Tierra Adentro

En una de las tiras más compartidas en internet de Calvin & Hobbes, Calvin le explica a Hobbes que no puede forzar su creatividad, que debe estar en el estado de ánimo correcto, y entonces Hobbes le pregunta cuál es ese humor y Calvin responde: «el pánico de último minuto».

Si el miedo es como un poni, el pánico es como un caballo enojado que corre sin control. El miedo es como un globo aerostático en el estómago, el pánico como un globo desinflándose por todo el cuerpo, un enojo que viene de dentro y, bien dirigido, nos empuja a hacer eso que hemos estado tanto tiempo dejando de lado, posponiendo; es lo que cocina a fuego lento la procrastinación a pesar de que, aparentemente, queramos dejar algo de lado o retrasarlo cuando podríamos terminarlo de antemano.

En un ensayo reciente, la psicóloga Laura Miller habla del mito de la flojera y reconoce por lo menos siete causas por las que ésta es un mito y las verdaderas razones que están detrás de que uno posponga sus tareas: miedo al éxito (¿y si todo sale bien y cambio?, ¿y si me distancio de quienes quiero?, ¿y si la gente ya no me acepta?, ¿cómo manejar la fama y la fortuna infinitas?), miedo al fracaso (¿y si pierdo el respeto de todos junto con su amor?, ¿y si me dan ganas de suicidarme?, ¿y si mi sueño termina antes de empezar?), deseo de ser cuidado (podría servirme cereal yo mismo, pero ese calorcito interior sólo surge cuando me lo sirve mi mamá), miedo a las expectativas (como diría Elaine en Seinfeld: «¿será posible que sea menos atractiva de lo que creo ser?»), comunicación pasivo-agresiva (no estoy de acuerdo con las condiciones de trabajo, así que no entrego a tiempo para generarte estrés), necesidad de relajación (cuando los días laborales duran 20 horas), depresión (en este caso, atiéndase).[1]

¿Qué nos levanta de golpe y nos mueve a hacer lo que estamos evitando? ¿A qué se debe esa evasión? ¿Por qué los trastes se acumulan en el lavabo, la maleta se queda días sin deshacer después de un viaje, ciertos mensajes nunca se responden, un foco fundido no se cambia luego de semanas, la ilustración nunca se boceta, la planta se queda sin regar?

Hay cosas que vemos a diario y que incluso deprimen. Las cajas acumuladas en la entrada que no nos animamos a tirar o a ordenar, pero no hacemos nada por quitar del camino. Y no podemos, no es que no queramos, es que no sabemos qué hacer con ellas. Falta una chispa de ingenio o de lucidez para entender cómo reordenar nuestra casa, organizar nuestra agenda, deshacer el nudo en la garganta. No es flojera. O más bien, sí es flojera, pero ¿qué es la flojera? Porque un día de la nada entramos y en un par de horas hemos lavado todos los trastes, respondido todos los mails, hasta limpiado la carpeta de spam y tirado la planta muerta (a estas alturas no podía seguir viva). Hay días que en menos de una hora están todos los bocetos, las ideas nos sorprenden a nosotros mismos y parece que todo es posible. Y no sólo se debe al café.

Llega un momento en que o se tira todo lo que no sirve a la basura (dejemos de engañarnos, esa planta no va a revivir; ese trabajo nunca nos va a apasionar) o bien, tomamos coraje de algún lugar inesperado y el caballo que nos daba patadas en el hígado y los pulmones al fin nos hace caso y podemos tomar sus riendas otra vez.

En este sentido, el pánico no es tan distinto de la ira. La ira puede funcionar como recurso creativo para salir del pantano, para superar la flojera. La ira puede venir hacia nosotros mismos y nuestra horrible forma de ser. Cuando ese odio a nosotros mismos toca fondo, no nos queda más que cambiar (o matarnos, pero «if you want to kill yourself, call me up before your dead, we can make some plans instead», dice la canción de Kimya Dawson).

Recuerdo en la película de Ghost (que tiene otras partes memorables, además de la famosa del barro) cuando Patrick Swayze quiere comunicarse con Demi Moore y no puede hasta que encuentra en el metro a otro fantasma como él, pero que tiene el poder de mover las cosas. Le pide que le enseñe y la única manera en que lo logra es primero enojándose: así tira una lata y luego aprende a focalizar su ira. Ese impulso que siente desde el estómago es la herramienta mágica para poder mover las cosas a voluntad.

La ira alivia la frustración y mueve a la acción, pero bien puede esconder o enterrar otras emociones. La flojera también puede ser cansancio. O el hecho de que prioricemos otras cosas. Tanto la flojera como la depresión muchas veces no son más que eso: un fantasma o una cualidad fantasmagórica que nos vuelve incorpóreos. Y si bien la ira nos levantará en un primer momento del estancamiento a la vez que nos devuelve el cuerpo, sólo focalizándola podremos mover la creatividad a voluntad.

 

 

 


[1]Laura D. Miller, 7 Reasons Why Laziness Is a Myth… but here’s what may really be holding you backPsycology Today, 3 de octubre de 2015.


Autores
(Morelia, 1984) Es gestora cultural, ilustradora, editora y escritora. Coordina el diplomado Casa: Ilustración Narrativa de la UNAM. Forma parte del comité organizador de El Ilustradero y del Catálogo Iberoamérica Ilustra. Es socia de Oink Ediciones y del estudio Cuarto para las Tres.