Tierra Adentro
Ilustración de Amanda Mijangos.

La entrega del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores en 1977 y 1978 coincidió con el cierre de una década de exploración artística mexicana en la que surgieron variantes de una visión literaria cuyos autores, sin imaginarlo, influenciaron el camino de buena parte de las generaciones escriturales que les sucedieron. En particular, me refiero a la categoría de narrativa, y para ser más específica, al cuento: Árboles petrificados, de Amparo Dávila, y Los sueños de la bella durmiente, de Emiliano González, las obras que fueron galardonadas. Pero estos libros tienen algo en común más allá del género narrativo al que pertenecen: si ambos responden a una particular estructura del cuento para construir historias, en cada compilación hay asomos de prosa poética, e incluso poemas cuyos versos inducen el flujo de la narración. Y eso no es todo —digamos, una tendencia hacia el híbrido textual— lo que los identifica entre sí: cada uno avanza en una búsqueda de lo extraño, de lo oscuro y de lo misterioso, construyendo cuerpos narrativos en los que la poesía interviene para dar fuerza a atmósferas y ambientes delirantes, eróticos, oníricos u opresivos, según sea el caso.

Si pensamos por separado en Amparo Dávila y Emiliano González, encontraremos que hay muchas diferencias entre sus estilos y sus temas, pero descubriremos que ambos comparten una especie de obsesión por provocar y transgredir la percepción del lector a través de la forma en que invaden los espacios más cotidianos de la realidad y, en consecuencia, de quien los habita: Amparo Dávila, con sus personajes inmersos en la pesadilla, el delirio, la transmigración del cuerpo en el tiempo y en el espacio; Emiliano González, con la maldad y la perversión inherentes al ser humano; la visión simbolista en los lindes de lo real y el ensueño metafísico de sus ciudades y personajes, ya sean de carne y hueso, o recreaciones prometeicas, autómatas. Sí, tanto en Árboles petrificados como en Los sueños de la bella durmiente resuenan las voces que nutren dos vetas específicas de lo fantástico: la que explora lo ominoso y lo desconocido del horror sobrenatural, y la que comparte la tradición feérica de lo maravilloso.

Lo curioso es que haber obtenido el Xavier Villaurrutia no hizo más visible o popular la obra de ambos escritores; de hecho, su historia está relacionada con la marginalidad o una vida aislada de los grupos, movimientos y reflectores literarios, por lo que sus libros se han ido descubriendo y analizando poco a poco, sobre todo en entornos académicos y entre lectores interesados en esta vertiente de exploración del mundo, tan extraña como la vida de sus propios autores [de quienes no señalaré más coincidencias porque a partir de ahora me ceñiré a una cuestión muy específica en torno a Amparo Dávila].

Es probable que quienes hayan nacido en el borde final del siglo pasado y el inicio del año 2000 no me crean mucho si les digo que cuando yo me enteré de que existían los libros de Amparo Dávila era más fácil leer algunas partes de ellos mediante fotocopias, o buscar algún ejemplar en la biblioteca Samuel Ramos, que encontrarlos en las librerías o, más complicado todavía, rastreando algún link o PDF en internet. Ahora, viéndolo a distancia, pienso que la extrañeza que prevalece en sus cuentos, aunada a la dificultad de acceder a ellos alimenta esta aura de culto que acompaña su nombre. Sin embargo, cuando nos acercamos a su obra y a sus testimonios en entrevistas o en la conocida conferencia con la que participó en el ciclo de Narradores ante el Público organizado por Antonio Acevedo Escobedo entre 1965 y 1966 [compilada y reeditada por el INBA y Ficticia en 2012, en la que habla de su relación natural con el misterio, el horror y los aspectos macabros de la vida cotidiana, así como de sus acercamientos a la literatura y a la escritura], descubrimos, en la honestidad de sus palabras, que escribir sobre sus propios miedos, obsesiones, sueños y experiencias le ha dejado la mayor satisfacción vital, en el sentido de que ha podido comunicar algo que, en un primer momento, parecería intransferible: su contacto con la alteridad transmutada en palabras, en ficciones que no lo parecen del todo, ficciones cuya naturaleza destila lo raro que subyace en el hábitat de cada historia.

