El género gramatical: una precisión para el debate
En días recientes se ha avivado en foros públicos la discusión sobre la relación entre el género de las personas y el género de las palabras con las que nos referimos a ellas. En este texto nos abocaremos a entender el concepto de “género gramatical”, con la expectativa de que, una vez teniendo clara esta noción, el lector o la lectora determinen cuál es su relación con el llamado “género social” y con el derecho de las personas a escoger cómo son nombradas.
1. La concordancia
Si digo Los niños se sentaron en las sillas sucias se entiende que lo que estaba sucio eran las sillas, mientras que si digo Los niños se sentaron en las sillas sucios se entiende que lo que estaba sucio eran los niños. Lo que cambia entre una oración y otra es apenas una letra, que a su vez representa un sonido (o o a). Esas piezas, por pequeñas que sean, son poderosas: señalan a qué sustantivo modifica el adjetivo sucio/a. Esta manera de marcar relaciones entre palabras se llama concordancia.
2. El género gramatical
Para que la concordancia funcione, los sustantivos se tienen que dividir en clases, de modo que las palabras que se relacionan con ellos tomen formas distintas. En español y otras lenguas indoeuropeas se reconocen dos clases de sustantivos. Podríamos haber llamado a estas clases “clase 1” y “clase 2”, pero en uno de los más desafortunados equívocos de la terminología lingüística, resulta que a una de ellas se le llama “masculino” y a la otra “femenino”. No nos detengamos por lo pronto en las motivaciones de estos nombres. Lo importante es que el español tiene, pues, dos géneros gramaticales, que no quiere decir otra cosa que dos clases de sustantivos para marcar concordancia.
3. ¿Todas las lenguas tienen género gramatical?
No todas las lenguas organizan sus sustantivos en clases para marcar concordancia, por lo que no todas las lenguas tienen género gramatical. El purépecha, por ejemplo, no agrupa los sustantivos en distintas clases para que los determinantes y adjetivos tomen diferentes formas dependiendo de con cuál se combinan. Es, por lo tanto, una lengua sin género gramatical. Lo mismo sucede con la mayoría de las lenguas originarias de América.
Muchas lenguas indoeuropeas agrupan sus sustantivos en dos clases, como el español, y otras en tres, como el alemán. En otras familias hay lenguas que organizan sus sustantivos en cinco, diez o hasta veinte clases. Los casos más conocidos son los de las lenguas bantúes. En swahili, por ejemplo, hay dieciocho clases de sustantivos.
4. ¿El género gramatical tiene relación con el mundo?
Hasta ahorita hemos explicado el género gramatical como un fenómeno que atañe estrictamente a cómo se relacionan unas palabras con otras. Pero ¿hay alguna relación entre el género gramatical y las entidades del mundo que nombramos? En otras palabras: la organización de los sustantivos en clases ¿sigue alguna pauta dictada desde la realidad externa a la lengua? La respuesta, como todo en lingüística, es: a veces sí, y a veces no.
Volvamos al swahili. En esa lengua hay algunas pistas semánticas para saber a cuál de sus 18 clases pertenece un sustantivo: los de referencia humana van en la clase 1, los que refieren a plantas en la clase 3. La clase 9 es para los sustantivos que designan animales y cosas inanimadas, la 11 para cosas de forma alargada, la clase 15 denota acciones. Estas son sólo tendencias, pues en la pertenencia de un sustantivo a una determinada clase siempre hay un rango de arbitrariedad.
Una cosa importante es que en el swahili, como en varias lenguas bantúes, los sustantivos que designan humanos (nombres de profesiones o de parentesco, por ejemplo) se agrupan en la misma clase (clase 1 si es singular y 2 si es plural), independientemente de que designen hombres o mujeres. Es decir, la condición de ser hombre o mujer no es pertinente para la clasificación de los sustantivos de esas lenguas. La clasificación de los sustantivos en la familia bantú, pues, no está relacionada con el género social ni con el sexo de los referentes, aunque sí –hasta cierto punto– con otras características físicas, biológicas, sociales y hasta conceptuales de las entidades nombradas.
En español, como dijimos, sólo hay dos clases de sustantivos y todos los sustantivos, obligatoriamente, deben pertenecer a una o a otra. Cuando el referente es inanimado, la clase de su nombre se determina de manera arbitraria: la palabra cuchara pertenece a una clase y la palabra cuchillo a la otra. No hay nada en sus referentes que nos permita saber a cuál pertenecen; si acaso, nos guiamos por su terminación en –o o en –a (aunque incluso para esto hay excepciones: mano termina en –o pero concuerda en femenino: la mano, mapa termina en –a pero concuerda en masculino: el mapa).
En otros casos, la pertenencia de un sustantivo a una clase u otra sí depende de las características del referente. Si se trata de animales sexuados, por lo general la palabra que designa a las hembras se agrupa en una clase y la que designa a los machos pertenece a la otra: la coneja blanca refiere a una hembra de la especie, y el conejo blanco a un macho.
Si los sustantivos refieren a humanos, lo común es que la clase a la que pertenezcan esté determinada por ciertas características de los individuos designados, particularmente, por si se conciben socialmente como “masculinos” o como “femeninos”. Las bases de esta clasificación social son complejas, rebasan el ámbito estrictamente biológico y no me corresponde discutirlas. Baste decir que nuestro idioma, al contrario de las lenguas bantúes, sí considera relevantes estas características de los referentes humanos (el llamado “género social” y el sexo) para clasificar el sustantivo que los designa.
5. El género gramatical no es político, pero se puede politizar
Lo humano es político y, por lo tanto, la clasificación de los sustantivos que designan humanos se puede politizar, es decir, se pueden debatir las motivaciones sociales con base en las cuales clasificamos a las personas y, por extensión, a las palabras con las que son nombradas.
Hay quienes proponen que los sustantivos que designan personas no pertenezcan sólo a una de dos clases, sino que el español abra lugar lugar para una tercera. Para esta clase reservan una marca que puede ser la –e, en contraposición a las tradicionales –o y –a. Así, a la distinción clásica entre compañero y compañera le suman compañere, para dar a entender que la persona así descrita no se identifica con las categorías sociales tradicionalmente denominadas “masculino” o “femenino”. En este caso, se interviene una parte de la palabra, que se asocia con la marca de género gramatical, para manifestar algo sobre su referente.
En inglés, casualmente, no existe el género como concordancia, es decir, realmente se trata de una lengua sin género gramatical, pero los pronombres personales toman distintas formas dependiendo de las características de su referente: it si el referente es inanimado o no humano, he o she dependiendo del género social de la persona referida. La discusión sobre qué pronombre usar con cada quien no es propiamente una discusión sobre la gramática, sino sobre el derecho de las personas de ser designadas como ellas prefieran y no como dicten los cánones sociales. Lo mismo que alguien que se llama Guadalupe puede preferir que le llamen Lupe, una persona puede decidir que al referirse a ella con un pronombre se use “he” o “she”, sin que sean otras personas o tradiciones las que lo determinen.
El propósito de estas discusiones no es, como claman algunos, destruir la lengua como se la conoce ni trastocar su finísimo sistema de concordancias. El punto central es más simple y a la vez más complejo: es reflexionar sobre quién se arroga el derecho de escoger el nombre o pronombre con el que se nos refiere, y hasta qué punto podemos decidir ser llamados del modo que elijamos, o incluso si podemos inventar maneras novedosas de ser nombradas. Algunas de estas propuestas se cristalizarán en cambios lingüísticos a largo plazo, algunas no. Es pronto para saberlo. Por ahora, a los lingüistas nos corresponde observar y a los hablantes, como siempre, hablar.