El cuarto desnudo. Documental de Nuria Ibáñez
Hablar de violencia es referirnos al terreno que pisamos quizás todos los días, describir una forma de vida que heredamos y que responde acaso a las condiciones sociales de este tiempo. La violencia dicta las reglas, como el mercado. El silencio es la peor de todas, termina por doblegar cualquier voluntad y arremete contra esperanzas y sueños. Quienes la padecen terminan por hacerse daño a sí mismos. El cuarto desnudo (2013) indaga en aquellas historias de niños y adolescentes que ingresan en un hospital psiquiátrico buscando desesperadamente salir de ese laberinto, volver a apropiarse de su voz.
El cuarto desnudo ganó el premio a mejor documental en el Festival de Cine de Morelia del 2013, actualmente se exhibe en la Cineteca Nacional. Es el segundo documental de la cineasta española Nuria Ibáñez, quien radica en México desde hace poco más de diez años. La película narra la historia de estos pequeños a través de una mirada casi transparente y hasta cierto punto imparcial. Nuria filmó dentro del consultorio de emergencias de un hospital psiquiátrico infantil en la ciudad de México, su cámara graba a estos pacientes mientras los psiquiatras preguntan y sobre todo escuchan lo que necesitan decir.
Escuchar, alcanzar al otro, esperar el silencio y sostenerlo. Escuchar es una forma del nosotros. Los eventos traumáticos suelen suprimirse en la memoria. Ante la herida abierta queda el silencio. Cuando el paciente llega a la sala de emergencias aquella herida ha invadido ya todo su cuerpo. Los síntomas son sólo una consecuencia. La mente no es sino el torrente sanguíneo, el gorgoteo del cuerpo. En El cuarto desnudo aprendemos a escuchar ese torrente, sinfonía descompuesta por enfermedades crónicas y maltratos.
En el cine los pocos asistentes, hundidos en sus asientos, tienen las manos sobre la boca, gestos de incredulidad o de sorpresa ante lo visto. Pero Nuria no juega con sentimentalismos ni cuenta demasiado de estas historias, evita colocarnos en un sitio cómodo desde dónde podamos emitir juicios. Quizás los responsables no sólo son aquellos que hieren de primera mano sino una sociedad que permite la violencia como un evento cotidiano. Tal vez el trabajo como lo conocemos hoy en día es una forma disfrazada de esa violencia que aísla a los sujetos y les quita lo más importante, que es el tiempo.
Tiempo para ver al otro, al más cercano pero también al ajeno, aquel cuyo nombre nunca sabremos y de cualquier modo acompaña al viento. La violencia se extiende como una mancha sobre las ciudades y nos ahoga. La leemos en los periódicos, la vemos en los noticieros, la vivimos en las calles. Convivimos con ella y a veces la ejercemos. Clarice Lispector escribió sobre esa clase de vínculos en Lazos de familia (1960), un tratado sobre la búsqueda del ser como acontecimiento, búsqueda también por encontrarse a uno mismo a través del otro, incluso del otro que somos. Encuentro de un espacio para convivir de la mejor manera, responsabilidad compartida hacia la vida pero igualmente ante las tragedias siempre nuestras. Lispector se queda en la mirada, y sin diálogo el encuentro es imposible.
El silencio permite toda clase de agravios. No tenemos que gritar ante la ausencia de razones, este mundo es ininteligible y por eso precisamos nombrarlo. No sé, dice uno de los pacientes en este documental, un niño de cinco o seis años que golpea a su padre y deja bolsas de excremento por toda su casa, cuando la psiquiatra le pregunta el porqué de estas acciones. Si tuviera la respuesta lo diría, pero no sé, repite angustiado. Esa misma respuesta nos ofrece Nuria Ibáñez y con ello arremete contra prejuicios y creencias en torno a las enfermedades mentales. Los padres sólo llevan a sus hijos cuando la situación se ha vuelto extrema, pero ¿es en verdad necesario llegar al límite para pedir ayuda?
Hay una cosa cierta y clara en El cuarto desnudo, cuando uno habla da el primer paso hacia un estado más sano del cuerpo y de la mente. Hablar nos libera, y para llegar a esa exploración del espíritu pueden utilizarse infinidad de lenguajes. El arte constituye una vía para liberar emociones y cerrar heridas. Nos aleja de nosotros al mostrarnos las perspectivas del otro pero también inaugura el espacio donde podemos encontrar una voz propia y defenderla. En este documental, la cámara deja de ser un arma para señalar un punto o comprobar una hipótesis y se convierte en un agente de conocimiento.
La mirada no basta para llegar al otro, nos dice Nuria como si continuase la tarea de Lispector, para entender al otro hay que escucharlo, aminorar la diferencia que se extiende como un abismo entre los individuos. Más aún, para entender al otro hay que dialogar, dejar que el diálogo nos quite un poco de egoísmo. El cuarto desnudo no narra historias desgarradoras, aunque de hecho lo son. Los maltratos físicos y emocionales, la ansiedad extrema, las violaciones y secuestros, los intentos de suicidio, no están ahí para señalar culpables y evidenciar lo lejos que estamos de esas violencias sino para aprender a escuchar lo fácil que es hacerle daño a alguien.
Las miradas de estos niños son reflejo del momento en que olvidamos atender las necesidades más básicas y elementales. Hacia el final de la película, una psiquiatra pregunta si pudieras pedir tres deseos, ¿qué pedirías?, el pequeño de 8 o 9 años responde que mis padres no pelearan tanto, que mi hermano no me insultara, que me quisiesen. En ese pequeño espacio donde Nuria guardaba silencio mientras grababa, quienes se desnudan no son aquellos pequeños que sufren la violencia de su entorno, sino nosotros, espectadores de esa realidad que nos antecede y sobre la cual debemos hablar.