El grito, el tiempo y el instinto durante un procedimiento de cesárea en el libro Innecesárea de Jessica Anaid
En su poemario Innecesárea (2023), ganador del VI Concurso Nacional de Poesía Germán List Arzubide, la escritora Jessica Anaid Hernández dirige su mirada hacia la experiencia de una mujer que ha pasado por una cesárea injustificada. Si bien la autora aborda una cuestión que depende de circunstancias muy precisas, personales, su poesía logra desentrañar las complejidades que posee esta intervención quirúrgica en esencia, recuperando en la escritura el tiempo de alumbramiento que la cesárea hizo breve. Es así como en estos poemas podemos leer y conocer, de modo significativo, los despojos que el procedimiento ha retirado en su propio cuerpo y también, de forma general, en la sociedad y la cultura.
Existe una señal que puede llamar nuestra atención: a pesar de que la cesárea está recomendada solamente cuando el parto vaginal pone en riesgo a la madre o al recién nacido, su práctica se ha extendido cada vez más. Según la OMS, hay regiones del mundo donde el porcentaje de cesáreas que se practican ha superado el índice aconsejado. En Innecesárea, Jessica Anaid interpreta esta realidad global desenredando el nudo de emociones contenidas que pudo dejar esa experiencia desde lo personal, para entender y dilatarse hasta dar luz sobre cuáles fueron los posibles motivos y cuáles los remanentes de una cesárea: la impotencia de una mujer a quien se le ha presionado e incluso forzado para concluir así su embarazo, la pérdida de una labor de parto que orgánicamente parte del proceso de gestación, la injusticia de no conocer si las razones por las que se practica son realmente válidas. La alarma está puesta en que, para muchos casos, la decisión obedece a determinada conveniencia: optimizar el tiempo y aumentar el costo.
En el primer apartado “Zeus devora mi embarazo”, Jessica Anaid alude a determinados episodios de la mitología griega donde el dios Zeus utiliza su poder contra Sémele y Metis, para ser él mismo quien termina de gestar a sus hijos, Dionisio y Atenea. Ahoga sus gritos, las anula con violencia, niega su capacidad de alumbrar y las desplaza de su posición como madres. Nos comunica y destaca el dolor de haber quedado desposeída, de manera ilegítima y muchas veces violenta, de su poder para dar a luz:
sé parir,
pero Zeus es quien anota el nombre de nuestros hijos
en la página blanca y los gesta en la bolsa de su bata
blanca, cuya tela roza el muslo de su pierna
izquierda
Este primer apartado concluye con una invocación a Gea, la madre tierra, fecunda y progenitora original, pidiéndole que instaure nuevamente su dominio en el parto, su potestad en las tinieblas, en lo incierto, e incluso en el oráculo que dicta el momento de parir y que no obedece a ningún interés:
Gea: quieren evitarme el parto, quieren extraer a mis hijas e hijos desde la masa negruzca del caos
En el segundo apartado, “El paraíso hospitalario”, Jessica Anaid sugiere una correspondencia de aquel mandato divino presente en el Génesis, según el cual, después de comer la manzana prohibida, Eva es sentenciada a parir con dolor. En lo que la escritora llama el “Paraíso hospitalario”, existe una nueva premisa, se trata de un lugar donde el conocimiento científico puede estar condicionado al elevado costo que representa una cesárea, destinando a muchas mujeres a someterse a este procedimiento sin justificación válida.
Sé parir, Adán, y tiembla la tierra, y se abre para expulsarte, porque sé parir, sabemos parir, y no pariremos injustificadamente desde la costilla: innecesárea
En este paraíso, es Adán quien se presenta como un traidor, pues ha robado la manzana, ha desposeído a Eva del dominio de su cuerpo, mientras ella permanece inmovilizada, incapaz de sentir las contracciones, excluida del conocimiento que le pertenece a sí misma como instinto. Soy yo la creadora, la Diosa, el parto es mío en esta habitación, declara, se pronuncia, y es así que logra recuperar su posición. Ya no como una petición sino en rebeldía.
