El despojo necesario para una narrativa
Titulo: Los caballeros se quedan a descansar
Autor: Mariana Orantes
Editorial: Instituto Sinaloense de Cultura
Lugar y Año: México, 2018
Nuestro país es un contenedor de los relatos más absurdos, una moneda que cambia de dueño y se ennegrece con cada nuevo episodio sangriento. Es en el corto tiempo entre el sudor del trabajo y el cansancio, cuando nos detenemos a mirar la tragedia, a asimilar una muerte más en nuestro inconsciente colectivo. ¿Cuál es la verdadera narrativa de este país? ¿Quiénes son los que manipulan estos relatos? La escritora Mariana Orantes (Ciudad de México, 1986) nos recuerda en su libro de ensayos Los caballeros se quedan a descansar (Instituto Sinaloense de Cultura, 2018) que la tragedia siempre ha estado presente desde la literatura clásica, desde las leyendas y mitos mexicanos, y en el origen de la sociedad.
En su obra Huérfanos (BUAP, 2015) analizó los abusos de poder y la esclavitud a la que fueron sometidos yaquis y mayas en Mérida, Yucatán. Ensaya sobre la figura de la madre asesina y su lugar en nuestra cultura. Si la ensayista Yunuen Díaz apunta sobre La pulga del Satán (FETA, 2017) -otro de los libros de Mariana Orantes- que “(…) es una gran pregunta: ¿cómo se puede escribir con todas las cosas que suceden?”, en Los caballeros se quedan a descansar, Orantes cuestiona: ¿cómo se deben escribir todas las cosas que suceden?
En el primer ensayo Cuatro formas de matar al sancho la escritora hace un rastreo de la palabra “sancho” a partir de un homicidio en Ixtapaluca, Estado de México. Toma de referencia el Libro del buen amor, del Arcipestre de Hita y evidencia la lenta y risible forma de proceder de las autoridades mexicanas a la hora de investigar la muerte de una persona. Señala el “arranque lírico” de algunos agentes para presuponer y ficcionar los motivos de un crimen que “consideran” pasional y cómo esto “se acerca peligrosamente a lo novelístico”. En El tirano con el traje de madera, Orantes desmenuza el perfil de Julio César, Cayo Calígula y el avionazo en el que murió Juan Camilo Mouriño, secretario de gobernación. Luego pasa a los crímenes políticos: “violaciones tumultuarias y prostitución dentro de los partidos políticos, así como trata de blancas y turismo sexual solapado por gobiernos municipales, la orden de abatir inocentes (…)”, Orantes resalta las enseñanzas de la literatura: “el peor defecto de quien gobierna es la combinación de la confianza excesiva con la excesiva cobardía (…)”. Pero sobre todo reflexiona que estos políticos también “son candidatos seguros a estirar la pata”, es decir: a perder su fragilidad humana.
Es en El descuartizador de Tlatelolco que tocaba el piano donde resalta la habilidad de la autora como cronista con la ética y objetividad que le falta a los periodistas de la nota roja de nuestro país. Mariana puntualiza cómo Javier O. “muchacho estudioso, genio de la física” asesina y luego descuartiza a Sandra, “una joven de 17 años, clase baja, originaria de Ixtapaluca, Estado de México” y cómo los artículos periodísticos comenzaron a justificar este hecho. Lo interesante de este ensayo y del resto del libro es la cualidad de Orantes para hablar: tiene empatía, agudeza y lucidez para señalar cómo los medios relatan y manipulan las notas rojas a su antojo: “matan dos veces a la víctima”. Orantes apuesta por un periodismo responsable a la vez que critica a los escritores que defienden sus relatos misóginos.
México es un país donde se está permitido desaparecer a una familia entera sin hallar culpables (Porque lo que no se escribe se olvida), un país donde “la clase dominante se hace una puñeta con la violencia que cometen los súbditos entre ellos y se hace otra puñeta con los castigos que les impone” (Los caballeros se quedan a descansar), es un país donde ignoramos a las clases oprimidas, donde solo prestamos atención cuando sirven para “la sana diversión de la sociedad mexicana”. Un circo mediático en el que las personas aplauden, piden castigos y venganza desmedida hacia las mujeres (Más triste que el mar después de un naufragio), un show rutinario usurpa la esperanza de vivir (No se culpe a nadie).
El escozor que mueve a Mariana Orantes es el despojo que los medios hacen a los sucesos violentos y dolorosos para seguir guardando respeto al Estado, para continuar legitimando a las clases privilegiadas. Orantes busca devolverle la objetividad a las historias que este país nos cuenta, poner cada cosa en su lugar, regresarle el respeto a esos cuerpos ausentes, mutilados, agredidos y deshumanizados.
El último capítulo del libro: Visita guiada al mundo de los muertos, es un paseo por la memoria personal de la autora y, a mi parecer, es el ensayo más fuerte y necesario de Los caballeros se quedan a descansar. Lleva una advertencia al inicio: “Aquí estás lector: aprende del pasado”. El bosque, El río y La cueva son los tres lugares donde Mariana Orantes nos encamina hacia sus miedos íntimos, las pesadillas construidas a través de una realidad cruenta. ¿Es necesario vivir la pérdida de un ser querido para que logremos ver y hablar con responsabilidad del cementerio en el que se convirtió nuestro país? Antes me preguntaba si la morbosidad con que relatan las notas rojas y los chismes dolorosos de nuestros allegados eran elementales para sensibilizar a las personas.
Después de leer este libro, creo que es necesario recalcar los detalles siempre que se tenga la objetividad y el respeto por relatar las cosas tal y como son. Desde una perspectiva que deconstruya los lugares de poder, no oponiendo nuestros propios estigmas y creencias, a partir de una mirada atravesada por la lucidez y la inteligencia de saber notar cómo nuestros cuerpos y el lugar que ocupamos está determinado por la economía, la raza, la clase y el género. Mariana Orantes recupera el despojo, tachonea, borra y reescribe las historias que debimos haber leído y escuchado de todas esas personas anuladas y revictimizadas por el sistema. Reconstruye la narrativa de este país. Sin embargo, un cuerpo ya destazado no puede ser reconstruido. ¿Qué vamos a hacer con esas partes? ¿En dónde las enterraremos?