El camino hacia una LIJ mexicana
Empecé a interesarme en la LIJ por motivos históricos. Quería escribir sobre la producción editorial a finales del siglo XX, y me acerqué a la sección mexicana de IBBY[1] para conseguir algunas fuentes primarias. Visité sus oficinas para revisar su biblioteca y descubrir que ésta no existía. Llegué a un edificio frente al Parque España, toqué la puerta y subí unas escaleras. Quien me recibió me llevó con la persona que me ayudaría, un joven alto con una camisa de flores me atendió en una oficina mínima del último piso. Él, sin saberlo, fue mi primer contacto con el mundo de los libros para niños. Ese mundo que, en sus palabras: «era un mundo de señoras». Me habló de unos guiones que junto con el Canal 22 habían escrito para difundir la LIJ en medios audiovisuales. Eran sobre la historia de los libros para niños en México y del desarrollo de la industria. Los leí ahí, de pasada, y luego me los llevé en un disco. Recomencé a leerlos y hubo un detalle que me asustó, en uno de los primeros textos se anunciaba lo siguiente: hasta 1980 en México se editaba un libro infantil al año. No entendía, entonces, qué habrían leído los nacidos antes de esos años ¿Sería que no existían como niños si no tenían libros que leer o la literatura infantil no había sido cosa suya, o que todos leían ese único libro editado en el país?
Inicié una labor de investigación: le pregunté a todo el mundo. Mis nuevas fuentes eran sus respuestas. Casi nadie, salvo los nostálgicos, se detienen a pensar mucho en qué leían de chicos. Todo el mundo tiene un testimonio. Yo me convertí en una figura horrible que se aparecía para recordarles esos años miserables o entrañables. Empecé a identificar las respuestas según la edad de los cuestionados. La generación de mis papás leyó El diario de los niños (recopilaciones de cuentos clásicos), y de vez en cuando títulos españoles a través de Editorial Novaro. La siguiente generación leyó cómics por entregas o se entretuvo con cuadernos para iluminar. La sucesiva fue una consumidora de cuentos rusos perfectamente ilustrados y editados por Progreso; algunas recopilaciones de cuentos clásicos y otras ficciones originales que claramente promovían los ideales soviéticos. Me gusta pensar que esos libros llegaban al país en los mismos contenedores que las obras completas de Lenin. Hoy ambos pueden encontrarse, también, en las mismas librerías de viejo, en anaqueles contiguos y a los mismos precios.
Las respuestas me acercaban con peligro a lo anunciado: hasta inicios de los años ochenta no existía una industria editorial dedicada ni pensada para niños. Cómics, cuadernos de actividades, libros de texto, revistas: nada de LIJ producida, editada o escrita en México para niños mexicanos. Ése único título del que hablaban las estadísticas seguramente está perdido en la memoria de algún ex niño a quien no le pregunté. Sigo sin saber cuál era.
En esa misma década nació CIDCLI, la primera editorial especializada en un acervo infantil, casi al mismo tiempo se inauguró la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil y se fundó la sección mexicana de IBBY para promover la lectura y promoción de acervos infantiles. Esfuerzos que empujaron la industria a través de programas de la SEP, más tarde con el Fondo de Cultura Económica y la creación de un fondo especializado para lectores en formación. Seguido por la llegada de la editorial SM y otras casas editoras que se fijan en América Latina para difundir sus títulos en escuelas y librerías. Sucesos trascendentales que, junto con otros pequeños esfuerzos (como librerías especializadas y editoriales independientes) activan el mercado nacional de la LIJ y dan una respuesta a la industria extranjera.
Todos, esfuerzos empujados por un grupo de mujeres, madres que buscaron hacerles llegar a sus hijos contenidos de calidad. Libros enfocados a niños que vivían en México y hablan un español particular, literatura que los definiera sin tropicalizarlos.
Ante el nuevo panorama surge, evidentemente, la necesidad de organizar a un corpus de autores e ilustradores que entiendan de qué se está hablando cuando se habla de niños. Son los mismos que luego se vuelven especialistas en este público y junto con los editores crean un paradigma de LIJ mexicana. Paradigma que se construye sobre la marcha, se renueva, muta, caduca, muere y vuelve a nacer. Que cambia tan rápido como cambian sus lectores.
[1] International Board on Books for Young People es un organismo internacional de foment a la lectura.