Es notorio cómo estos relatos perduran en la literatura y todavía nos representan ciertas verdades significativas de la experiencia humana, acercándose a nuestro entendimiento, a pesar de ser fantásticas y no pertenecernos directamente. Además de la presencia y reescritura de estos mitos, la autora de Innecesárea logra detenerse en el ritmo apresurado, el día a día en la vida de una madre, para confrontarse con la extrañeza y frustración que la cesárea ha producido. Expone cómo fue la depresión post parto en sus circunstancias:
Intento crear una conexión con mi hijo
miro sus ojos
y un faro quirúrgico se enciende
me alejo de su mirada
pero no hay marcha atrás
es el quirófano el que está aquí
nunca volverá a apagarse
Por otro lado en este libro, Jessica Anaid recupera la práctica de las parteras tradicionales, y nos recuerda cómo han sido silenciadas dentro del espacio quirúrgico, es decir, ese recinto pulcro, impersonal, con monitores eléctricos y bajo la luz blanca. Es así que la voz poética de la autora ha recurrido a ellas, las parteras, para buscar cuidado durante la cesárea y también alivio:
Mi abuela es una tramoyista del teatro japonés,
vestida de negro como la conciencia
se escabulle en el quirófano ofreciéndome sus manos
las tomo para masajear mi vientre
…
las manos de mi abuela intenta desencadenar
mi parto
los médicos la ignoran
De manera emotiva, la autora de Innecesárea anuncia factores que han determinado la práctica excesiva e injustificada de cesáreas, como resultado de nuestras dinámicas económicas y sociales, las decisiones se han basado en la eficiencia del tiempo y el beneficio económico. Las posibles consecuencias, podemos leerlas en la obra de Jessica Anaid, son el silencio impuesto, la desconexión con el cuerpo femenino y los efectos de una anestesia que no tiene un final definido. De fondo, también la ilegitimidad de no posibilitar y priorizar el parto biológico siempre que haya las condiciones. Y el menosprecio por las prácticas tradicionales de la partería que sistemáticamente han sido ignoradas, censuradas, transformadas o desaparecidas. Todo esto tomando en cuenta determinado beneficio que no siempre es a favor de madres e hijos.
En los últimos apartados, “Paisajes sobre la cesárea” y “Eva pariendo a Adán”, el poemario contiene una serie de imágenes traducidas en versos, poemas que apuntan hacia la pintura y la plástica. La voz de la escritora recurre a la contemplación como un procedimiento personal, lento, libre de mandato, eficacia y lucro. Toma tiempo para detenerse en imágenes de su entorno que representan su experiencia, tanto en su estado de ánimo como en su ambiente, cómo se ha transformado y cómo han sido los cambios en su propio cuerpo. Crea un lenguaje que nos recuerda al haiku, observa su espacio y devela las formas y los colores. Pronuncia así las palabras para sanarse a sí misma:
Pus verde
en la herida fluorescente
de la luciérnaga
El poemario termina con un conjunto de autorretratos. Una reinterpretación de una serie de obras artísticas conocidas: la iconografía de Louise Bourgeois, Remdrandt, Pollock, etc., en los que la autora describe con detalle cómo percibe su cuerpo. Es decir, cómo ha tenido que reconfigurar la imagen que tiene de sí misma después de la cesárea. Recrea figuras y las traduce en palabras para expresar lo que queda en su cuerpo, lo que observa e imagina, lo que una vez no pudo gritar durante el parto: el instinto negado en su propia piel, en sus extremidades. El movimiento de los músculos, los órganos que ha sido necesario desentrañar y diseccionar, hasta darles lugar y resonancia en la poesía.
En Innecesárea, Jessica Anaid revela qué subyace en este tema y su lectura sugiere nuevas interrogantes que merecen nuestra atención. A partir de la lectura de este libro, podemos reflexionar en las repercusiones que tiene esta realidad.