Árboles petrificados es un libro que reúne historias en cuyos personajes y atmósferas se condensan los aspectos que he mencionado y de los cuales merece hablarse con más profundidad. Para ello, y para celebrar el 40 aniversario de su publicación y la entrega del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores, Nitro Press publicó una edición especial que incluye comentarios de seis autores relacionados con la literatura fantástica mexicana —ya sea como creadores o como estudiosos de ella—, quienes comparten su percepción sobre esta obra y el conjunto del universo escritural de Amparo Dávila, acompañada de una selección fotográfica de distintas etapas de su vida. Además, a manera de colofón, se integran algunas cartas que forman parte de la correspondencia que la escritora sostuvo con Cortázar, en donde él, en un tono muy entrañable y certero, da su opinión sobre algunos cuentos de Tiempo destrozado y Música concreta que ella le había remitido a su domicilio en París.

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De las cinco cartas que se incluyen y que abarcan un periodo de 1959 a 1965, es justo la última, con fecha del 23 de febrero de 1965, la que llamó más mi atención, por los comentarios que Cortázar hace sobre la identidad narrativa lograda entonces por Amparo Dávila en Música concreta [volumen que antecede a Árboles petrificados]:

Creo que lo que más me gusta en tus relatos es lo que podríamos llamar su razón de ser, el impulso que te llevó a escribirlos; en otras palabras, eso que el lector común llama «la idea», o «el argumento», pero que los veteranos en estas cosas sabemos que viene de más atrás y que precede al tema. Cada uno de los relatos se basa en una situación de una tremenda fuerza; no es que la idea haya sido desarrollada con una técnica destinada a darle esa fuerza, sino que la raíz del cuento en ti me parece tremendamente fuerte, inevitable.

Me interesó porque en ese fragmento encontré la nota que enlaza a la mayoría de los textos que se incluyen como complemento y acercamiento a esta edición conmemorativa. Si bien los autores invitados hablan desde su muy particular preferencia estética y discursiva desde y hacia la literatura, creo que el fondo donde confluyen es precisamente la naturalidad que hay en Amparo Dávila para contar historias desde el horror. Digamos, por ejemplo, que si leemos los nombres de los colaboradores, podemos intuir lo que cada uno abordará, tomando en cuenta la cercanía o los puntos de encuentro entre su propio trabajo y el de la escritora. En orden de aparición, vamos escuchando las voces de Jonathan Minila, Alberto Chimal, Karen Chacek, Marianne Toussaint y Evodio Escalante. Como es de imaginar, aquí se abre toda una serie de aproximaciones planteadas desde muy diversas ópticas reflejadas en la factura de cada texto, en la que es muy grato encontrar la expresión humana de su autor. Y ello se agradece porque en vez de toparse con apuntes críticos hechos con un corte o una línea editorial uniforme u homogénea, uno se encuentra con reflexiones nacidas de una experiencia de lectura que hablan del gozo, más que de un rígido enfoque teórico o académico con el que se trate de demostrar por qué y para qué es necesario leer a Amparo Dávila. Y es curioso porque en estos textos en torno a su vida y obra sí subyace una invitación a conocerla; a descubrirla o redescubrirla, pero no como una imposición de orden canónico o ligada al establishment literario, sino como una forma de atreverse a descubrir un misterio que espejea, acaso, algún enigma de nosotros mismos.

Por supuesto, en todas estas lecturas encontraremos diversos aspectos sobre la autora que son relevantes para cada escritor invitado y, en particular, abundan las menciones relativas a lo fantástico. Pero lo interesante son los rasgos de lo fantástico que cada autor ha encontrado en los distintos momentos escriturales de Amparo Dávila, pues justo lo fascinante de la literatura fantástica es que nunca es la misma, aunque obedezca a ciertas leyes y elementos que la caracterizan: el rompimiento con lo real; la presencia de lo ominoso y lo siniestro; el juego entre la invasión del mundo del sueño al mundo de la vigilia —y viceversa—; la alusión al miedo en sus distintos niveles; la confrontación con uno mismo y sus monstruos; por mencionar los aspectos básicos.

La vertiente de lo fantástico o de la imaginación fantástica es tan variada como la cantidad de sus creadores: cada uno plantea su visión intransferible de alteridades en el tiempo, en el espacio, en lo mortal y en lo inadvertible, pero probable, que nos rodea a cada momento. Todo lo que nutre nuestra experiencia cotidiana está ahí, transfigurado, traducido a un lenguaje extraño pero verosímil. Y ello es lo que habita en la visión de Amparo Dávila y que transmite en su obra narrativa y poética; y de cómo encontraron la literatura de Dávila, qué les hace sentir, qué les recuerda, a dónde los lleva, pero sobre todo, de qué manera cambia su percepción del mundo y de sí mismos, es de lo que habla cada uno de los autores que, además, parecen querer desatar igual o mayor número de reflexiones en quien se entregue a la lectura de esta edición que celebra la vigencia de Árboles petrificados, publicado por primera vez en 1977, en la casa editorial Joaquín Mortiz.