peleado y perdido todas sus guerras, cuyas estructuras se han derrumbado, cuya literatura no se lee ni su música se escucha y cuyas plegarias ya no son atendidas. Adelante, destruyan Armenia. Vean si pueden hacerlo. Envíen a los armenios al desierto sin pan ni agua. Quemen sus iglesias y sus hogares. Y vean después si no se echarán a reír, se pondrán a cantar y rezarán nuevamente. Observen cómo cuando dos armenios se encuentran en cualquier parte del mundo son capaces de crear una Nueva Armenia”.

El hebreo se habló poco aunque se leyó mucho por varias generaciones. Es una lengua que ha sufrido cambios; los lingüistas expertos afirman que, como el hebreo contemporáneo no es el mismo que el antiguo, los niños de ahora no podrán comprender la Canción de Déborah. Tal vez no conozcan todas las palabras, y la gramática haya cambiado, pero el hebreo es la patria, la piedra fundacional de esta nación. Más que la Explanada de las Mezquitas, el hebreo es la verdadera piedra de toque de la existencia judía; un idioma por el que la gente ha vivido ya más de 3,000 años.

No hay duda de que Eliezer Ben Yehuda hizo grandes contribuciones al nuevo hebreo, pero no lo “descubrió” como suele decir la gente: él y otros más inventaron palabras y las hebraizaron. En hebreo tenemos palabras provenientes del griego, del arameo y otras lenguas, pero lo que fue “importado” ha sido una parte integral de la lengua y ha formado parte del uso de la misma.

Aquello que resulta inadecuado para la lengua queda fuera. Todas las lenguas del mundo han tenido influencia de otras; el hebreo ha permanecido como un sólo idioma con varias reencarnaciones.

Hay palabras escandinavas en las lenguas de los lugares a los que llegaron los vikingos; de hecho la palabra “Rusia” (de rus) proviene originalmente del idioma nórdico antiguo. Uno podría preguntarse ¿por qué el finés guarda tan poca relación con el sueco, el danés y el noruego? Hay quienes dicen que se parece al húngaro, pero ¿cómo nació esta semejanza?, ¿qué se les olvidó en el camino?

El hitita fue la lengua de un vasto imperio que surgió de un vacío histórico, conquistó muchas tierras y venció al poderoso ejército egipcio. ¿Cómo fue que se convirtió en un idioma indoeuropeo en el centro de una región semítica?

El egipcio antiguo quedó en el olvido. El griego antiguo ya no se utiliza y en su lugar ha quedado un idioma completamente distinto. Es cierto que el hebreo bíblico también ha cambiado mucho, pero lo que hablamos actualmente todavía es el mismo idioma. ¿Podría deberse a que durante 1,700 años fue una lengua que se usó para escribir, pero que no se hablaba? Tal vez. Tal vez no. De todas las lenguas antiguas, el hebreo ha sobrevivido porque de tanto deambular, los judíos hicieron surgir un idioma que es la patria del pueblo hebreo.

Cerdeña, Córcega, Creta y Malta son islas de gran tamaño que están muy cerca la una de la otra, pero tienen historias diferentes. En Córcega, por ejemplo, hay dos dialectos: el del norte y el del sur; el dialecto del norte se parece al italiano y el del sur tiene influencias del árabe del norte de África.

¿Qué mantiene viva a una lengua? ¿El poder? Aparentemente no es así. Sobrevivió el idioma de una nación tan pequeña como la de los hebreos, que por muchos años no existió y que nunca fue un poderoso imperio. Más aún, ese idioma ha servido para reconstituir generación tras generación del pueblo hebreo, el cual ha sido diezmado desde los tiempos de los reyes israelitas y judíos. Incluso llevó a la conformación del “Estado hebreo” (según dice el texto de la Declaración de Independencia de Israel).

Tal vez entre los pueblos que son aniquilados en guerras, el deseo de vivir surge y se lleva a cuestas en sus andanzas. Y lo que preservó las lenguas antiguas no fue la religión de sus hablantes sino precisamente esas andanzas, como si dijeran: “¿Cómo podré saber lo que le ha ocurrido a mi hermano, quien ha desaparecido?”

Los judíos inventaron el vínculo entre las personas de todo el mundo, porque durante siglos salían y llegaban cartas desde y a Jerusalén, cartas que constituían un tipo de responsa. Un rabino polaco quería saber qué hacer en el caso de cierta mujer cuyo esposo la había abandonado y sólo un rabino marroquí tenía la respuesta. Y el único idioma que tenían en común era el hebreo, dado que el arameo había desaparecido.

Hay una hipótesis que sugiere que los judíos inventaron el correo internacional para poder encontrar a otros judíos, para pedirles respuestas… para existir. Por lo tanto ese idioma, que se supone debía haber desaparecido, fue el vínculo. El adhesivo de la nación.

No sé por qué desaparecieron tantas lenguas semíticas poderosas, pero quizás les hizo falta un cierto tipo de pérdida: ¿tal vez la base de la existencia de sus hablantes no fue deambular por el mundo? ¿Quizás no extrañaron algo que alguna vez habían sido y que después sólo existía en palabras?

La pobre lengua hebrea que nuestros sabios rechazaron cobró su venganza a través de los maestros y los rabinos, porque ellos también tenían que leer la Biblia y no sólo la Guemará; conocer el hebreo era una obligación. Maimónides, el más grande de todos ellos, hablaba y escribía en árabe, aunque escribió un libro en hebreo: la Mishné Torá. Su hebreo era maravilloso y quizás eligió escribir esta obra en ese idioma porque, en lo profundo de su corazón, buscaba crear una versión nómada, temporal, transitoria, peripatética y alternativa de la Guemará, una de ida y vuelta. Quizás pensó que su libro cubriría la necesidad de los judíos de tener una crónica, para quienes la Guemará y sus comentarios eran difíciles de captar.

 

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Artículo publicado en el periódico Haaretz.

Traducción de Gerardo Piña.