Crónicas desde un país fantasma
Titulo: Insumisión
Autor: Eduardo Moga
Editorial: Vaso roto
Lugar y Año: Madrid, 2013
“Se trata del lenguaje, del pensamiento del lenguaje, del efecto de este pensamiento sobre las actividades del lenguaje”, decía Meschonnic, y el libro Insumisión, de Eduardo Monga, parece responder al cuestionamiento. Poema de largo aliento, construido a partir de retazos referenciales (en algo recuerda al volcánico Entreguerras, de Caballero Bonald), Insumisión es un recorrido frenético desde el lenguaje. Pero no cualquier lenguaje, lenguaje poético, el lenguaje del misterio. La voz poética corre por dos figuraciones paralelas de una naturaleza completamente distinta. Hay un voz poética que desde la versificación ahonda en los pliegues de una realidad constituida sobre todo de referentes sensoriales. La calle, la luz, los pájaros, el cuerpo. Elementos todos de una demostración de pertenencia a un presente desde el que se sumerge en las indagaciones del lenguaje poético. Existen dos grandes motivos que aparecerán transfigurados a través del desarrollo de este aliento versificado: la reflexión sobre el poema; y el pesimismo de aquel que encuentra al mundo demasiado perfecto. Todo lo que sucede delante de sus ojos se va disolviendo, encontrando múltiples resonancias afectivas en su interior. De algún modo, este método de indagación sobre las posibilidades del lenguaje poético se convierte en un ajuste de cuentas de un estar en el mundo.
La voz desde el aquí y ahora se cruza con poemas en prosa que son, sobre todo, evocaciones. Semblanzas, narraciones, crónicas. Pero no en el sentido ingenuo de corresponder a imitaciones de un segmento de la realidad histórica, sino que recuerdan más a una sesión de espiritismo que a una indagación histórica. Son ejercicios de escritura para traer al presente a una sombra, a un fantasma. Evocaciones desopilantes, como la de Aznar o Ratzinger; dolorosísimas como la que tiene frente al osario de su padre; llenas de imaginación poética como la que describe el proceso a Miguel de Molinos, o el viaje de Fernando Malaspina; todas son una manera de hacer presente un instante fugitivo donde lo real tiene un aparente sentido. Fijar lo impensable o lo nunca visto. Por ejemplo, la glosolalia disparatada y llena de guiños de un Ezra Pound preso. O la conjetura de lo sucedido entre que Paul Celan deja un libro abierto en su estudio y el momento en que su cadáver es encontrado por un campesino a veinte kilómetros de París, todo visto desde un narrador que se sabe de siete años cuando sucedió el suicidio de Celan. Este método de cruzar las circunstancias, reales o figuradas, de los personajes evocados con las propias del yo poético tiene un momento de singular ternura en el apartado dedicado a César Vallejo. Una familia en pleno escucha la lectura de Piedra negra sobre piedra blanca ante la tumba de Vallejo en un París con aguacero.
Estas dos escrituras, revés y cara de un sólo impulso poético, se van tejiendo de una manera efectiva y potente. Los ecos de un mundo terrible, dibujados por un anclaje referencial que es siempre una combinación artera entre lo terrible y lo maravilloso, pero disipados por una experiencia hueca que está cargada de una significancia mayor. La razón de esta Insumisión es la resistencia al mundo atroz que se desenvuelve ante nuestros ojos. En oposición a ese mundo, terriblemente bello, arbitrariamente complejo, se percibe una sucesión de predecesores que se han rendido (voluntariamente o no) ante el misterio de lo poético.
La belleza siempre retarda el sentido, pero una vez que éste llega es terrible y carente. Insumisión se vuelve, así, un testimonio de la fugacidad y de la aventura intelectual como elementos dobles, como revés y cara, de una vida que se encuentra siempre al límite de sí misma, y por eso, vale la pena escribirla.