El esclavo que llevamos dentro
Titulo: La isla de los condenados
Autor: Stig Dagerman
Editorial: Sexto Piso
Lugar y Año: Madrid, 2016
La isla de los condenados es una novela cuyos personajes viven en un estado de angustia tal que la muerte parece ser la única salida. Se trata de un tipo particular de sujeto constituido, de manera esencial, por los horrores de su pasado, por violencias, sobajamientos, miseria; vive la condición de explotado, de enajenado, de tal modo que la libertad (ese estandarte de la filosofía moderna) es sólo una cualidad que hace patente el encierro, el sojuzgamiento. Vive además condenado por el juicio de los otros, esos que son el infierno a la manera sartreana.
Dagerman parece asumir esta condición no sólo en sus personajes: pretende mostrar que la humanidad a la que él se enfrentó y de la que él mismo fue miembro se encuentra profundamente angustiada, violentada. La novela parte de un estado de excepción extremo: siete náufragos están atrapados en una isla desierta, una isla en la que no hay agua que beber ni fruta que recolectar ni animales a los cuales cazar para comer. En este estado extremo el lenguaje cambia; los recuerdos, los sueños y los deseos forman parte de una misma alucinación hecha de angustia y actos fallidos. No importa dónde estemos, parece decirnos el escritor, lo que nos atormenta nos atormentará en el lugar que sea, en la isla más lejana. No podemos sino llevarnos a nosotros mismos a donde quiera que vayamos, y con nosotros van las condiciones de nuestro tormento: la mirada ajena, el miedo, la clase social.
Para una angustia tan grande como la que puede provocar el fin de una guerra —la Segunda Guerra Mundial en este caso—no existe escondite: la última de las islas desiertas es insuficiente para alejarnos de nosotros mismos; el alejamiento es vano cuando se trata de olvidar nuestra condición de alienados, de víctimas de un estado de cosas, de un modelo familiar, económico, político, cuyo fracaso más terrible es haber triunfado en convertir al hombre en la máquina de matar más efectiva.
La isla de los condenados, de Stig Dagerman, no trata de la Segunda Guerra Mundial; el escritor tiene, sin embargo, como uno de sus trabajos más importantes, la investigación y redacción de un reportaje dedicado a la Alemania de la posguerra. Sabiendo esto, es imposible no percibir la marca del horror presenciado en su literatura posterior.
A lo largo del siglo XX pareciera que los héroes de novela van perdiendo control de la realidad; los novelistas nos muestran un mundo que no condesciende nunca con la voluntad: Joseph K morirá sin saber exactamente por qué, condenado por una estructura social cuyos procesos importan más que los individuos sometidos a ellos; el Molloy de Beckett estará tan rebasado por su realidad que perderá control progresivamente de su propio cuerpo… En el siglo XX la narración deja de estar al servicio del héroe, más bien le cae encima, lo degrada o subordina. En este avasallamiento, Dagerman nos entrega unos personajes que ven en el deseo de vivir (si lo tienen) una necedad inconsciente, un medio de mantenerse actuantes sin que los actos mismos valgan para algo.
Los personajes de La isla de los condenados bien podrían ser hombres y mujeres de la posguerra alemana, personas llenas de culpa, maniatados por su pasado y por su pobreza, muertos de hambre y sed, en una condición excepcional que pone en cuestión los lazos más básicos del sujeto con el entorno y con sus iguales, personas aplastadas por su narrativa. Sitg Dagerman nació en Älkarleby, Suecia, en 1923. Militó, por influencia de su padre, en el anarcosindicalismo. La angustia de un mundo en guerra y, más tarde, la amenaza de la bomba atómica, permean su obra. Sus principales influencias literarias fueron Fiódor Dostoyevski, Thomas Mann, Franz Kafka, William Faulkner y August Strindberg.
Los personajes de Dagerman, como él, están incómodos con su vida y con su pasado; él mismo representa a ese sujeto impotente y aterrado. En alguna medida nosotros somos también ese sujeto, el que sabe de qué es capaz el hombre y vive las consecuencias de una modernidad tardía de valores caducos y objetivos perdidos. No estamos fuera de ese mundo hecho de poder y locura, armado hasta los dientes. Más allá de la maestría literaria presente en el libro, estamos frente a una obra interpretativa de nuestra esencia íntima, de nuestros miedos y miserias. A esta condición, el escritor escandinavo contrapone una práctica: la solidaridad.
Dagerman se suicidó encerrándose en su garaje con el auto prendido para que los gases emanados del motor le dieran una muerte indolora, hecha de sueño. Tenía treinta y un años.