El fin de las librerías
Pregunta fundamental: ¿qué es una librería? Es posible abordar la respuesta desde dos perspectivas incluyentes: el espacio físico o virtual donde se venden los libros y, por otro lado, el surtido, el ambiente y los servicios ofrecidos por la administración. Tener un espacio físico no es indispensable, como tampoco lo es vender café o libros difíciles de conseguir. Lo que es esencial de una librería, en cualquier modalidad, es el acceso que brinda al público para obtener los ejemplares que ofrece.
No he olvidado a las bibliotecas. Lo que sucede es que, al igual que las librerías, el concepto está cambiando. En Stanford, en el Politécnico de Arizona, la pública de San Antonio, Texas, las bibliotecas ya no tienen libros. Y las publicitan así: bookfree libraries. Como hablar de mayonesa sin grasa, endulzante sin azúcar, bibliotecas sin libros. La biblioteca del campus central del Tec de Monterrey murió la semana pasada después de un triste funeral. La manera en que promocionan la nueva (que estará lista el próximo año), parece más un Starbucks que un lugar de estudio e investigación. Apenas de forma periférica se habla del acervo bibliográfico o del acceso al conocimiento.
El 17 de marzo de este año, El Universal publicó la noticia: «En Monterrey han cerrado 40 librerías en dos décadas». 40 en veinte años, dos cada año; no parece tan grave. El encabezado, aunque alarmista, podría tomarse a la ligera si no consideramos el total de librerías existentes, que según el texto era «cerca de medio centenar» en la zona metropolitana. Si bien la nota es tristísima por el contenido, también lo es por la imprecisión de los datos, sólo se entrevista a una fuente, por ejemplo. Aun así, la nota circuló en Facebook, tuvo muchos likes y despertó comentarios relacionados al deprimente estado de la cultura en la ciudad. Pero tampoco había sorpresa: dado el estado actual del mundo, el grueso de la gente espera que el número de librerías disminuya con los años. Lo espera con la misma naturalidad que predice encharcamientos y baches tras treinta minutos de lluvia. Nadie va a change.org y abre una petición para mantener abiertas las librerías de la ciudad. Nadie sale a manifestarse pidiendo que se fiscalice la ley del precio único. Nadie exige a la alcaldesa para que el acervo y las instalaciones de las bibliotecas municipales se modernicen. No, porque en el fondo poquísimos creen que la situación se va a revertir o al menos estabilizar. ¿Libros? En Soriana, frente al refrigerador de salchichonería, ahí los venden.
El 3 de mayo, apenas hace unos días, Deborah Holtz, directora de la Feria del Libro Independiente en el DF, comentó a la revista Proceso que en México sólo existen 500 librerías. Holtz pone la cifra en perspectiva recordando a las más de 120 millones de almas que habitan el país. Si además se contrasta con los cerca de 2,500 municipios y que, según varias fuentes electrónicas, existen más de 150 librerías tan solo en el llamado Perímetro A del Centro Histórico del Distrito Federal, entonces hay que imaginar que hay estados de la república donde se ve con mayor frecuencia a un chupacabras que a una librería.
De nueva cuenta hay que regresar a la pregunta fundamental: ¿Qué es una librería? Y también, ¿qué es una librería, según las personas y publicaciones que difunden esta información? ¿Las tiendas Sanborns entran en esa cifra? ¿La sección de libros de Liverpool o Soriana? ¿Las de viejo?
A pesar de todo, aquí en Monterrey hay más de diez librerías, contrario a lo dicho en la nota pseudoperiodística de El Universal. Pero no muchas más. Monterrey no parece un lugar atractivo para abrir una librería. Digo parece porque no ha logrado atraer la inversión de El Péndulo y El Sótano, dos importantes cadenas en México. Es irónico que el lema de El Sótano sea «Llegamos hasta donde tú estés», pero no llegue a una ciudad tan importante como Monterrey.
Por otro lado, la librería del Fondo de Cultura Económica y la Educal están mal planeadas. La primera está escondida y apenas tiene cajones de estacionamiento, la segunda está dentro del Parque Fundidora y dentro de la Cineteca Nuevo León, un recinto hermoso con un flujo de visitantes muy limitado.
La cadena de librerías La Ventana se ha posicionado en los principales malls y es muy accesible con los autores locales. Están realizando un buen trabajo, aunque hay personas, lectores, que increíblemente no la conocen. No tienen presencia en ferias del libro y en sus instalaciones no suele haber una gran variedad de actividades, más allá de la eventual firma de autores. Hay un par de librerías especializadas en libros en inglés, sobre todo de literatura juvenil; ambas son muy exitosas con el público al que apuntan. Las Porrúa están bien ubicadas, pero pecan de un diseño que dificulta encontrar los libros. Además no tienen el precio marcado y no hay máquinas para averiguarlo uno mismo. En las Iztaccíhuatl predominan los textos escolares, se sienten desordenadas, y si hay libros de literatura están ocultos y los de autoayuda son destacados en las mesas principales. La Gandhi sigue siendo punto de referencia: libros baratos aunque no haya descuentos, vendedores siempre disponibles, café e internet.
Hablando de libros baratos, el 23 de abril, día internacional del libro, conversé con el promotor cultural de la Fray Servando Teresa de Mier del Fondo de Cultura Económica, aquí en Monterrey. Desde su perspectiva, sólo las librerías del Estado respetan la ley al precio único, por lo que sigue habiendo una desigualdad de oportunidades para las pequeñas. Después de hacer un repaso por las librerías de Monterrey, es difícil señalar cuáles son esas pequeñas. No es que las demás sean cadenas nacionales, pero al menos tienen un nicho, cuentan con varias sucursales o son las de viejo que no tratan con novedades.
Pero sí hay librerías pequeñas o las ha habido. Un caso muy sonado en 2013 fue el de la librería Cosmos, que de tener más de 40 años en el centro cambió de ubicación a la colonia Contry en el sur de la ciudad. Ignoro si tres años después sigue abierta, pues no son mis rumbos. En las semanas previas a la mudanza, se vendían los libros a cinco pesos. Similar a la situación de las Librerías Castillo en 2006, cuando cerraron sus siete sucursales.
Toco madera, pero ojalá no siga La Ventana. Ojalá no sigan las especializadas en editoriales independientes o libros en inglés. Ojalá no se lleven a las Porrúa ni a la Gandhi. Pero si se las llevan, el asunto no pasará de un montón de comentarios en el Facebook. El clásico: «Por eso estamos como estamos». El que cree que se las sabe de todas: «Pero bien que sí hay dinero para las campañas políticas». El payaso que siempre quiere llamar la atención: «Ahora resulta que todos son lectores y les importa la cultura, no me vengan». El desubicado que vive en una nube: «Yo por eso leo en mi tablet». El resignado: «Pero bueno, qué se le va a hacer».