Tierra Adentro

Ante el deterioro constante en la instrucción de la danza y los recortes presupuestales al sector cultural, surgieron colectivos que, a contracorriente, crearon espacios para su fomento y enseñanza.
En este ensayo, Magdalena Leite inicia un diálogo en el que la educación salga de las aulas para comprometerse con el presente nacional.

Entre la invitación a escribir un texto sobre danza y educación en México, y al momento en que escribo, mataron a Nadia Vera. Mataron a muchas personas más, pero Nadia fue mi primer muerto en México. «Porque siempre hay un primer muerto», nos decía una de las bordadoras con la que compartimos una tarde en el Centro Cultural de Tlalpan. Bordábamos una carta escrita por la hermana de TC. Varios meses antes, en un restaurante peruano en Montevideo, escuché que TC hablaba de las bordadoras, y de que iba a ir a México a bordar. Sentí este acto tan hermoso pero tan lejano que no podía creer que me encontrara bordando por Nadia sólo unos meses después.

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Los recortes a la cultura empezaron por la danza. Como se dio cuenta rápidamente A, los recortes primero empiezan en cultura, y con la danza. Entonces decidimos en el Colectivo AM que teníamos que organizarnos para poder sobrevivir. Invitamos a los organizadores del Festival de Cine de Hermosillo y a los del Festival Cuatro X Cuatro para tomar un curso de gestión y así solventar los gastos entre todos. Nos empezamos a reunir los sábados en mi casa. De Cuatro X Cuatro vino Nadia. La encargada de contactarla era E, quien tenía su teléfono. El primer sábado trabajamos muy entusiasmados, el segundo E no estaba en México y me preocupé pensando que Nadia no llegaría. Pero llegó, no sé cómo porque no hay timbre en la casa, de pronto escuché una voz y ahí estaba, del otro lado de la ventana de la cocina. Había logrado entrar gracias a algún vecino y pensé que era una chica tan inteligente que se las arregló sin timbre ni ningún teléfono.

La reunión siguiente era la última, varias semanas después, el 1 de agosto de 2015. Todos comenzaron a llegar y otra vez me preocupé por no tener el teléfono de Nadia, pero recordé que la última vez se las había arreglado, así que confié en que llegaría. Pero ese sábado no llegó. Nadie se imaginaba ni por asomo lo que había sucedido. La hipótesis más probable era que quizá llegó pero esta vez ningún vecino le abrió. En medio de la reunión NL leyó el periódico y se asombró con la noticia de un multihomicidio en la Narvarte, a pocas cuadras de nuestra casa. Recordé que Nadia me había dicho que vivía cerca, pero a nadie le pasó por la cabeza que podía ser precisamente en su casa, y menos ella una de las asesinadas. Al día siguiente supimos la noticia, y de la incredulidad pasamos a la realidad. La habían torturado y asesinado. A nuestra Nadia. Ese domingo entendí con el cuerpo el dolor y el miedo. Muchos muertos había ya pero éste fue mi primer muerto. Esa noche dormimos con la luz prendida y con una silla en la puerta. ¿Cómo te matan a un amigo? ¿Cómo te matan a un hermano? Recordé lo que habían vivido mis padres en la dictadura uruguaya. Traté de hablar con mi padre sin darle muchos detalles y me dijo que esa sensación sólo se entiende con el cuerpo, que no hay manera de contarla.

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¿Y qué tiene que ver esto con la educación en danza? Tenemos aquí dos grandes temas: la educación en arte y la educación de los cuerpos. Hablaré de mi experiencia como alumna y como maestra en México, que es el contexto que conozco.

La educación en arte plantea un primer gran problema, que es qué puede enseñar una escuela de artes. Hasta ahora, los modelos más avanzados de educación artística enseñan técnicas y maneras de hacer arte, pero no conducen un proceso artístico. Es decir, se enseña a dominar la caligrafía pero a pocos les interesa meterse con el contenido de lo que se escribe.[1]

Esto es exactamente lo que sucede con las escuelas de danza. Si trasladamos la metáfora de la escritura a una escuela de danza, donde la materia prima es el cuerpo, la técnica y las formas recaen sobre esta masa maleable. Y para que sea realmente moldeable hay que entrar desde muy pequeño o, si se entra de adulto, hay que infantilizar al alumno en el afán de hacerlo dócil. Las escuelas en México aún se basan en una ética militar paternalista y se erigen sobre las técnicas llamadas justamente «formativas», al día de hoy, el ballet y la técnica Graham. Una ética militar por la que se considera a sí misma superior a la civil, es decir, a la que no es militar, o en nuestro caso, a la que no es de la danza. El bailarín que pasa el proceso de selección y que logra formar su cuerpo como la técnica lo demanda, se considera superior al resto de los mortales y este hecho es reforzado por los valores que promueven los maestros, al recompensar a los dotados y burlarse de los perdedores.

