El cuerpo como lienzo. Converso gráfico, de Irving Herrera
El cuerpo es un lienzo a donde solemos aventar fragmentos de mundo, visiones esperpénticas. No en balde, el papel adquiere con el tiempo la misma consistencia agrietada de la piel. Lo que pensamos se traduce en formas curvilíneas o superficies ásperas. Nacemos con un rostro que podemos modificar según aquello que inventamos sobre nosotros mismos. Cada ficción es una trampa. Las ideas nunca han deambulado por una mente inconexa, vinculan cada centímetro de carne y hueso. El cuerpo es un sistema hermenéutico.
Nadie nos dice que hay formas de expropiar el territorio, de voltear la realidad como una hoja para comenzar de nuevo. Todo arte es una deconstrucción en ocasiones fulminante de aquello que los discursos hegemónicos han sabido plantearnos como verdad. La semana pasada se inauguró en la Casa de la Cultura Oaxaqueña la exposición Converso gráfico, del artista oaxaqueño Irving Herrera. Su obra está compuesta casi totalmente por retratos de mujeres en gran formato. Cuerpos diluidos entre flores como material incandescente. Mujeres voluptuosas de cabello negro y piel cobriza que miran de frente al espectador, retándolo con su presencia. Cuerpos como el de cualquier mujer que cruza la calle en esta ciudad y no pretende alimentar ficciones comunes en torno a ideales sistémicos.
Sin embargo, los retratos de Irving Herrera son profundamente femeninos. Recuerdan los afiches del pintor checo Alphonse Mucha (1860-1939), donde los cuerpos aparecen coronados por toda clase de adornos que se confunden con cabelleras y paisajes naturales. Ninfas que ya no seducen a los hombres en los lagos sino disfrutan cigarros solitarios a la luz de la luna. Herrera opone una visión clásica en torno a la belleza femenina heredada de la tradición europea contra el cuerpo mismo de sus modelos. En vez de dibujar mujeres de torsos larguísimos y rasgos delicados, retrata voluptuosidades, pieles canela que se confunden con los tonos de esta tierra pero sin caer en apreciaciones regionalistas.
Con el cuerpo comunicamos toda clase de cosas. Como el lenguaje, su realización o censura constituye un acto político, una postura frente al otro. Resulta bastante obvio decir que se nos va la vida pensando en él pero a veces olvidamos su estado concreto, el hecho de que nunca tendremos otro y que por ello no vale la pena pasar el tiempo negándolo, imaginando poder cambiar partes indeseables que con los años, además, se transformarán. El silencio modifica la materia, nos convierte en monolitos, nos detiene. Obsesionados con la juventud gracias a una extrema valorización de lo nuevo, no vemos que envejecer es la oportunidad perfecta para olvidarnos poco a poco del peso que tiene nuestra imagen.
También es obvio decir que el cuerpo se ha convertido en mercancía de paso, en contrabando y angustia para incontables mujeres de esta sociedad posmoderna. Percibo la mirada urgente de los hombres en la calle como una afrenta. La violencia se derrama de muchas maneras y sofoca a quienes la padecen. Si tengo suerte sólo me mirarán fijamente examinando cada parte de mi ropa sin ninguna pena, buscando el escote, el pedazo de pierna, la boca abierta. Con esta y otras violencias hemos forjado lo cotidiano, acostumbrándonos a la agresión y a la no respuesta. Pero hablar, parecido a como se conversa en la gráfica de Irving Herrera, es comenzar a preguntarnos si después de todo aquellas cosas que hemos aceptado como ciertas en realidad lo son.
Lo femenino siempre ha sido producto del imaginario, una construcción que funciona hasta cierto punto. Como el sujeto, obedece a la necesidad de que las cosas sean aparentemente estables y no empecemos a buscar por nuestra cuenta. En el arte, la mirada masculina ha explorado lo femenino por siglos, ha dictado, en cierto sentido, qué entendemos por belleza y cuerpo. La artista inglesa Frances Turner (1965-2003) pintó versiones descarnadas de su propia imagen. El cuerpo aparece ahí violentado por el entorno: miembros mutilados o en desaparición paulatina, cuerpos suspendidos y atados, buscando su liberación. La belleza en ellos viene de una crudeza elemental, esa constante transformación a la que irremediablemente estamos sometidos en un juego de vísceras que a veces se desbordan porque intentan a toda costa comprender su triste discontinuidad.
La obra de Irving Herrera abre el diálogo en otra dirección, hacia el todavía problemático tema del género y la necesidad de trabajar un sentido de igualdad, acaso de apreciación estética. Nos lleva a replantearnos desde dónde miramos y qué entendemos por lo femenino, inaugurando discursos que evidencian su no tan notoria oblicuidad. Sus modelos transmiten una particular belleza, el gusto tal vez de su propia desnudez, aunque se encuentran invariablemente sometidas al ojo del autor. Toda obra de arte involucra también toma de decisiones, elección de caminos hacia dónde inclinarnos para ver al otro.
Dejarse seducir por la imagen es igualmente apelar a su sentido poético, no referencial, a la experiencia de vida que el arte representa transversalmente. Los retratos de Irving Herrera narran historias de mujeres que no existen porque pertenecen a un universo fantástico y exquisito donde además se rompe con los ideales de belleza de esta sociedad posmoderna. Las mujeres ahí han dejado atrás su aparente fragilidad para defenderse al otro lado del espejo. Lienzos dónde caer para crecer y anotar los sueños.