El funeral de Lolita: Al interior de un cuerpo hambriento
La primera novela de Luna Miguel es protagonizada por Helena, una mujer de treinta años que rige sus acciones a través del hambre, una fuerza que la orilla a satisfacer de manera frenética sus necesidades físicas, afectivas e intelectuales. Helena encarna aquel impulso voraz al describir lo que come en sus artículos de crítica gastronómica, cuando se masturba luego de darse un atracón, al preguntarse qué tiempo tardaría en devorar determinada cantidad de libros o al enfrentarse a la muerte de los otros como si fuera un proceso de larga digestión.
El capítulo 19 ofrece una suerte de retrato genealógico y alimenticio, una biografía del hambre de Helena:
A partir de entonces, clasificó todos sus recuerdos por sabores: su madre sabía a maíz. Amador tenía un gustillo a aceite. Sébastien era mermelada. Eudald escocía como una lima en la punta de la lengua. Rocío era leche. Sus años monásticos en el instituto de Almería, ajoblanco. Y la universidad crepitaba como Licor 43.
El sabor del tanatorio Cisneros sería para siempre amargo, y ahora bajaba por su garganta como un puñado de arena1.
Luna Miguel dialoga con la obra más conocida de Nabokov en las líneas referidas a Helena a sus veinte años:
Su mirada se topó con ese ejemplar rosa de Lolita que nunca había terminado de leer. Lo había intentado hasta en diez ocasiones. Le fascinaba y lo detestaba a partes iguales porque también era un compendio de sus propias desgracias. Como la protagonista, ella era huérfana, joven, pobre y víctima2.
En la narración de Nabokov, Humbert Humbert acecha a la pequeña Lo, cinco lustros menor que él. El funeral de Lolita muestra una situación casi idéntica: “Si yo tengo quince años y él tiene treinta y nueve, entonces nos llevamos veinticuatro”3, sostiene la protagonista. Otra similitud entre los textos radica en el registro de aquel vínculo desigual. La novela del escritor ruso recrea las notas del personaje que detallan el acercamiento a Dolores Haze en “una agenda encuadernada en cuero negro de imitación con una fecha dorada, 1947”4. En el libro de Luna Miguel ocurre algo parecido, sólo que a la inversa. Ha sido Helena quien inmortaliza aquella relación en “un cuaderno pequeño, envuelto en una especie de papel de arroz lila y envejecido”5. Imposible olvidar las primeras líneas de la obra de Nabokov: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”6. Humbert Humbert saborea el nombre y la idea del nombre. A su vez, Helena escribe en su cuaderno:
Me he comprado también una barra de cacao de fresa que me comería entera. Me hace pensar en unos caramelos que trajo mamá de Cartagena de Indias una vez que volvió del entierro de una tía. Sabían así. Justo como saben mis labios ahora. Justo así como quiero que sepan los tuyos cuando los muerda.7.
Hay en la protagonista una patente vocación al placer. El hecho de que la autora ceda la voz a la figura femenina responde a una construcción que, lejos de ser moralizante con respecto a Lolita, se manifiesta como un homenaje y una propuesta novedosa a partir de la tradición. El giro de la novela respecto a la figura de la nínfula consiste en el duelo y en la renuncia hacia el vínculo con el profesor: ese nudo invisible y punzante que Helena desata poco a poco.
Narrar tres etapas de su vida (la infancia, la adolescencia y la actual treintena) e incluir diferentes soportes textuales (el diario o las redes sociales) revela al personaje en un vaivén de construcción y reconstrucción de identidad.
Otro aspecto que cruza El funeral de Lolita corresponde a las reflexiones en torno a la escritura. Recuperar su diario le permite a Helena, y al lector, acceder a un discurso y a un Yo fragmentados: “Escribo para averiguar por qué. Escribo porque escribir me quita el hambre. Escribir no quita el hambre. Qué tontería. Escribir lo agranda”8. Leerse deviene en un acto cercano al canibalismo, consumir los propios recuerdos nutre y duele.
Uno de los puntos débiles de la novela es la dificultad para reconocer en los diálogos a quiénes pertenecen las voces. Los registros de los personajes podrían haberse delimitado mejor. Sin embargo, lo compensa con las cualidades plásticas del texto; un gran momento es el retrato de la protagonista que come provocando el estupor de los comensales:
Cogió la carne de ternera y empezó a comerla con las manos. La sangre resbalaba por su barbilla y la gente de otras mesas se volvía para mirarla. Un camarero se le acercó y le dijo al oído que debía retirarse de inmediato, que no era necesario que pagara9.
Esta imagen resulta poderosa en cuanto a las preguntas surgidas de ella: ¿El hambre, en sus distintos ámbitos, debe disimularse siempre? ¿Por qué reaccionamos con miedo ante la franca manifestación del deseo?
Si en Los estómagos (La Bella Varsovia, 2015) ―el poemario más reciente de Luna Miguel― la autora crea una atmósfera de profunda visceralidad, ahora suma a su narrativa el impulso reiterado de vivir en respuesta a la muerte. Cada página nos acerca a las entrañas del personaje, colocándonos al interior de un cuerpo hambriento.
Bibliografía
Miguel, Luna, El funeral de Lolita, Lumen, México, 2019.
Nabokov, Vladimir, Lolita, Anagrama, Barcelona, 2016.
- Luna Miguel, El funeral de Lolita, Lumen, México, 2019, p. 61.
- Ib., p. 63.
- Ib., p. 117.
- Vladimir Nabokov, Lolita, Anagrama, Barcelona, 2016, p. 52.
- Luna Miguel, El funeral de Lolita, Lumen, México, 2019, p.111.
- Vladimir Nabokov, Lolita, Anagrama, Barcelona, 2016, p. 15.
- Luna Miguel, El funeral de Lolita, Lumen, México, 2019,p. 123.
- Ib., p. 116.
- Ib., p. 64.