La danza se sigue enseñando a los gritos. Los dos contextos que conozco, como alumna y como maestra, son la Escuela Nacional de Danza, donde hay docentes que obligan a los alumnos a bailar lastimados, y la Academia de la Danza Mexicana, donde vi cómo un maestro azuzaba a sus alumnos al grito de «nosotros no somos blandos como los de afuera, nosotros estamos aquí porque somos mejores». La ética militar implica obviamente una disciplina rigurosa, la cual prioriza el uniforme limpio y bien puesto (tiempo atrás di un taller en Monterrey donde los alumnos continúan usando leotardos de cuerpo entero y temen si los ven con otra ropa, pues los maestros los pueden sancionar) a la salud o a la creatividad. ¿Cómo pelear por un seguro médico digno en un gremio que premia al alumno que baila aunque esté lastimado?

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En el caso de la escuela de coreografía, el cuerpo del coreógrafo es prácticamente castrado. Hasta la fecha, la escuela de coreografía de la ENDCC prohíbe a los estudiantes bailar en sus propios ejercicios creativos y en sus exámenes. La población de esta escuela es vista por los ejecutantes y por los maestros como la que «no la hizo», es decir, el que no pudo bailar se dedica a ser coreógrafo, y el coreógrafo que trabaja bien es anulado en los pasillos con el rumor de que son los bailarines quienes le montan las frases de movimiento. Algo similar ocurre con las escuelas de docencia. Otra vez nos encontramos frente a esta idea de «perdedor» de la danza, que quedó enredado en ella y de algo tiene que vivir. Y se produce la profecía autocumplida, es decir, es tan fuerte el rumor y el a priori del perdedor que, por supuesto, se convierten en ello. La gran mayoría de coreógrafos y maestros son en el fondo bailarines frustrados que se desquitan con sus alumnos, reforzando los prejuicios que los condenaron y manteniéndolos vivos en las nuevas generaciones. «A mí me grita la directora, yo te grito a ti y tú a los alumnos», me sentenció mi superior. Mientras escribo, esta gente sigue dirigiendo y formando jóvenes. Son producto y víctimas a su vez de un sistema que los ha engullido y del que ya no pueden salir. Un sistema en donde el alumno y el bailarín son subalternos que deben obedecer,[2] o como su nombre lo indica, ejecutar. Por eso es tan aburrido ir a ver danza, porque las escuelas están fuera de su época, porque se han quedado anquilosadas en un mundo al que sólo ellas quieren pertenecer. Porque no se han enterado de que el paternalismo nos lleva a tener gobiernos como el que tiene hoy México y que esa manera de tratar a los cuerpos se refleja también en el trato que los cuerpos reciben hoy en México. ¿Y cómo pelear desde adentro cuando al proponer una actividad basada en la improvisación y la imaginación, la directora te grita frente a todos que la improvisación es una mierda? ¿Y cómo pelear desde adentro cuando al pedir que se inspeccione a un maestro que no prepara su clase te montan una auditoría de la misma veracidad que la que le hacen a políticos para justificar mansiones? Porque no alcanza con tematizar la violencia en las obras si se está cobrando un sueldo y se da la mitad de horas que corresponden. No alcanza con salir a la calle a contar hasta el cuarenta y tres y luego reproducir en el salón la violencia que se condena frente al público.

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Todo esto pasa hoy en las escuelas de danza más serias de México: cuerpos violentados, forzados, lastimados o castrados; prácticas burocráticas enviciadas por la más vil corrupción. ¿Qué arte pueden hacer esos cuerpos? ¿Qué imaginación pueden tener esos coreógrafos? ¿Qué ética pueden enseñar esos maestros? Por supuesto, no se puede responsabilizar a las escuelas de todos los males que aquejan a México, pero sí de que aportan su grano de arena a la montaña de males. Son producto y reproducen una sociedad dividida entre ganadores y perdedores, entre aristócratas y plebe, que sigue instalada en una ética colonial y la replica constantemente en las corporalidades y en las mentalidades que construye.
Y entonces es muy aburrido ir a ver danza. Es tan aburrido que mejor recortar el presupuesto, total, casi que no son artistas. Además de que apenas saben escribir. Ninguno se va a quejar si les quitamos la red de festivales, ni si ya no pagamos funciones. A los escritores no les recortemos porque ellos sí se quejan y los de visuales, por lo menos hacen objetos. Pero la danza, por favor… Es algo como el Circo del Sol pero con contenido, y ni quieras entenderlo porque ni ellos mismos lo hacen. Busquemos otras formas de educar. Salgamos de los salones y de la ética del subalterno. Pidamos la palabra y sentémonos a pensar juntos. Nuestra manera de educar a los cuerpos es reflejo, en alguna medida, de la violencia que se vive hoy. No pueden seguir gritándonos, no pueden obligarnos a trabajar lastimados, no pueden obligarnos a trabajar sin cobrar. Estamos abriendo la puerta para que nos hagan cualquier cosa, para que nos maten a un amigo, para que nos maten a un hermano.

[1]Luis Camnitzer, http://esferapublica.org/nfblog/la-ensenanza-del- arte-como-fraude/
[2]Gayatri Chakravorty Spivak http://www.caladona.org/grups/uploads/ 2011/02/spivak_puede_hablar_lo_subalterno.pdf